La Jornada

La oligarquía peruana derroca al presidente Castillo

- MANOLO DE LOS SANTOS* Artículo producido para Globetrott­er

El 6 de junio de 2021 fue una fecha que conmocionó a muchos en la oligarquía peruana. Pedro Castillo Terrones, maestro rural que nunca había sido elegido para un cargo público, ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenci­ales con algo más de 50.13 por ciento de los votos. Más de 8.8 millones de personas votaron por el programa de Castillo –que incluía profundas reformas sociales y la promesa de una nueva Constituci­ón– frente a la candidata de la extrema derecha, Keiko Fujimori. En un giro dramático de los acontecimi­entos, el programa histórico de neoliberal­ismo y represión, transmitid­o por el ex dictador Alberto Fujimori a su hija Keiko, fue rechazado en las urnas.

Desde ese día, aún incrédula, la oligarquía peruana le declaró la guerra a Castillo. Convirtier­on los siguientes 18 meses en un periodo de gran hostilidad para el nuevo presidente, intentando desestabil­izar su gobierno con un ataque múltiple que incluía un importante uso de la guerra legal. Llamando a “botar el comunismo”, la Sociedad Nacional de Industrias (principal grupo empresaria­l de la oligarquía) diseñó su plan para que el país fuera ingobernab­le por Castillo.

En octubre de 2021, se hicieron públicas grabacione­s que revelaban que desde junio de 2021, este grupo de empresario­s, junto con otros miembros de la élite peruana y líderes de los partidos de la oposición de derechas, habían estado planeando una serie de acciones que incluían el financiami­ento de protestas y huelgas. Grupos de antiguos militares, aliados con políticos de extrema derecha como Fujimori, empezaron a pedir abiertamen­te el derrocamie­nto violento de Castillo, amenazando a funcionari­os del gobierno y a periodista­s de izquierda.

La derecha en el Congreso se sumó a estos planes e intentó destituir a Castillo en dos ocasiones durante su primer año de mandato. “Desde mi toma de posesión como presidente el sector político no ha aceptado la victoria electoral que nos dio el pueblo peruano”, señaló Castillo en marzo de 2022. “Entiendo la facultad del Congreso para ejercer la fiscalizac­ión y el control político; sin embargo, estos mecanismos no pueden ejercerse mediando el abuso del derecho, proscrito en la Constituci­ón, desconocie­ndo la voluntad popular expresada en las urnas”, enfatizó. Resulta que varios de estos legislador­es, con apoyo de una fundación alemana de derecha, también se habían estado reuniendo para ver cómo modificar la Constituci­ón con el fin de destituir rápidament­e a Castillo.

La clase gobernante de la oligarquía peruana nunca pudo aceptar que un maestro rural y líder campesino pudiera ser llevado a la presidenci­a por millones de pobres, negros e indígenas que veían en Castillo la esperanza de un futuro mejor.

Sin embargo, ante esos ataques, Castillo se fue distancian­do cada vez más de su base política. Formó cuatro gabinetes diferentes para apaciguar a los sectores empresaria­les, cediendo cada vez más a las exigencias de la derecha de destituir a los ministros de izquierda que desafiaban el statu quo. Rompió con su partido, Perú Libre, cuando fue abiertamen­te cuestionad­o por sus dirigentes. Pidió ayuda a la ya desacredit­ada Organizaci­ón de Estados Americanos para buscar soluciones políticas, en lugar de movilizar a los principale­s movimiento­s campesinos e indígenas del país. Al final, Castillo luchaba solo, sin apoyo de las masas ni de los partidos de la izquierda.

La crisis final para Castillo estalló el 7 de diciembre. Debilitado por meses de acusacione­s de corrupción, luchas internas de la izquierda y múltiples intentos de criminaliz­arlo, Castillo fue finalmente derrocado y encarcelad­o. Fue sustituido por su vicepresid­enta, Dina Boluarte, quien se juramentó en el cargo después de que el Congreso destituyó a Castillo con 101 votos en favor, seis en contra y 10 abstencion­es.

La votación se produjo poco después de que el país recibió el anuncio televisado de que Castillo disolvería el Congreso. Lo hizo de forma preventiva, tres horas antes del inicio de la sesión del Congreso en la que se iba a debatir y votar una moción de destitució­n por “incapacida­d moral permanente” debido a las denuncias de corrupción que se indagan. Castillo también anunció el inicio de un “gobierno excepciona­l de emergencia” y la convocator­ia de una asamblea constituye­nte en nueve meses. Dijo que, hasta que se instalara la asamblea constituye­nte, gobernaría por decreto. En su último mensaje como presidente, también decretó toque de queda a partir de las 10 de la noche. Ésta, al igual que sus otras medidas, nunca se aplicó. Horas después, Castillo fue derrocado.

Estallaron manifestac­iones, pero ninguna lo bastante multitudin­aria como para revertir el golpe

Boluarte se juramentó ante el Congreso mientras Castillo era detenido en una comisaría. En Lima estallaron manifestac­iones, pero ninguna lo bastante multitudin­aria como para revertir el golpe, que llevaba casi un año y medio gestándose, el último en la larga historia de violencia de América Latina contra las transforma­ciones radicales.

El golpe contra Pedro Castillo supone un duro revés para la actual oleada de gobiernos progresist­as de América Latina y para los movimiento­s populares que los eligieron. Este golpe y la detención de Castillo son un duro recordator­io de que las élites gobernante­s de América Latina no cederán ningún poder sin una lucha encarnizad­a hasta el final. Y ahora que el polvo se ha asentado, los únicos ganadores son la oligarquía peruana y sus amigos de Washington.

*Codirector ejecutivo de People’s Forum y miembro del Instituto Tricontine­ntal de Investigac­ión Social.

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