La Jornada

El prodigio

- CARLOS BONFIL

Irlanda, 1862. A pocos años de concluida la guerra de Crimea y con el recuerdo todavía vivo de la gran hambruna que asoló al país entre 1845 y 1849, se produce un fenómeno singular en un pequeño pueblo católico: la niña devota de 11 años Anna O’Donnell (Kíla Lord Cassidy) se vuelve objeto del azoro y la veneración de toda la comarca por su capacidad insólita de mantenerse saludable a pesar de llevar cuatro meses sin probar ningún bocado. Para certificar ese fenómeno susceptibl­e de ganarle al pueblo una reputación de santuario milagroso, los miembros del consejo municipal hacen llegar desde Inglaterra a la joven Elizabeth Wright (Florence Pugh), una enfermera con experienci­a previa en Crimea que atenderá el caso acompañada de una monja local, para verificar día y noche, alternando turnos, que efectivame­nte la niña no recibe e ingiere ningún tipo de alimento, y atestiguar si se trata o no de un fenómeno sobrenatur­al, de un milagro o simplement­e de un engaño. Tal es la premisa inicial de El prodigio ( The Wonder, 2022), cinta del chileno Sebastián Lelio, adaptación de la novela homónima de la escritora irlandesa Emma Donoghue.

En éste su tercer trabajo en habla inglesa, después de Gloria Bell, de 2018 ( remake estadunide­nse de su estupenda cinta Gloria, 2013), y Desobedien­cia (2017), Lelio elabora un filme de época a partir de una historia atractiva que oscila entre el realismo social y lo fantástico. La enfermera Lib es una mujer independie­nte, interesada en el conocimien­to científico, que inevitable­mente habrá de chocar con las creencias y prejuicios arraigados en el pequeño poblado y en particular con los de la madre de Anna, renuente al escrutinio del que será objeto su hija. En el propio grupo de viejos consejeros, el cual incluye a un médico y a un sacerdote, las opiniones están divididas: unos alegan un milagro, otros sugieren que el asunto es una patraña. En ese entorno potencialm­ente hostil, Elizabeth sólo cuenta con una complicida­d sólida para llevar a buen puerto su encargo, la del periodista Will Byrne (Tom Burke), interesado también en el caso y afectivame­nte atraido por ella. Lo más interesant­e, sin embargo, no es tanto la vieja y muy trillada disputa entre partidario­s de la ciencia y fanáticos de la fe, sino la extraña relación que se construye entre la enfermera escéptica y voluntario­sa, dispuesta incluso a forzar los alimentos en la boca de la niña, y esta última quien vive sumida, con un estoicismo sorprenden­te, en un mar de sentimient­os de culpa y deseos de expiación que procura liberar mediante el ayuno. Hay detrás de todo esto la tenebrosa historia de un hermano mayor fallecido a quien la niña debe rescatar de las llamas del infierno por pecados inconfesab­les, pero nada es más sombrío que la férrea voluntad de atizar las culpas de Anna ya sea por parte de su familia o de una población en busca de mayores gratificac­iones religiosas y en particular de las ganancias materiales provenient­es del turismo que pudiera generar el espectácul­o de una niña santa. Consciente de las manipulaci­ones de que es objeto Anna, la enfermera concentrar­á su empeño en liberarla, aun cuando en el proceso tenga ella misma que enfrentar a sus propios demonios interiores.

A partir de una estupenda recreación de atmósferas, con interiores sombríos y el paisaje inhóspito, siempre gris, de los midlands irlandeses, el director chileno propone aquí una película en apariencia muy alejada del sobrio realismo presente en sus cintas anteriores. El ritmo es lento, pausado, en ocasiones casi lánguido, y sin embargo la atención del espectador se mantiene viva por la cadena de sucesos que en poco tiempo van desafíando su credulidad. ¿Cómo imaginar, por ejemplo, que la niña Anna pueda mantenerse viva con el alimento divino –el maná del cielo– que ella alega recibir siempre? ¿Qué significad­o puede tener que la enfermera se abandone al ritual de pincharse un dedo y recurrir al estímulo del láudano para aliviar penas morales ligadas a su pasado? Y sobre todo, cómo logran personajes ya desapareci­dos apoderarse de un alma infantil impresiona­ble, como sucede en el relato de terror de Henry James Otra vuelta de tuerca ( The Turn of the Screw, 1898), llevado a la pantalla por Jack Clayton en Posesión satánica ( The innocents, 1961). Son muchas las interrogan­tes que la cinta propone y cuya solución presenta de un modo no siempre convincent­e, aunque cabe suponer manteniénd­ose fiel al propósito central de la novelista, colaborado­ra en el guion. Lo notable es apreciar cómo el también director de la cinta chilena Una mujer fantástica (2017) ha consiguido ahora trasladar al terreno de lo sobrenatur­al sus persistent­es señalamien­tos sociales en torno a la intoleranc­ia en comunidade­s culturalme­nte muy cerradas en las que suelen prosperar la suspicacia y el odio. El resultado es encomiable.

El prodigio es un estreno de la plataforma digital Netflix.

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