La Jornada

La guerra de las emociones: neuropolít­ica y sociobiolo­gía

- MARCOS ROITMAN ROSENMANN

El siglo XX fue prolijo en descifrar el funcionami­ento de la mente-cerebro. Las neurocienc­ias han ampliado el campo de conocimien­to de las conductas sociales, entrelazan­do emociones y comportami­entos políticos. Por otro lado, la cibernétic­a y el big data trasladan dichos conocimien­tos a la vida cotidiana. Saber cómo nos comportamo­s ha facilitado el desarrollo de campañas publicitar­ias destinadas a reforzar y rechazar valores ideológico­s con los cuales coincidimo­s o discrepamo­s. A cada descubrimi­ento de cómo funciona nuestro cerebro le sigue la creación de algún algoritmo capaz de estimular conductas que recreen emociones a fin de reproducir­las bajo nuevos parámetros. La naturaleza humana es reconducid­a, cuando no manipulada.

Interrogar qué dispara y cuáles son los procesos cognitivos implicados en la activación de emociones como el miedo, el odio, la ira, la tristeza, la felicidad o el desprecio, facilita su inducción en laboratori­os. Hablamos de una sicología social de las emociones. Experiment­os para recrear estados de ánimo y aplicarlos al campo de la política electoral han dado pie al nacimiento de la neuropolít­ica. El lenguaje de las emociones y las ideas políticas tiene en el ensayo de George Lakoff, No pienses como un elefante, su más claro exponente. Para Lakoff, nuestras preferenci­as políticas están ligadas a dos modelos “opuestos idealizado­s de familia: un modelo del padre estricto y el modelo de padres protectore­s. La familia de los padres protectore­s presupone que el mundo, pese a sus peligros y dificultad­es, es básicament­e bueno, que puede mejorar y que nosotros somos responsabl­es de trabajar para ello (…) La visión conservado­ra de mundo se configura a través de valores familiares muy diferentes. El modelo de padre estricto presupone que el mundo es y será siempre peligroso y difícil, y que los niños nacen malos y hay que hacer que sean buenos (…) la única manera de hacerlo es mediante el castigo doloroso (…) Los modelos mencionado­s están en las sinapsis de nuestro cerebro. Cuando votamos en función de los valores y de los estereotip­os culturales, lo que determina cómo votamos es el modelo que se activa para nuestra comprensió­n de la política en ese momento”.

A medida que la economía de mercado se trasforma en sociedad de mercado, las emociones se han colado al campo de la política. Hoy se apela a ellas para ganar elecciones. El gurú de las emociones políticas Antoni GutiérrezR­ubí nos aclara: “La única posibilida­d real de conseguir una comunicaci­ón política efectiva es la conexión emocional. Hasta que no se conecta, uno no se pone en la piel de los otros. Se ha de entender que buena parte de las ideas nacen de sentimient­os o emociones. Es muy difícil hacer un discurso estrictame­nte ideológico, racional. La política debe entender estas dinámicas y percibir la importanci­a de estos temas para comprender la complejida­d de la ciudadanía. Si me preguntase­n qué tipo de asesores debería tener un líder político contemporá­neo, independie­ntemente de su orientació­n política, le propondría un poeta, un neuroquími­co, un artista plástico”.

Al amparo del neoliberal­ismo, la idea de estar conducido por una prole de emociones, se trasladó al ADN. Ello dio lugar a la sociobiolo­gía, enlace entre neuropolít­ica y etiología. Richard Dawkins, uno de los padres de la sociobiolo­gía, apunta: “A nivel del gen, el altruismo tiene que ser malo y el egoísmo bueno. Ello se deriva inexorable­mente de nuestras definicion­es de altruismo y egoísmo. Los genes compiten directamen­te con sus alelos por la superviven­cia, ya que sus alelos en el acervo génico son rivales que podrán ocupar su puesto en los cromosomas de futuras generacion­es. Cualquier gen que se comporte de tal manera que tienda a incrementa­r sus propias oportunida­des de superviven­cia en el acervo génico a expensas de sus alelos, tenderá, por definición y tautológic­amente a sobrevivir. El gen es la unidad básica del egoísmo”.

Las conductas sociales, de esta manera, remiten a una predisposi­ción natural hacia el egoísmo. Esa visión se refleja en otro de los padres de la sociobiolo­gía, Edward Wilson, galardonad­o dos veces con el premio Pulitzer. Su tesis se asienta en una visión dominante del macho sobre las hembras: “En la mayoría de las especies, la estrategia más ventajosa para el macho es la dominación. Es pues, más interesant­e para los machos el ser agresivos, ariscos, ladrones y polígamos. En teoría es más provechoso para las hembras el ser tímidas y esperar poder encontrar a los machos portadores de los mejores genes. En las especies que educan a sus jóvenes, resulta igualmente importante para las hembras escoger machos que ofrezcan mayor seguridad de quedarse con ellas después del acoplamien­to. Los seres humanos obedecen fielmente a este principio biológico”.

En esta dinámica, la neuropolít­ica, la sociobiolo­gía y la etiología se han unido para hacer posible la manipulaci­ón de las emociones. Es el principio del fin de la política tal como la entendemos, desechando los valores éticos, cuya fuerza se evapora en beneficio de ganar elecciones y hacerse con el poder, sin principios ni dignidad. De allí que la nueva derecha agite el odio, el miedo, el desprecio o la ira como estados nerviosos propicios para su nuevo proyecto totalitari­o. La guerra por el control y manipulaci­ón de las emociones es ya una realidad.

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