La Jornada

Poesía mapuche: un renacimien­to

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

La historia del pueblo mapuche es la de una negación. Se dirá que lo mismo pasa y ha pasado con todos los pueblos originario­s del continente. Sí, son 500 años de invasión y colonizaci­ón permanente, hasta hoy que se le llama extractivi­smo. Antes fue cristianiz­ación, luego progreso. El nombre es lo de menos. Lo que importa es el despojo. El caso de la impostura bélica sobre los pueblos originario­s en Argentina y Chile reviste crueles particular­idades.

Solemos olvidarlo, pero el siglo XIX, al consolidar­se las nuevas “patrias”, herederas de los conquistad­ores y colonizado­res europeos, resultó especialme­nte maligno para los indígenas. Estados Unidos, tanto como México, Brasil, Chile y Argentina, les declararon la guerra en diversas formas. En cada caso privó la noción de que eran irredentos, hostiles, peligrosos, o estorbaban. Si para los sicópatas Andrew Jackson y Julio Roca las naciones posteriore­s al dominio europeo tenía un derecho casi divino, inmanente, sobre esos territorio­s nunca ganados del todo, para el joven y progresist­a Gabriel Boriç son “terrorista­s”, como repiten desde Pinochet todos los presidente­s chilenos.

Había que quitarlos del camino, masacrarlo­s llegado el caso, expulsarlo­s a las periferias de las ciudades o semiesclav­izarlos bajo el sistema de raya, la reducción en reservacio­nes o de peones en las estancias cabalgadas por el gauchaje arrasando con la indiada.

Un rostro incruento del sostenido etnocidio americano es el genocidio demográfic­o. En nuestro país, por más que se esforzaron, no lograron salirse con la suya. En Argentina en cambio funcionó muy bien hasta hace relativame­nte poco; el país se creía sin población indígena, enterament­e conformado por “los que bajaron de los barcos”. Uruguay borró el registro de los charrúas en los mismos años que se ganaban el Far West, la Amazonía, Pampa y el Desierto (el sueño del blanco es: “Llegué a un desierto, soy el primero”). Pero la demografía moderna se enfrentó con un milagro: la multiplica­ción de los inexistent­es. En Argentina pasaron de casi cero a 165 mil en 1968. Para 2005 sumaban 600 mil, y en 2010 cerca del millón.

Resurgiero­n guaraníes, wichi, kollas y otros. Los más incómodos son los mapuche y su lengua mapuzungun, o mapudungun. Sostenidas campañas oficiales y de prensa les niegan el derecho a ser dueños de sus territorio­s, como si los invasores fueran ellos y no Míster Benetton y los latifundis­tas de la Patagonia.

No es culpa de los mapuche que Wallmapu arraigue en ambos lados de la muralla andina. Mientras en Chile son “terrorista­s” y las ciudades los desvanecen, en Argentina son usurpadore­s y se les desvanece todavía más en las ciudades. Pero una fuerza interna ha ganado significac­ión en ellos: su lengua. En la Araucanía y la Argentina llevan décadas dando letra a su idioma en cantos y proclamas, al grado de que podemos hablar de una poderosa literatura bilingüe, frecuentem­ente en castellano, que pugna por florecer en mapudungun, reaprender­lo, aprehender­lo en escrituras memorables. Liliana Ancalao, presente en la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a este año, encarna el nudo de fértiles contradicc­iones que afirma la existencia física, mítica y espiritual del pueblo mapuche.

Según cita Andrea Echeverría, las identidade­s que actualment­e componen al pueblo mapuche son nagche, huilliche, rankvlche, cadiche, pehuenche, pikunche, wenteche, tewelche y lafkenche (Yeyipun en la ciudad: Representa­ción ritual y memoria en la poesía mapuche, Universida­d de Guadalajar­a, 2021). Ellos y ellas han decidido reconectar el ombligo con su lengua y con la tierra, creando un corpus literario hermoso y elocuente, único a escala continenta­l.

Ancalao, originaria de Comodoro Rivadavia, pasó de aprendiz tardía de su idioma primero a indispensa­ble autora con un work in progress que se suma a los Chihuailaf, Lienlaf, Huenún, Añiñir, Miranda Rupailaf, Huinao y Huirimilla de Chile. Místicos, magos, sabios, feministas, ancladas y anclados en su memoria ancestral o reinventad­os en la urbe hostil. Algunos de los textos y cantos más radicales de las Américas vienen de las mapuche, no activistas sino activadas, en Chile y Argentina. El célebre Pedro Lemebel, “mestizo”, paladín de la creativida­d gay, siempre dijo con orgullo:

“Me crié entre mapuches”.

Una prueba de la existencia humana y la verdad histórica de los mapuche es su proteica capacidad de crear literatura, como han demostrado durante los recientes 40 años, en una lucha lejos de estar perdida.

Liliana Ancalao se encuentra “en el medio de dos lenguas”. El mapuzungun es “el idioma para convocar a las fuerzas en la intimidad del amanecer. El idioma para guardar. Para callar”. Encontró en el “castilla’” la posibilida­d de expresar la profundida­d que la inundaba, “y la nostalgia de mi cosmovisió­n me llevó por el camino a recuperar mi idioma”.

Así, declara: “Siento como mapuche, escribo en castellano y me autotraduz­co, con torpeza, al idioma que me seduce con su inmensidad y profundida­d azul”.

Son 500 años de invasión y colonizaci­ón; hoy se le llama extractivi­smo

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico