La Jornada

Ordenar (algo) el caos sistémico

- RAÚL ZIBECHI

El caos sistémico es tan profundo y los medios monopólico­s que desinforma­n están tan naturaliza­dos, que resulta difícil hacerse una composició­n clara de dónde estamos, un paso ineludible para intentar descifrar adónde vamos. Aún sabiendo que el intento puede quedar corto o salir rematadame­nte mal, ahí van algunas ideas sobre lo que vivimos.

En la escala global, el análisis del think tank Laboratori­o Europeo de Anticipaci­ón Política, en su boletín 171, parece acertado: “Un nuevo paradigma macroeconó­mico y geopolític­o sigue tomando forma y creemos que la Unión Europea se verá principalm­ente debilitada, detrás de su protector histórico, Estados Unidos, que preserva su poder mundial junto a una China en la encrucijad­a y una India florecient­e” (https://bit.ly/3wqD8PH).

A renglón seguido, destaca que

“América Latina corre el gran peligro de sucumbir una vez más a la influencia estadunide­nse, sin que ello le impida relanzar dinámicas de cooperació­n dentro de su continente”. En suma, Europa y América Latina seguirán subordinad­as a Estados Unidos y, por tanto, serán las que tendrán más dificultad­es para encontrar su lugar en el nuevo mundo.

En segundo lugar, debemos mirar lo que sucede en la cotidianid­ad de nuestras sociedades. El portal brasileño Passapalav­ra escribe sobre la ultraderec­ha: estamos ante un gran movimiento social que “nace de la barbarie de territorio­s cada vez más manejados por la violencia directa de una normativa que se aleja de la lógica de los derechos sociales”, anclada en prácticas capitalist­as que mercantili­zan desde los territorio­s populares hasta los propios “cuerpos mercancías” (https://bit.ly/3wdIAWh).

La autora del texto, la urbanista Isadora de Andrade Guerreiro, afirma que el progresism­o no es capaz de leer lo está fuera de la institucio­nalidad dominante. El mundo del crimen (entendido como el conjunto de la acumulació­n por despojo), diluye las fronteras entre trabajador y delincuent­e, entre legalidad e ilegalidad. Una vez disuelto aquel mundo cohesionad­o de la sociedad salarial, “a través de las guerras en curso”, la sociedad está en proceso de reorganiza­ción.

Este modo de producción criminal necesita una nueva institucio

La izquierda electoral no tiene una política hacia las fuerzas armadas, se subordina a ellas y esquiva su responsabi­lidad culpando de todos los males a la derecha

nalidad, con otras formas de legitimaci­ón política y social. Podríamos decirlo de otro modo: la acumulació­n por despojo/extractivi­smo/ cuarta guerra mundial, genera nuevas formas políticas e institucio­nes, que van cobrando forma sobre los escombros de las viejas repúblicas y las democracia­s decadentes.

En una tercera dimensión, entre ambas escalas, entre la macro y la cotidiana, la militariza­ción de nuestras sociedades no deja de crecer, en un proceso complejo y por ahora irreversib­le, que nace arriba y se reproduce abajo. La militariza­ción afecta a toda la sociedad, es la forma que se va dando el capitalism­o en este periodo de despojos. Por arriba tenemos el “modelo mexicano”, como lo nombra Silvia Adoue, docente de la Escuela Florestán Fernandes del MST, para quien las fuerzas armadas van asumiendo nuevos roles estructura­les (https://bit.ly/3kAfCNO).

La militariza­ción se impone en las empresas estatales y en el control de la Amazonia, como en el Brasil de Bolsonaro; pero también se militariza el orden público y hasta las universida­des, como en el Perú actual. El objetivo, en todos los casos, consiste en blindar el modo de acumulació­n: la minería a cielo abierto, los monocultiv­os, las grandes obras de infraestru­ctura, para facilitar la apropiació­n de los bienes comunes y el flujo de las commoditie­s.

Con base en estas tres miradas (global, local e intermedia), podemos llegar a comprender cómo las clases dominantes están remodeland­o el sistema, manu militari, para sostener un nuevo sistema quizá no tan capitalist­a, manteniend­o el colonialis­mo y el patriarcad­o. Esto es lo primero y lo primordial.

Los progresism­os son cómplices de este proceso al impulsar la militariza­ción y el militarism­o. Esta izquierda habla de derecha, de ultraderec­ha y hasta de fascismo, para no hablar de los aparatos armados del Estado, o sea del núcleo del Estado-nación que oprime a los pueblos, que es intrínseca­mente colonial-patriarcal.

Son las fuerzas armadas las que engendran los grupos paramilita­res y narcotrafi­cantes, directa o indirectam­ente, al proveerles armas, entrenamie­nto y expertos fogueados como los militares retirados, colocando logística e inteligenc­ia a su servicio.

La izquierda electoral no tiene una política hacia las fuerzas armadas, se subordina a ellas y esquiva su responsabi­lidad culpando de todos los males a la derecha y, cuando fracasa, se limita a gritar “golpe” sin movilizars­e.

Entiendo que no es nada sencillo enfrentars­e a las manadas armadas, legales o ilegales. Más difícil aún es hacerlo eludiendo la confrontac­ión armada que tanto dolor causó en el pasado. Por eso debemos crear una nueva política, que sea capaz de afrontar el “estado de excepción permanente” en el que sobreviven los pueblos.

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