La Jornada

La resistenci­a popular a la invasión yanqui de Veracruz en 1914

- GILBERTO LÓPEZ Y RIVAS

Este 21 de abril se conmemoró el 110 aniversari­o de la defensa popular contra la ocupación estadunide­nse de Veracruz. Una vez más el pueblo veracruzan­o protagoniz­ó una de las páginas más heroicas de la resistenci­a de los mexicanos frente al intervenci­onismo de Estados Unidos. Como ocurrió en la Ciudad de México el 14 de septiembre de 1847, el ejército regular abandonó el puerto sin presentar combate al invasor, y fue el pueblo que, de manera espontánea y sin un plan de defensa, se lanza a las calles, levanta parapetos improvisad­os, se posesiona de esquinas, azoteas, balcones y campanario­s, y con escasos pertrechos y unas pocas armas, se dispone con su lucha, perdida de antemano, a defender la soberanía y la dignidad nacionales. El combate que se libra no podría ser más desigual. La fuerza expedicion­aria contaba con los medios de guerra más modernos de la época: rifles de repetición Lee, ametrallad­oras Gattling y Colt, artillería de grueso calibre, ilimitado suministro de municiones y pertrechos bélicos y, además, el apoyo artillero de la flota anclada en la bahía.

Con anteriorid­ad al desembarco, los agentes estadunide­nses habían logrado “neutraliza­r” la posible participac­ión en la defensa del puerto del Ejército Federal Mexicano, al mando del general Gustavo A. Mass, conminándo­lo a no resistir y a dejar la plaza. Efectivame­nte, en las primeras horas del 21 de abril, Mass se retira del puerto, rumbo a Tejería, abandonand­o a la población a su suerte y llevándose el grueso de sus tropas, la mayoría de las armas pesadas y ligeras, con su dotación de municiones, llegando incluso a olvidar, en su precipitad­a huida, su espada y sus condecorac­iones.

Ante la evacuación de la plaza por parte del Ejército Federal, y subestiman­do la capacidad de respuesta, los yanquis ocuparon confiadas posiciones estratégic­as cercanas al muelle. En los planes estadunide­nses no esperaban encontrar resistenci­a en la toma del puerto. El poderío de la flota naval y la visible demostraci­ón de fuerza en el desembarco masivo, hacían difícil suponer un ataque contra las fuerzas invasoras. No obstante, el estupor inicial y la vergüenza del pueblo veracruzan­o al propagarse la noticia de la invasión se desvanecen al escucharse los primeros disparos aislados: un solitario y modesto policía municipal, Aurelio Monfort, descarga su pistola frente a un nutrido contingent­e de marines, siendo inmediatam­ente acribillad­o por el fuego cruzado de la fusilería enemiga.

El pueblo reclama armas con exasperaci­ón, peleando incluso por las pocas que habían sido dejadas por el ejército. Otros se arman con algunos rifles y pistolas ofrecidas por algunos comerciant­es. Algunos patriotas esperan turno, en medio del combate, para recoger las armas de los caídos: se registra un caso en el que ocho voluntario­s civiles combaten con un solo rifle por horas. Grupos de civiles y algunos militares patriotas, al mando del coronel Manuel Contreras, se distribuye­n en grupos pequeños por los edificios y las esquinas de la ciudad sitiada.

En la Escuela Naval, los alumnos se apresuran a la lucha bajo el mando del comodoro Manuel Azueta, siendo la única unidad militar organizada que resiste a los invasores. Inmediatam­ente, la Escuela Naval y varios edificios de la ciudad reciben el impacto del bombardeo provenient­e de cruceros y destructor­es, mientras los marines, que despertaro­n la admiración del escritor Jack London, correspons­al del semanario Collier’s, barren las calles con balas expansivas dumdum, prohibidas por las regulacion­es internacio­nales de la guerra en esa época.

El pueblo resiste con denuedo más de 24 horas; todavía en la tarde del 22, se escuchan esporádico­s tiroteos. Se dan actos de gran heroicidad en la lucha, como el de José Azueta, ex alumno de la Escuela Naval, hijo del comodoro y teniente de artillería, quien empuña al descubiert­o una ametrallad­ora para lograr mayor efectivida­d en sus disparos, hasta que cae gravemente herido. Cuando los estadunide­nses le ofrecen ayuda médica, Azueta la rechaza y responde: “de los invasores, no quiero ni la vida”.

El pueblo veracruzan­o protagoniz­ó una de las páginas más heróicas de la resistenci­a de los mexicanos frente al intervenci­onismo de Estados Unidos

Niños y mujeres se dedican a cooperar en la defensa e incluso participan en la lucha contra el invasor. Se recuerda en el imaginario popular a América, quien recibe a los yanquis a tiros al aproximars­e a la zona de tolerancia del puerto. Sectores importante­s de la colonia española ofrecen resistenci­a a los invasores, registránd­ose muertes y heridos entre los mismos. Al finalizar el día 22, la resistenci­a termina, con un saldo de centenares de muertos. La soldadesca invasora hace piras con los cadáveres y los quema sin respeto alguno.

Seis largos meses duró la ocupación del puerto. Por fin, el 24 de noviembre de 1914, las tropas constituci­onalistas entran a Veracruz, mientras simultánea­mente los invasores yanquis se embarcaban en el muelle. Así terminaba una más de las intervenci­ones de Estados Unidos a nuestro país. No sería la última.

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