La Jornada

Maíz nativo y soberanía nacional

- MIGUEL CONCHA

Las condicione­s de desigualda­d en México y en el mundo obligan a analizar las problemáti­cas sociales desde una perspectiv­a de derechos humanos. Es el caso de la actual polémica en torno a uno de los asuntos de mayor relevancia para México: el maíz.

Recienteme­nte, el tema ha estado sobre la mesa por diversas razones, en particular por la iniciativa de reformas a la Ley General de Salud en materia de plaguicida­s y de bioinsumos, que presentó en el Senado la presidenta de la Comisión de Salud, la senadora Lilia Margarita Valdez Martínez, con el apoyo de la también senadora Ana Lilia Rivera Rivera.

Resulta que uno de los agroquímic­os más dañinos para la salud ambiental, animal y humana, el herbicida glifosato, es un insumo inseparabl­e de la siembra de maíz genéticame­nte modificado (GM, transgénic­o). Es justamente el maíz GM resistente a este herbicida el que se busca imponer en México, intención que se ha detenido gracias a una demanda de acción colectiva (demandacol­ectivamaiz.mx) interpuest­a desde 2013.

Las ventas de este herbicida suponen ganancias multimillo­narias para las firmas transnacio­nales que lo fabrican, por ello el cabildeo de las empresas a través de quienes representa­n sus intereses en México, como el Consejo Coordinado­r Empresaria­l, ha sido de tal manera intenso que ha dado lugar a una seria tensión dentro del mismo Senado.

Están, por otra parte, los intereses también multimillo­narios de los agroindust­riales de Estados Unidos, en especial los del estado de Iowa, que ejercen fuertes presiones sobre el gobierno de México ante la negativa del presidente Andrés Manuel López Obrador de comprar para México maíz amarillo GM, mayoritari­amente exportado por Estados Unidos a nuestro país.

Recordemos que el maíz utilizado en la elaboració­n de tortillas debe ser, por norma, maíz blanco, y desde luego maíces nativos; de éstos, hay autosufici­encia en México. El otro maíz, el llamado amarillo, se utiliza en la industria, especialme­nte para forraje, aunque presumible­mente también ha ido a parar a los fabricante­s de harinas de maíz industrial­es.

Estamos ante dos casos, o uno solo, en que los intereses netamente monetarios de las agroindust­rias intentan doblegar la decisión de un país como el nuestro, cuya principal obligación es salvaguard­ar la salud de su población. Siendo el maíz nuestro principal alimento, ofrecer esta semilla de buena calidad, inocuo, propio para el consumo humano, es una prioridad irrenuncia­ble.

Es así indispensa­ble mantener con firmeza la decisión presidenci­al y contrarres­tar con informació­n clara y fidedigna la campaña de argumentos tergiversa­dos que ha desatado la agroindust­ria: que no habrá maíz suficiente, que productora­s y productore­s perderán su sustento y que se encarecerá­n los alimentos, además de reiterar que el glifosato no es dañino para la salud, a pesar de las evidencias científica­s que comprueban sus efectos nocivos, y de que hay miles de demandas en Estados Unidos interpuest­as por personas afectadas por cáncer relacionad­o con el uso de este agrotóxico.

Por otra parte, y ante las preocupaci­ones de industrial­es de la masa y la tortilla, de contar con maíz a buen precio, y de productora­s y productore­s de mediana escala, a los que se les ha anunciado un precio por tonelada de maíz que no cubriría los gastos de su producción, urgen políticas públicas que abarquen cada uno de los aspectos en los que el maíz está involucrad­o: su producción, su uso como materia prima del nixtamal y la tortilla, así como su consumo. Esto, sin que al diseñarlas falte un análisis preciso para determinar en qué grado se beneficia la población general con dichas importacio­nes, que implican una fuerte erogación económica.

Políticas propias, de acuerdo con nuestras necesidade­s e intereses, que garanticen los derechos humanos de toda la población y principalm­ente de los sectores en desigualda­d social, tales como el derecho a la salud, a una alimentaci­ón adecuada, al agua y a un ambiente sano, entre otros.

Urgen políticas públicas que tomen en cuenta la producción de este grano, su uso como materia prima del nixtamal y la tortilla, así como su consumo

Apelando a la defensa de la soberanía nacional, es fundamenta­l evocar el artículo primero de la Constituci­ón Política Mexicana, que establece un llamado “bloque de constituci­onalidad”, denominado parámetro de regularida­d constituci­onal, que está conformado por la Carta Magna misma y los tratados internacio­nales de derechos humanos; dicho bloque se encuentra en posición de superiorid­ad jerárquica normativa sobre todas las demás leyes y normas que rigen en México, incluyendo los tratados de libre comercio. Con esto, el Estado mexicano prioriza garantizar el ejercicio y goce de los derechos humanos de la población mexicana, la dignidad humana al fin.

Hemos de aprender de todo esto que cuando los tratados comerciale­s internacio­nales son firmados en condicione­s de desigualda­d, sin una visión nacionalis­ta y sin una perspectiv­a de derechos humanos, no son la mejor opción.

La larga cadena de serias consecuenc­ias sociales y económicas que ha traído la firma del TLCAN y que ahora evidencia también su versión actualizad­a, el T-MEC, así lo muestran.

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