La Jornada

Alejandro Velasco El Vampiro

- EMILIO PAYÁN

Con misteriosa elegancia y una profunda y extraña mirada interior, sin darse cuenta, no se venció hasta el último minuto, ante las horas de trabajo del pasado y del futuro. Alejandro Vladimiro Velasco Ruiz nació el 15 de mayo de 1960 en el seno de una familia de artistas. Decidió su futuro al formarse de manera autodidact­a, su vida fue una sucesión de acontecimi­entos maravillos­os, quizá uno de ellos fue su temprana y valiente partida.

Conocido como El Vampiro, Alejandro Velasco, hijo del arquitecto y pintor Octavio Velasco Levy y de Silvia Ruiz Saviñon, fue hermano de Silvia (1959-1974), Rosa, Ina y Mónica. Desde niño dibujaba y pintaba, dotado de una notable habilidad en las manos y una imaginació­n sin límites; melómano, con una gran pasión por el rock, tocó la guitarra, el bajo y la batería como pasatiempo y generó una importante colección de acetatos.

Siguió su propio camino sin prestar atención a las modas del momento, tomó la esencia de la naturaleza como fuente de inspiració­n y la destiló a través de la cerámica, su trabajo con el barro se centró en el origen de la vida humana.

Original, puro y diverso, con un lenguaje profundame­nte intimista, miraba hacia el pasado. No conforme con las reglas establecid­as, encontró un estilo de vivir muy personal, se dio cuenta de que el arte podía ser una forma de vida.

Aprendiz de Hugo Velázquez, uno de los máximos exponentes de la cerámica contemporá­nea y pionero de la alta temperatur­a (stone ware) en México, constantem­ente se nutrió de grandes maestros, como del pintor español Vicente Gandía y de su propio padre, quien sembró en él la semilla del arte; asimismo participó en los talleres de dibujo con el maestro Gilberto Aceves Navarro y de litografía con el grabador Adolfo Mexiac. Velasco perteneció a la generación de Rubén Duran, Martín Coronel, Marco Kampfer y Alejandro Díaz de Cosío, destacados ceramistas.

En 1982 fundó su propio taller de cerámica y escultura en alta temperatur­a con la asesoría de Alberto Díaz de Cosío y el maestro Yousaku Magassue. En sus piezas utilizó vidrio reciclado, combinado con colores turquesa, azul cobalto, óxido de cobre, hierro, rutilo y vidriados transparen­tes.

Lejos de la academia, Alejandro Velasco estableció sus raíces artísticas en sí mismo, encontró su vocación en el barro como lienzo del espíritu, disfrutó del instante creativo y fluyó a partir de sus propios reflejos al instinto del arte.

En 2000, inició una nueva etapa en la vida de Velasco, se estableció en Sevilla, España, por alrededor de 14 años como artista residente en la Cartuja de Cazalla de la Sierra, donde fue profesor de diferentes disciplina­s artísticas aportando su creativida­d en ese lugar mágico; creó un taller de cerámica en la alameda de Hércules de la capital andaluza.

Velasco realizó obra pública tanto en España como en México. En 1981 presentó El camino del barro, en la Galería Kim, y

La fuente de vida, escultura en bronce para el estado de Baja California. Entre 1988 y 1996 realizó escenograf­ías para diversas obras de teatro. En 1992 creó la escultura en bronce Nuevo mundo, ubicada en el Hospital Español de la Ciudad de México.

En 2003 su obra fue selecciona­da en la primera Bienal de Cerámica de Talavera de la Reina, en Toledo, España. En 2004, ganó el primer lugar en el concurso de Cartel para el Carnaval de Cazalla de la Sierra. En 2005 fue primer lugar en nuevos diseños de cerámica, otorgado por la Asociación de Artesanos y Alfareros de La Rambla en Córdoba. En 2007 realizó el gran mural de cerámica Génesis para el vestíbulo del Centro Cultural Nautilus en Lanzarote, la isla de José Saramago. En 2008 realizó la escultura en cerámica La diosa de las aguas para los jardines de Gibraleón en Huelva. Además participó en numerosas exposicion­es colectivas.

En 2012, como parte del Congreso Internacio­nal sobre la Cultura Maya en la Universida­d de Huelva, expuso El amanecer maya, en la que dialogaron pintura, escultura y cerámica inspiradas en la cultura maya y el Popol Vuh, con música del artista Jorge Reyes.

En el barro encontró el núcleo de la vida, seguro le asaltaban los recuerdos de su infancia, por eso decía que su vida era un misterio entre misterios, su trabajo está cargado de un impulso personal que lo hace penetrante; El Vampiro, con energía renovadora, logró transforma­r el pasado en presente.

Para Liliana Herrera, su compañera de vida

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