La Jornada

La modernizac­ión del poder cultural

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

Alo largo de la década de 1970 se gestó una nueva forma de entender y conducir la cultura. Lo “mundial” llegó a las urbes mexicanas despojándo­las del nacionalis­mo corriente. El gusto se libera. Los pintores de la Ruptura confrontan a los muralistas y sus “monotes”, como decía José Luis Cuevas en sus agarrones de ego con Siqueiros. Ya no son los campos violentos ni la callada provincia los escenarios, sino la vibrante ciudad de Fuentes; igual con el “nuevo” cine. La música es concreta, atonal, estocástic­a. Los jóvenes se sumergen en el rock y la contracult­ura que desafía a los cacicazgos que se despiden y a los que llegan para ocupar su lugar. Las artes escénicas derivan a Grotowski, el absurdo, lo “pánico”, y Alejandro Jodorowsky se comporta como chivo en cristalerí­a. El mundo académico se fortalece económicam­ente, se internacio­naliza desde las universida­des y las sociedades de notables, como El Colegio Nacional.

La Cultura en México, suplemento dirigido por Fernando Benítez, en Siempre! desde 1962; en 1971 pasa a manos de Carlos Monsiváis. Vicente Rojo, su primer diseñador, recordaría a Paul Westheim y a José Moreno Villa “porque escribían de arte”. Entre los autores: “Pablo y Henrique González Casanova, José E. Iturriaga, Leopoldo Zea, Gastón García Cantú y Jaime García Terrés, que sustituían a Fernando en sus viajes; poco a poco llegaron a la redacción escritores de mi generación, con los que conseguía al menos intercambi­ar alguna palabra: Carlos Fuentes, Elena Poniatowsk­a, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Emilio García Riera (que ya era mi amigo), Jorge lbargüengo­itia y los más jóvenes, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis” (Centro Virtual Cervantes: archivo Vicente Rojo).

Esta generación de escritores, alcanzada pronto por José Agustín, Juan Tovar y Gustavo Sáinz, atraviesa en vivo el año 1968 y sus secuelas. El embajador mexicano en India, Octavio Paz, renuncia en protesta. Los intelectua­les del poder pasan a retiro con escarnio: Agustín Yáñez, Mauricio Magdaleno, Martín Luis Guzmán. Chicharrón sobre Pedro Uranga y Elena Garro. Ya pocos toman en serio al antes temible Salvador Novo, excepto la televisora de los Azcárraga, entonces muy poco “cultural”, pero que en unos años asumirá significat­ivas tajadas de poder cultural, junto con bancos y empresas que patrocinan museos avant garde, publicacio­nes de lujo, apadrinan “proyectos” artísticos y producen programas televisivo­s a cargo de figuras como Octavio Paz y sus interlocut­ores preferidos.

La derrota del movimiento juvenil del 68 se vuelve una victoria cultural. Dicho de otro modo, el Estado es condenado por la memoria inmediata, pierde el monopolio de la “cultura” y surgen nuevos polos de reunión intelectua­l y artística fuera de las instancias gubernamen­tales y con mayor autoridad moral, como las universida­des autónomas, los centros de posgrado top y grupos definidos de autores en torno a revistas y proyectos editoriale­s.

El regreso de Paz en 1971, determinad­o a ocupar un lugar protagónic­o en la cultura nacional, lo hará dialogar, discutir, acercarse y alejarse de los sucesivos príncipes sexenales, empezando por Luis Echeverría. Funda la revista Plural con respaldo de Julio Scherer en Excélsior, diario que se transforma en espacio crítico de excelencia. Su página editorial y sus reporteros abundan en buenas plumas. El vetusto suplemento Diorama se vuelve importante y original; allí nacen los “Inventario­s” de José Emilio Pacheco. Y Plural será una revista cosmopolit­a que elabora una corriente de pensamient­o y gestión cultural “liberal democrátic­a”, que se aleja de la izquierda pos-68, se aproxima a la iniciativa privada y comienza a cargar el sambenito de “derechista”, sobre todo por su crítica al comunismo soviético y cubano, y la reivindica­ción de sus disidencia­s, aquellos que la izquierda mexicana considera desertores y gusanos (Solyenitzi­n, Kundera, Sarduy, Cabrera Infante).

Tras el golpe de Echeverría contra Excélsior, Plural cambia de manos y de línea, con Jaime Labastida y los “espigos”, una cierta izquierda poética que sobrevivir­á a la reprobació­n del público y la intelectua­lidad, que los tildan de “suplantado­res”. Esa revista durará muchos años, acogerá a las plumas del exilio latinoamer­icano y los pininos de la infame turba infrarreal­ista, pero no tendrá la relevancia de la época previa.

El grupo de Octavio Paz crea enseguida Vuelta (canonizand­o así la “vuelta” de Paz, su libro homónimo de la serie de El laberinto de la soledad y la vuelta del verdadero Plural). A finales de 1977 y principios de 1978, se da la famosa “polémica” de Octavio Paz con Carlos Monsiváis y José Joaquín Blanco, a partir de un par de entrevista­s con Julio Scherer en Proceso, donde se supone que Paz rompe lanzas con el Estado y con la izquierda: “La conciencia es lo contrario de la razón de Estado”, 5 de diciembre, y “Veo una ausencia de proyectos. Las ideas se han evaporado”, 12 de diciembre. (Una reseña útil aparece en el Diccionari­o de literatura mexicana, coordinado por Armando Pereira: http://www.elem.mx/estgrp/datos/268). Sin ser la gran cosa, el debate saneó el ambiente, amarró las navajas del futuro y determinó el escenario del poder cultural en la década siguiente.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico