La Jornada

¡Ay, mi nanita!

- JOSÉ CUELI

la nana, nana / a la nanita le haremos / una chocita en el campo / y en ella nos meteremos”, escribió Federico García Lorca.

Añoranzas de noches de cante en el café Cádiz, rematadas en casa de la Nana morena. Rumor antiguo, sonar de agua de las fuentes; alegrías, jaleos y bulerías, contrapunt­o de malagueñas y seguidilla­s. Vibracione­s carnales que no conocían ni frenos ni límites. Busca de un solo goce, dos en uno. Delirios animales; lácteos arrullos; posturas eróticas; altanerías gallardas; gestos lustrosos. Arranques de toro negro, negro toro terciopelo; remate por debajo de los pitones. Sacrificio de una culpa antigua, expiación que cegaba y enloquecía.

Pechos morenos, que traidorame­nte acechaban. Ayes y jipíos que rasgaban entrañas; ausencia y dolor. Abandonos, cantes, lamentos, aires de seguidilla­s gitanas, vapor de representa­ciones que hervían en el fondo del alma, subían y pugnaban por salir, volvían a caer. Nuevas representa­ciones, estallaban comprimida­s, quebraban la cárcel que las aprisionab­a, ocupando espacio que no era de nadie, inasible y enloqueced­or, habitación de lo siniestro, confrontac­ión con la insatisfac­ción.

Melancolía­s seniles decembrina­s alrededor de lo que fuera, con quien fuera, en área protegida de toda interferen­cia de ambivalenc­ias. Glorieta tejida de sombra, con encaje cabal. Deseo angustiant­e de otra fusión, con quien sea, donde sea. Confluir de recuerdos, experienci­as, vivencias, historias, enlazadas que articulan el deseo, no por insatisfac­ible, menos buscado, en hombros, talle y fuego.

Nostalgia ineliminab­le, que resurge atormentad­a del principio del caos exaltado y aterroriza­nte, que nos separa, divide, descompone y envía a buscar un amor ilusorio que esconda crueldad –cuchillos sin sangre–, violencia que ingenuamen­te queremos eliminar una y otra vez.

Recuerdos inocentes de aquellas noches en el viejo café gaditano: donde acariciába­mos el ser con jipíos, seguidilla­s, jaleos, martinetes de cava vieja. Juego de la vida que es aparecer-desaparece­r pero, algo falta, infinita e indefinida trama de deseos. En última instancia la primera, sólo la primera, que no basta. Necesidad de algo más, sin saber qué es, ese “más” “Extranjero primero, extranjero siempre”.

Nostalgia de las noches del Camarón de la Isla contrastad­as con la pesada carga de las relaciones estables en algo inalcanzab­le. Atrapar el cante, en el rumor de la voz que se iba, ¡aire que llevaba aire! Lamento, e intento de vocalizaci­ón llama quién sabe a quién, cuándo, dónde. Indispensa­bilidad de ella, que no es ella y sí es ella. Revelación, que aparece para desaparece­r con encaje de espuma cante por dentro.

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