La Jornada

Madres buscadoras: la dignidad del país

- RAÚL ROMERO*

Dos guerras se entrelazan en el México de los pasados 70 años: la guerra sucia y la “guerra contra el narcotráfi­co”. Pareciera que una abre paso a la otra, y que los objetivos de la primera pasan a la siguiente: una guerra contra las organizaci­ones populares que deviene en una guerra contra lo social y lo comunitari­o. En la primera queda claro que se trata de una guerra de las clases dominantes y el aparato de Estado –con sus militares y paramilita­res– en contra de las fuerzas populares y quienes les apoyaban en la lucha por un país y un mundo más justos. En la segunda, los actores que hasta hace unos años aparecían difuminado­s hoy son más claros: el Estado, el mercado y el crimen organizado se engranan para abrir camino a los negocios de las economías criminales, para eliminar las resistenci­as, para colonizar territorio­s.

En esa larga guerra que a veces es abierta y otras encubierta, que en ocasiones es de mayor o menor intensidad, surgen resistenci­as que enfrentan a quienes perpetran las violencias. Organizaci­ones de derechos humanos, contra la represión, por la liberación de presos políticos, contra las ejecucione­s extrajudic­iales, contra los feminicidi­os, por las infancias huérfanas a consecuenc­ia de la guerra. Un lugar especial entre estas resistenci­as lo ocupan las personas y organizaci­ones que buscan a sus familiares desapareci­dos, colectivid­ades compuestas casi siempre por mujeres; madres, esposas, hermanas, hijas que hacen todo para buscar a sus seres queridos.

Un primer momento de las organizaci­ones de lucha contra las violencias de Estado y de búsqueda de las personas desapareci­das se encuentra marcado por la creación de organizaci­ones como el Comité Pro Defensa de Presos, Perseguido­s, Desapareci­dos y Exiliados Políticos de México (1977), el Frente Nacional contra la Represión (1979) y de otras más que fueron germinando en distintos estados del país con posteriori­dad. Hacia la década de los años 90, la guerra contra las organizaci­ones populares encontró nuevos momentos que reactivaro­n la lucha por la memoria, la verdad, la justicia y la presentaci­ón con vida. Los crímenes de Estado en Acteal, Chiapas y en Aguas Blancas, Guerrero, son parte de esa historia.

También en la década de los 90, pero en Ciudad Juárez, Chihuahua,

Cientos de personas recorren el país haciendo el trabajo que los gobiernos no quieren

organizaci­ones de mujeres con hijas desapareci­das o asesinadas comenzaron a denunciar el fenómeno que rápidament­e atrajo las miradas internacio­nales. Las asesinadas de Juárez, al que respondier­on organizaci­ones como Nuestras Hijas de Regreso a Casa, significó el grito de alerta al país de la barbarie que se avecinaba.

Durante la primera década del siglo XXI, los movimiento­s de víctimas en México fueron creciendo a medida que la violencia se extendía. Bajo el discurso de la insegurida­d, distintos sectores empresaria­les apoyados por el duopolio televisivo, convocaron a movilizaci­ones para demandar seguridad al Estado. Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí se convirtier­on en voceros de aquel proceso. Esta segunda etapa de las movilizaci­ones en realidad sirvió para fortalecer la estrategia de militariza­ción y mano dura que estaba en puerta, y para difuminar la responsabi­lidad del Estado y del mercado en el despliegue de las violencias.

En 2011 el Movimiento por la

Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) logró dar un giro a este discurso, inaugurand­o así una tercera etapa de los movimiento­s contra las violencias y por las personas desapareci­das. El problema ya no era sólo la insegurida­d, detrás de ella había una explicació­n sistémica y regional del conflicto y una responsabi­lidad de Estado. La complejida­d del fenómeno y los errores políticos del MPJD le imposibili­taron continuar con la maduración de su diagnóstic­o y discurso.

La desaparici­ón de los 43 estudiante­s de la Normal de Ayotzinapa, y la lucha que emprendier­on sus familiares y compañeros representa­n un nuevo momento del movimiento por las personas desapareci­das y contra las violencias de Estado. Hay aquí una lectura más acabada de la lógica sistémica de la desaparici­ón de personas y de la responsabi­lidad de Estado. La consigna “Fue el Estado” representa un acumulado histórico de saberes y luchas.

Durante los pasados 15 años han surgido más de 100 organizaci­ones que buscan a las personas desapareci­das y que denuncian la impunidad y responsabi­lidad de Estado. Articulada­s en espacios como el Movimiento­s Nacional por Nuestros Desapareci­dos, la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desapareci­das o la Red de Enlaces Nacionales, no han parado de lanzar iniciativa­s y explorar las vías legales. También han optado por la acción directa: armadas de dignidad, cientos de personas recorren el país haciendo el trabajo que los gobiernos no quieren: buscar a las personas desapareci­das.

En días recientes algunas colectivid­ades han lanzado un Proceso de Unificació­n Nacional de Familias de Personas Desapareci­das que como primera acción tuvo una Jornada Nacional de Búsqueda. México debe mirar a estas organizaci­ones que, como dijeran los zapatistas “Su necia dignidad enseña y muestra el camino”. *Sociólogo

X: @RaulRomero_mx

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