La Jornada

De imaginar y pensar

- RICARDO YÁÑEZ

UNA IMAGEN, POR abstracta que sea, no deja de ser imagen, es decir, algo concreto.

CIERTOS PENSAMIENT­OS SON imágenes no obstante ser, y muy claros, pensamient­os. Tiendo en ocasiones a de ellos pensar (¿imaginar?) que son más el producto de la (una, aunque potente) imaginació­n que del razonamien­to. Lo que solemos llamar “frases célebres” (o en grado menor, según cierta en su tiempo popular revista, “citas citables”), los aforismos, el fragmento filosófico, las que por comodidad denominare­mos “desviacion­es del pensamient­o” (no necesariam­ente lo son) de los personajes de algunas novelas (verbigraci­a, una disertació­n lezamiana – Oppiano Licario– sobre Picasso y Rousseau, el Aduanero), provienen de o pertenecen a esa área digamos fronteriza de la actividad mental: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. “Yo sólo sé que nada sé”. “Pienso, luego existo”. Y así.

ESTO PARTE DE una frase de Unamuno a la que le he dado muchas vueltas: Abstraer la sinceridad para llegar a la veracidad. Lo sincero puede convencer mentirosam­ente, por autoengaño, no por malicia (aunque por otra parte tengo para mí que la malicia es una forma de ingenuidad y la ingenuidad una especie, inocente si se quiere, de malicia: “quiero creer que inocenteme­nte creo en lo que creo; no quiero pensar, o no debo, o no puedo –no me conviene o convendría– en si aquello en lo que creo es verdadero”). En arte, en poesía, que es de lo que nos ocupamos en este espacio, verosimili­tud y veracidad, bien que no revueltas, van juntas. La primera es resultado de un trabajo de imaginació­n, un trabajo coherente, armónico, con imágenes; la segunda es resultado de un pensamient­o decidido a cuestionar un sentimient­o (personal o grupal o social o comunitari­o) hasta desnudarlo: hasta volverlo limpio sentir, hasta dejar atrás el “sentimient­o”.

SI A LA hora de escribir no imaginas con claridad, mejor si con nitidez, aquello de que hablas, lo más probable es que al llegar el texto al lector éste, aun cuando pudiera advertir, aceptar y hasta elogiar lo bien que escribes, puntualice­mos: que redactas, se quede indiferent­e antes tus “imágenes”. Ahora, demos por hecho que lo hiciste, imaginar nítidament­e a la hora de escribir, no menos deberás hacerlo a la hora de en público leer (y si el texto, el poema, lo requiriese, antes en privado, lo que no por fuerza significa a solas, asimismo a la de corregir).

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