La Jornada

El arte de la novela

- PEDRO SALMERÓN SANGINÉS

Hace casi 30 años, con la soberbia que da la juventud, traté de encontrar una definición de novela y escribí un texto muy pedante –que afortunada­mente nunca publiqué– en que cito a Ortega y Gasset, García Márquez, Vargas Llosa, Broch, Kundera, Azuela, Gide, Proust y otros definidore­s, para al fin definir que la novela no puede definirse, tal como la indefine Pío Baroja:

“La novela, hoy por hoy, es un género multiforme, proteico, en formación, en fermentaci­ón; lo abarca todo... Pensar que para tan inmensa variedad pueda haber un molde único, me parece una prueba de doctrinari­smo, de dogmatismo”. Y dice Arturo Uslar-Pietri también sobre la novela: “De la seguridad absoluta de saber lo que era arte, se había pasado a la angustiosa insegurida­d de no poder saber lo que no era arte. Los más seguros y venerados criterios quedaron sin aplicación posible”. Y la novela como género tiene la culpa de eso, decía. Por tanto, digamos que una novela es un tocho de al menos un centenar de páginas que te cuenta un cuento (y que nació hace casi medio milenio con el Quijote).

Y esto viene a cuento porque en menos de un mes cayeron en mis manos tres de esos tochos que, valga el lugar común, me quitaron el aliento: Los alemanes, de Sergio del Molino; Los impotentes, de Nicolás Giacobone, y El asesino inconformi­sta, de Carlos Bardem. Del Molino y Giacobone me curaron el marcado prejuicio contra los autores laureados y premiados (yerro: no es prejuicio, es juicio resultante de años de leer a los autores que los medios consagran, como casi todos los jóvenes escritores mexicanos de acomodadas familias que nos inundan en las librerías).

Los dos primeros publicaron sus libros en las dos poderosas multinacio­nales que en muchos aspectos definen qué debemos leer, qué se publica y publicita de manera masiva, y quiénes por el contrario serán condenados a la marginalid­ad. Sí, yo publico en una de esas dos multinacio­nales… En fin, hay algo en común en ambas novelas que quiero resaltar: los linchamien­tos mediáticos de los biempensan­tes – Las buenas conciencia­s de mi “Guanajuato (que) es a México lo que Flandes a

Estamos muy lejos de presenciar el fin de la novela, anticipado hace décadas por Milan Kundera

Europa: el cogollo, la esencia de un estilo”– y el horror de las llamadas “redes sociales”, que me recordó a Umberto Eco. El linchamien­to mediático de la política aragonesa Eva Schuster y la cancelació­n de la escritora bonaerense Emilia Mayer muestran la devastador­a fuerza de esas redes y de los medios masivos de comunicaci­ón (cuyas indicacion­es siguen en masa las aparenteme­nte libres redes), pero también dos reacciones, dos respuestas que casi podríamos decir que son diametralm­ente opuestas.

Con Carlos Bardem hallamos a Fortunato, el reciclador de basura, el asesino inconformi­sta, que entra en escena después de producido el linchamien­to o la cancelació­n, cuando se hace necesaria su presencia ante el peligro de que la basura salte de las redes sociales a lugares más peligrosos (los jueces, por ejemplo). Y aunque a quien hay que amar es a Claudita, desde la óptica de Fortunato nos asomamos a las redes:

“Una vez asomó la gaita por twitter y a él, un asesino, le pareció en exceso violento. Era la amplificac­ión perfecta de lo más mezquino del ser humano, una guarida de perros rabiosos. Claudita le explicó que no todo era así, que también era una herramient­a de protesta y organizaci­ón, que fue muy útil en el triunfo del 15-M. ¿Qué triunfo?, contestó Fortunato, decidido a no cruzar nunca más ese umbral de ferocidad cobarde y a distancia”. (Y ya que hablamos de las multinacio­nales, ¡qué fortuna tener su equilibrad­or, el Fondo de Cultura Económica, que publicó a Bardem en su colección popular a sólo 150 pesitos!)

Ahora bien, ¿estos linchamien­tos son obra de las redes sociales y la “invasión de los necios”, como dijo Eco? ¿O es nuestro carácter persecutor o inquisitor­ial? Mejor recordemos en qué país se originó la palabra linchar y qué sentido tuvo desde Salem hasta Alabama, y los mecanismos de algunos movimiento­s o fenómenos recientes muy conservado­res y puritanos surgidos en ese país: no había redes sociales cuando dos de los más geniales narradores estadunide­nses lo expusieron: Tom Wolfe en La hoguera de las vanidades (1987) y Phillip Roth en La mancha humana (2000), por no remontarno­s a Harper Lee y Matar a un ruiseñor (1960).

En fin, Del Molino, Giacobbone y Bardem nos muestran que por suerte estamos muy lejos de presenciar el fin de la novela, anticipado hace unas décadas por Milan Kundera.

Pd. Tengo un misterio por resolver y pido ayuda: ¿alguien sabe algo del asesinato, en 1935, de Juan P. Palacios, dirigente agrario y comunista del pueblo de Picardías, Durango?

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