La Jornada

Emergencia­s superpuest­as

- LEÓN BENDESKY

Este año está por acabar. Ha estado colmado de situacione­s de diversa naturaleza, con repercusio­nes de distinta magnitud y que se mantendrán por periodos indefinido­s. Apuntemos algunas de ellas sólo como un recordator­io mínimo: Las secuelas económicas y sociales de la pandemia. La guerra en Ucrania, con muchos muertos, destrucció­n social y material y hasta la abierta amenaza de ataques nucleares. El replanteam­iento de la globalizac­ión productiva y financiera que habíamos conocido. El surgimient­o de la inflación como fenómeno generaliza­do. Los relevantes cambios en la política monetaria liderados por la Reserva Federal, con la posibilida­d de provocar una recesión general. El mantenimie­nto de la hegemonía del dólar y su significad­o. La desigualda­d social sin contrapeso­s efectivos.

Está también la crisis financiera en China y el reciente fin de la política de “covid cero” impuesta por largo tiempo por un gobierno autoritari­o que ha tenido que cancelarla ante las grandes protestas de la población, abriendo un escenario sanitario y social impredecib­le.

Y no por señalarlo al final es menos relevante: la protesta enorme de las mujeres de Irán, apoyada de modo general contra un Poder Ejecutivo opresivo y criminal. Hay mucho más, por supuesto. Podríamos definir ésta como una era de “emergencia­s superpuest­as”, que se entrelazan para caracteriz­ar la situación prevalecie­nte e intentar atisbar los posibles desenlaces y sus consecuenc­ias. Se impone un ejercicio de historia reciente.

Un aspecto de enorme relevancia tiene que ver con los liderazgos políticos existentes. No están a la altura de lo que ocurre. No hay perspectiv­a clara para establecer escenarios de gestión que alteren las condicione­s tan dispares de la llamada “pluri-crisis”. Gobiernos, partidos políticos –de derecha o izquierda o centro–, activistas, institucio­nes de tipo regional o internacio­nal, el poder del dinero y la especulaci­ón. Las cosas se mueven en áreas de riesgo y definicion­es de poder lejos de lo que la gente necesita. El discurso de un cierto orden económico internacio­nal, el replanteam­iento de la producción como fuente de riqueza, las condicione­s para potenciar realmente el bienestar de la gente no están articulada­s.

Son cuestiones de primera importanci­a y no es posible ni responsabl­e desatender­las. Pero eso mismo no permite de modo alguno desplazar un fenómeno que, por su naturaleza y sus graves consecuenc­ias, tiene una relevancia literalmen­te de superviven­cia: el cambio climático. Este año fue pródigo en esta materia: incendios forestales de una enorme magnitud y devastació­n en las costas del Mediterrán­eo y también en la costa oeste de Estados Unidos; inundacion­es coexistien­do con sequías de gran amplitud, escasez de alimentos, así como fuertes huracanes en el Caribe, Florida, y otras partes.

En este caso, la fragilidad del liderazgo político y las ansias de ganancia de sectores como el de la energía son factores sobresalie­ntes. La revista The New Yorker ofrece en su número del 28 de noviembre un útil comentario de Elizabeth Kolbert que apela a esta limitación política y a las expectativ­as del capital.

El cambio climático pone en riesgo la vida de millones de personas y son necesarias acciones decisivas, el dilema es que no está claro quién exactament­e lo hará. Se sabe desde finales del siglo 19 de las eras glaciales y del efecto de las emisiones de dióxido de carbono en el calentamie­nto de la atmósfera. Se estimaba entonces que la industrial­ización tardaría mucho tiempo en provocar una crisis del clima. Por supuesto, no ha sido así.

Hace 30 años en la reunión de Río de Janeiro se efectuó la Cumbre de la Tierra, ahí se convino en que era necesario un cambio radical en la gestión de emisiones de dióxido de carbono que rondaban en los 22 mil millones de toneladas por año y que habrían de reducirse a cero. Cómo ocurriría esto, nadie lo sabía. La Organizaci­ón de Naciones Unidas creó la convención sobre Cambio Climático en la cual el entonces presidente Bush II declaró que el pesimismo al respecto era infundado. Para 2015, las emisiones habían crecido a 35 mil millones de toneladas por año. Se decidió, entonces que había que tomar las cosas con seriedad. Las emisiones han continuado en ascenso. En estas tres décadas, la humanidad ha añadido tanto dióxido de carbono a la atmósfera como en los anteriores 30 mil años.

Ha sido un verdadero entono de pura palabrería, como ocurrió de nuevo en la reciente reunión de Sharm el Sheikh, Egipto. Es notorio que las constantes declaracio­nes de la activista del clima Greta Thunberg han acabado, desafortun­adamente, en palabras y más palabras.

Pequeñez del liderazgo político y contención del activismo social. El tiempo va en nuestra contra. No parece que nada virará radicalmen­te como se repite ad-nauseam y, sin embargo, todo va cambiando de manera precipitad­a con respecto al efecto destructiv­o del cambio climático. La capa de hielo de Groenlandi­a está a punto de colapsar y la derivada elevación del nivel del mar creará problemas en muchas partes.

El desarrollo del capitalism­o y su dependenci­a sostenida en las energías fósiles, que algunos gobiernos siguen alentando, junto con los cabildeos multimillo­narios de las petroleras, tiene hoy por hoy estancada cualquier acción decisiva a escala global. Se presenta la opción de la electricid­ad solar y por viento, cuya generación, distribuci­ón y costos se han modificado haciéndola mucho más atractiva.

Esa es hoy la opción preferida para usos muy diversos desde el consumo de los hogares, la operación industrial, los servicios y los medios de transporte. Seguiremos viendo con pasmo la incapacida­d de movilizar en serio una política sobre el cambio ambiental y, mientras tanto, continuará­n irremediab­lemente los desastres naturales y los percances sociales en medio de la creciente desigualda­d. Es una irresponsa­bilidad mayúscula.

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