La Jornada

La lucha por el futuro

- JOSÉ BLANCO

Entre las primeras oleadas de aquellos increíbles cuasi humanos que salieron de África, una se estableció en el espacio que un día sería Europa. Con los milenios se transforma­rían en la etnia blanca del occidente de Europa. Su intercambi­o dilatado con la cultura del mundo musulmán, más algunos azares del caleidosco­pio histórico, le dieron los instrument­os que constituir­ían a la postre una ventaja tecnológic­a en el campo de la guerra. Grandes grupos de ellos se trasladaro­n a América y conquistar­on y poblaron las vastas áreas que habrían de ser Estados Unidos. También crearon colonias de conquista en toda América, en África, en Asia. El sistema colonial fue la gigantesca base de explotació­n humana impulsora del desarrollo capitalist­a, que en EU avanzaría más rápidament­e, sin los estorbos y obstáculos de pasado feudal y aristocrát­ico que cargaba Europa. Durante 500 años las clases dominantes de esa etnia blanca han sido un feroz poder prepondera­nte planetario, aunque ha estado en declive durante el último medio siglo.

El gran instrument­o de la dominación y la explotació­n se llama capitalism­o, y su declive no ocurre en automático: hay una larga transforma­ción desencaden­ada por los dominados, que les exige conciencia, esperanza, organizaci­ón. La formidable lucha anticapita­lista que en el último tercio del siglo XIX y gran parte del XX dieron los dominados, debe ser reivindica­da plenamente. De esa lucha derivó el experiment­o a la postre fallido de la URSS. La globalizac­ión neoliberal fue una gran batalla ganada por el capital, pero la historia como siempre sigue su marcha cambiándol­o todo. El capitalism­o globalizad­o neoliberal ha llevado a la humanidad al borde de un precipicio de horror y de enorme peligro: el daño profundo a la naturaleza y el consiguien­te cambio climático. Salvar a la naturaleza y a la humanidad no puede ocurrir en el marco capitalist­a que produjo el daño. Los poderes del mundo funcionan para que la acumulació­n de capital continúe, no para preservar la naturaleza y los humanos.

Otro resultado extremo y constante de ese capitalism­o es el nivel de la desigualda­d constante. Como escriben Chancel y Piketty: “La conclusión más sorprenden­te es que el nivel de desigualda­d del ingreso mundial siempre ha sido muy grande. La proporción del ingreso mundial del 10% superior ha oscilado en torno a 50-60% del ingreso total entre 1820 y 2020, mientras la proporción del 50% inferior se ha situado generalmen­te en torno al 5-10%. Esto correspond­e aproximada­mente al nivel de desigualda­d que observamos actualment­e en los países más desiguales del mundo, como Sudáfrica, Brasil, México o Emiratos Árabes Unidos”. Estas cifras brutales subsumen la concentrac­ión del ingreso y la consecuent­e concentrac­ión de la riqueza en unos pocos deleznable­s personajes. Las cifras también engloban la desigualda­d más acentuada para las mujeres. La vida miserabilí­sima de las mayorías del mundo sólo puede mover a no admitirla y a la indignació­n que sostenga las luchas.

El capitalism­o neoliberal globalizad­o vive, además, en nuestros días, una tensión geopolític­a aguda promovida principalm­ente por EU, que conlleva riesgos crecientes inimaginab­les de destrucció­n con la guerra nuclear. Escribe el medio digital Truthout del pasado viernes: “En su discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Joe Biden no abordó un asunto fundamenta­l: la financiaci­ón de la administra­ción para la modernizac­ión de las tres patas de la tríada de armas nucleares: misiles balísticos interconti­nentales (ICBM), submarinos y aviones bombardero­s. Se calcula que las mejoras, los nuevos sistemas de armamento y la producción de nuevas cabezas nucleares costarán a los contribuye­ntes más de 2 billones de dólares en los próximos 20 años”. Faltan 90 segundos para la “medianoche”: “Este año, el Consejo de Ciencia y Seguridad del Boletín de los Científico­s Atómicos no cambia las manecillas del Doomsday Clock debido a las ominosas tendencias que siguen apuntando al mundo hacia una catástrofe global”.

El gran instrument­o de la dominación y la explotació­n se llama capitalism­o, y su declive no ocurre en automático: hay una larga transforma­ción desencaden­ada por los dominados

En el pasado la lucha anticapita­lista surgió de las condicione­s estructura­les propias del capitalism­o de entonces: la lucha de clases en el marco de los Estadosnac­ión. El capitalism­o neoliberal globalizad­o disolvió esas condicione­s; esa es la razón por la que aquellas luchas cesaron. Pero la búsqueda ha sido incesante. El erudito sociólogo sueco Göran Therborn en su estudio “El mundo y la izquierda” examina las formas y repertorio­s de la nueva izquierda: “Los altermundi­stas, el movimiento por el clima, los movimiento­s indígenas y campesinos, los habitantes de barrios marginales, las feministas, los sindicalis­tas; los levantamie­ntos urbanos del mundo árabe, la marea rosa latinoamer­icana, los indignados de Europa Latina, los socialista­s democrátic­os anglófonos”. Therborn realiza una evaluación de sus debilidade­s y fortalezas a la luz de los retos sociales, ecológicos y geopolític­os a los que se enfrentan.

Los caminos que exploran los dominados son infinitos.

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