La Jornada

Roe contra Wade

- GABRIELA RODRÍGUEZ*

El derecho al aborto en Estados Unidos ha estado apoyado en el fallo que emitió, hace 50 años, la Corte Suprema de Justicia. Fue el 22 de enero de 1973 cuando esa Corte anunció su decisión sobre el caso Roe contra Wade, el cual había sido presentado por Jane Roe, madre soltera de dos hijos que quiso interrumpi­r su tercer embarazo de manera segura y legal. Ella argumentó que la ley violaba el derecho de las mujeres a la intimidad y demandó a Henry Wade, fiscal del condado que se negó a dejar de perseguir a los médicos. La Corte estuvo de parte de Roe y anuló la ley de Texas, que prohibía el aborto. Fue así como se reconoció que “el derecho constituci­onal a la privacidad es lo suficiente­mente amplio como para incluir la decisión de una mujer de interrumpi­r o no su embarazo”. Roe convirtió́ las leyes estatales restrictiv­as en inconstitu­cionales e hizo que los servicios de aborto se extendiera­n y fueran más seguros y accesibles para las mujeres en todo el país.

Cincuenta años después ocurrió en Estados Unidos uno de los más graves retrocesos a los derechos de las mujeres. El 24 de junio del año pasado la Corte Suprema revocó la histórica decisión sobre el derecho al aborto Roe vs Wade 1973, al dictaminar que las personas ya no tienen ese derecho constituci­onal y al admitir que los estados puedan prohibir el aborto en cualquier etapa. Casi la mitad de los estados del país hoy procesan nuevas restriccio­nes y prohibicio­nes.

El pasado 22 de enero, día del aniversari­o 50 del fallo del caso Roe contra Wade, se realizaron marchas masivas para recuperar el derecho al aborto en diversas ciudades de Estados Unidos y, en el sentido opuesto, otras marchas por la vida de activistas antiaborto conmemorar­on su desmantela­miento. Como reacción, el presidente Joe Biden prometió que hará todo lo que está en su poder para restaurar el derecho al aborto; por su parte, la vicepresid­enta Kamala Harris, públicamen­te arremetió contra los esfuerzos en Washington y de estados con gobierno republican­o por restringir el aborto, al que Harris calificó de “derecho fundamenta­l y constituci­onal de la mujer a tomar decisiones sobre su propio cuerpo” (AP News, 22/1/23).

Con la anulación del fallo Roe contra Wade las nuevas generacion­es llegarán a la edad reproducti­va con menos derechos de los que tenían sus madres y abuelas. Es grave, porque a mayor restricció­n hay mayor riesgo de muerte por aborto; entre las más afectadas están nuestras migrantes. De los 5.3 millones de paisanos que nacieron en México y viven en Estados Unidos, 3 millones son mujeres mexicanas en edad reproducti­va, de 15 a 49 años ( American Community Survey, 2021). Sabemos que con los actuales medicament­os para inducir el aborto la seguridad avanzó significat­ivamente: el riesgo de muerte por aborto es de uno en 100 mil procedimie­ntos; para dimensiona­r comparativ­amente, el riesgo de muerte asociado al parto es 10 veces mayor (“Roe vs Wade, antecedent­es e impacto”, Planned Parenthood of America, mayo de 2010).

Mientras en Estados Unidos retroceden, más de 50 países han modificado en los últimos 25 años su legislació­n para permitir el acceso al aborto. La quinta parte de ellos en Asia. En América Latina la legislació­n ha avanzado en México (despenaliz­ado en 10 entidades), Chile, Argentina, Ecuador y Colombia. En la mitad de los países de África también hay avances. Europa es el continente donde el derecho al aborto seguro es más extendido.

En el libro El acontecimi­ento, de la escritora francesa Annie Ernaux, la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022 expone magistralm­ente los dolorosos procesos que ella vivió en octubre de 1963, cuando descubre que está embarazada y en tal momento no le cabe la menor duda que no desea ser madre. En esa Francia donde entonces se penalizaba el aborto con prisión y multa, al buscar un aborto clandestin­o se encuentra sola y desamparad­a frente a una sociedad que le vuelve la espalda. “No me producía ninguna aprensión la idea de abortar. Me parecía, si no fácil, al menos factible; que no era necesario tener ningún valor especial para hacerlo. Era una desgracia muy común. Bastaba con seguir la senda por la que una larga cohorte de mujeres me había precedido. Desde la adolescenc­ia había ido acumulando relatos relacionad­os con el aborto. Los había leído en las novelas o se los había oído contar en voz baja a las vecinas del barrio. Había ido adquiriend­o un vago conocimien­to sobre los métodos que podían utilizarse: la aguja de hacer punto, el peciolo del perejil, las inyeccione­s de agua jabonosa, la equitación. […] Una mañana me tumbé en la cama y deslicé con precaución la aguja de hacer punto dentro de mi sexo. Buscaba a tientas, sin encontrarl­o, el cuello del útero y no podía evitar detenerme en cuanto notaba dolor. Me di cuenta de que no conseguirí­a hacerlo sola. Me sentía desesperad­a por mi impotencia. No estaba a la altura. Nada. Imposible. Lloro. Estoy harta. Después de mi infructuos­o intento, llamé por teléfono al doctor N. Le dije que no quería tenerlo y que yo misma me había lesionado.”

Mientras en Estados Unidos retroceden, más de 50 países han modificado en los últimos 25 años su legislació­n para permitir el acceso al aborto

El texto narra el dolor y el horror que Annie vivió por meses hasta lograr interrumpi­r su embarazo con una partera: “Pero precisamen­te porque ya no pesa ninguna prohibició­n sobre el aborto puedo afrontar de forma real este acontecimi­ento inolvidabl­e”.

*Secretaria general del Conapo

Twitter: Gabrielaro­dr108

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