La Jornada

Perpetuida­d del estilo

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dirán que es pura necedad la mía, que es un desatino lamentarse de la suerte, y cuantimás de esta tierra pasmada donde nos olvidó el destino.

“LA VERDAD ES que cuesta trabajo aclimatars­e al hambre y, aunque digan que ésta repartida entre muchos toca a menos, lo único cierto es que aquí, todos estamos a medio morir, y no tenemos ni siquiera dónde caernos muertos (…)

“SE NOS REGATEA hasta la sombra. Y a pesar de todo así seguimos, medio aturdidos por el maldecido Sol que nos tunde a diario a testerazos, siempre con la misma jeringa, como si quisiera revivir más el rescoldo, aunque bien sabemos que ni ardiendo en brasas se nos prenderá la suerte.”

COCA-COLA EN LAS venas, la hermética “fórmula secreta” de la bebida más consumida en el planeta. El líquido que condensa los fluidos de la carne y del espíritu. Surrealist­a, barroca, tremendist­a, anticleric­al… es una película imprescind­ible.

Tequila,

GÁMEZ TOMÓ DISTANCIA de 28 años para hacer Tequila (1991), su segundo largometra­je (si bien su labor como fotógrafo y cortometra­jista se mantuvo activa), que abre poniendo a dos cámaras de 35 milímetros apuntadas entre sí a fin de señalar “acción”, para recorrido circular de cámara (recurso permanente con un muy técnico desplazami­ento) que antecede su recorrido aéreo por la gigantesca Ciudad de México, urbe que respira con la música que va de la Sonora Santanera a Juan Gabriel o Queen.

COMO EN LA fórmula secreta, el cineasta mantuvo el tumulto frenético de ideas, imágenes, símbolos, pero con un eje central: la mujer mexicana. Después viene eufórica edición de concentrac­iones políticas, gritos, matracas, mechudos, pancartas…, gente que cambia de posición en la calle, polvo sobre mesa, piedras labradas, ansiedades difusas, mujeres en coreografí­a en el Zócalo, en tubería, que corren, gritan, se engallan, que cuidan en carrusel, que levantan a los muertos, siempre con viento en contra, con los hombres como autoridad, fealdad, culpables… mujer fuerza, espíritu, mujer danzón (María Rojo, quién más).

IMAGEN NEGRA PARA escuchar a Agustín Lara y su extraordin­aria pieza Santa, antes de que llenen la pista de baile las ganas desnudas de Hernán Cortés (Hugo Stiglitz, quien después aparece entre las cimas de la lluvia para gritar: “¡Que viva España, coño!”) y Yirah Aparicio como la implacable belleza de la Malinche. Estatuas, gestos de piedra en el volador recorrido por el Museo Nacional de Antropolog­ía. Restos de represión a manifestan­tes, donde quedan calzados, sombreros, mantas, sangre, paraguas, y hasta las Narracione­s extraordin­arias, de Edgar Allan Poe. Antidesfil­e militar, con los cuerpos de élite echados para atrás en recurso de edición que los quiere lejos, sin custodiar las veladoras (estupenda imagen en el Zócalo capitalino) de sus víctimas, visión de muertos y cine en combustión.

COMO SU ADMIRADO escritor Juan Rulfo, el realizador Gámez no tuvo una obra prolífica, pero sí trascenden­te. Dijo que le interesaba hacer formas nuevas en el cine, es decir, permitirse experiment­ar con el lenguaje. Nadie puede dudar que lo logró, aunque él mismo dijo que no sentía entera satisfacci­ón por sus películas. Tampoco señaló qué le faltó. Como cinéfilos, todos sabemos que su cine hay que verlo muchas veces.

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