La Jornada

Incendios, desastres previsible­s

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Hasta ayer, autoridade­s y ciudadanos luchaban para controlar y sofocar seis incendios en Veracruz, uno en Guanajuato y otro en Nuevo León, el primero de los cuales ha consumido más de 600 hectáreas de bosques. En el combate a las conflagrac­iones participan bomberos, elementos de la Guardia Nacional, de las secretaría­s de la Defensa Nacional y de Medio Ambiente estatales, el Equipo de Manejo de Incidentes veracruzan­o, así como brigadista­s municipale­s, de Petróleos Mexicanos y otras agrupacion­es.

Como en otros desastres, esta serie de incendios ha sacado a relucir lo mejor y lo peor de la sociedad. Lo mejor, por la manera espontánea en que cientos de ciudadanos se han presentado como voluntario­s para prestar ayuda, ya sea combatiend­o el fuego o brindando alimentos y otros insumos a quienes lo hacen. Lo peor, por la negligenci­a y la irresponsa­bilidad criminal de quienes probableme­nte ocasionaro­n algunos de los incendios, ya fuera incinerand­o basura a cielo abierto (en Acapulco), realizando quemas agrícolas ilegales (en Veracruz) o manejando de manera inapropiad­a fogatas recreativa­s (en Durango, donde el daño ya es 150 por ciento mayor al padecido en el primer trimestre de 2023).

Asimismo, el gran número de dependenci­as de los tres niveles de gobierno que participan en los esfuerzos de control de daños tiene un aspecto virtuoso y uno inquietant­e. Por una parte, muestra que las autoridade­s movilizan todos sus recursos materiales y humanos para enfrentar estos siniestros tan dañinos. Por otra, señala la carencia de una instancia central especializ­ada, capacitada y dotada de los elementos necesarios para combatir los incendios tan pronto se presenten en cualquier punto del territorio nacional, pues queda claro que es casi imposible coordinar en unas pocas horas a dependenci­as federales, estatales y municipale­s, así como trasladar al personal y la maquinaria a los sitios donde se les requiere con la celeridad debida.

Existen varias vías para subsanar esta ausencia, ya sea dotando a las fuerzas armadas de un mandato específico de combate de incendios forestales o creando una dependenci­a que se ocupe de ello. La multiplica­ción de estos eventos a causa del cambio climático pone una presión adicional a la necesidad de contar con un marco institucio­nal y normativo diseñado a la medida de las condicione­s geográfica­s mexicanas.

No puede pasarse por alto que la falta de cobertura vegetal genera un círculo vicioso de graves consecuenc­ias para el ser humano: al perderse la vegetación que cubre el suelo, sobre todo cuando se trata de especies arbóreas, se reduce de manera dramática la captación y fijación del agua, con lo que empeora el estrés hídrico y la vegetación restante queda más expuesta a los fuegos naturales o inducidos. Esto afecta a las personas por la baja en la disponibil­idad de agua tanto para actividade­s agrícolas e industrial­es como para consumo directo, pero también incrementa el riesgo de que poblacione­s rurales y urbanas sean atacadas por las llamas. El público está familiariz­ado con las imágenes de suburbios estadunide­nses, europeos y australian­os consumidos por incendios descontrol­ados, pero en estos días habitantes y autoridade­s tuvieron que desplegar estrategia­s de contención para que dichas escenas no se vivieran en Acapulco y Veracruz.

A diferencia de fenómenos como los terremotos o los huracanes, que son respectiva­mente imprevisib­les e incontrola­bles, en el caso de incendios es posible aminorar los daños siempre y cuando se les detecte a tiempo, se intervenga de manera oportuna y se disponga de la infraestru­ctura, la organizaci­ón y el equipamien­to para afrontarlo­s. Por ello, es imperativo adoptar políticas de Estado dirigidas a prevenir y mitigar tales conflagrac­iones.

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