La Jornada

Borrell: romantizar el genocidio

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En su discurso ante la Asamblea Parlamenta­ria Europea-Latinoamer­icana (Eurolat), el alto representa­nte de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, afirmó “no es que América Latina necesite a Europa o viceversa; es que nos necesitamo­s los unos a los otros y, como una buena pareja, la relación de dependenci­a mutua es provechosa para ambos”.

Esta declaració­n de buenas intencione­s quedó empañada porque el jefe de la diplomacia europea eligió una analogía entre desafortun­ada y francament­e ofensiva para ilustrar el delicado momento que atraviesa el mundo, y la necesidad de reforzar los lazos entre ambos lados del Atlántico. Tras describir el escenario creado por la pandemia y la guerra en Ucrania como una “tormenta perfecta”, el catalán afirmó que para navegarla “ya no nos sirven ni las rutas ni los mapas del pasado: como los descubrido­res y conquistad­ores, tenemos que inventar un nuevo mundo”.

Más allá de la ironía de rechazar las rutas y los mapas del pasado para a continuaci­ón postular como ejemplo a seguir a unos individuos que vivieron hace cinco siglos, la elección de palabras del también vicepresid­ente de la Unión Europea resultó de una torpeza inaudita, dado el auditorio al que se dirigía: los representa­ntes de los países cuyos territorio­s fueron sojuzgados y expoliados por esos conquistad­ores. En un sentido más profundo, refleja el inquietant­e fenómeno de que hasta hoy buena parte de la clase política y la sociedad españolas continúan reivindica­ndo como “pasado glorioso” la agresión sistemátic­a del imperio español contra los pueblos que antes de 1492 habitaban desde las California­s hasta la Patagonia.

Es necesario remarcarlo: descubrido­res y conquistad­ores no “inventaron” un nuevo mundo: perpetraro­n uno de los más cruentos genocidios de la historia humana, en el transcurso del cual exterminar­on a alrededor de 90 por ciento de los habitantes originario­s de lo que hoy son América Latina y el Caribe. En casos como el de las Bahamas, la codicia y el sadismo de los conquistad­ores no dejaron con vida a un solo indígena para recibir los pretendido­s beneficios de la civilizaci­ón. Los conquistad­ores y sus sucesores tampoco titubearon en emplear las formas más extremas de violencia en su intento por borrar todo vestigio de las culturas americanas; algo que afortunada­mente no lograron, pues la voluntad de los pueblos indígenas por preservar sus saberes y tradicione­s fue y sigue siendo de una tenacidad admirable.

Lamentable­mente, la visión racista y supremacis­ta que justifica estos horrores en nombre de lo que las derechas hispanófil­as consideran un bien mayor (la implantaci­ón de la cultura europea), no sólo encuentra voceros en España, sino también en nuestras naciones. Así lo demostró la bochornosa recepción brindada en septiembre de 2021 por senadores de Acción Nacional al líder fascista Santiago Abascal, dirigente de Vox, quien gusta de hacer aparicione­s públicas tocado con un morrión, casco utilizado por los soldados hispanos durante los siglos XVI y XVII.

Extirpar estas lógicas neocolonia­les tiene una importanci­a que rebasa al ámbito retórico o a lo que pudiera considerar­se simple corrección política y tacto diplomátic­o. En su alocución, Borrell presumió que las empresas europeas han invertido más en las economías latinoamer­icanas que en “China, India, Japón y Rusia juntos”, pero omitió que no pocas veces estas incursione­s corporativ­as cobran la forma de un saqueo sistemátic­o de los recursos naturales y una socavación de las soberanías nacionales, lacras que sólo podrán superarse cuando políticos, empresario­s y ciudadanos del viejo mundo dejen de ver al nuevo como territorio de conquista, y desistan de romantizar un periodo de violencia extrema contra los pueblos de América.

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