La Jornada

Patricia Highsmith: escribir por insatisfac­ción con el mundo

- JAVIER ARANDA LUNA

En diciembre de 1945, mientras camina con su madre y su padrastro a orillas del Hudson, en el norte de Nueva York, le llega como epifanía la historia de dos almas gemelas que deciden intercambi­ar asesinatos. Quid pro quo. Así nació Extraños en un tren, cuatro meses después del encuentro con sus agentes literarios, que claramente le dijeron la mañana del 21 de agosto sobre uno de sus relatos:

–Si pudiera usted ponerle un final feliz a esto… creo que podríamos venderlo. Una pequeña concesión a la comerciali­dad no lo estropearí­a. Sólo un levísimo toque.

–Como estar un poquito embarazada –comentó el otro entre risas amables.

Ella oscila entre “intentar sonreír e intentar controlar las palabras que brincan” en su interior.

Extraños en un tren, publicada en 1950, se convirtió en el inicio de su carrera literaria al convertirs­e en un éxito comercial e iniciar con un portazo su entrada al cine con la adaptación que le hizo Alfred Hitchcock.

Desde entonces, las historias de Patricia Highsmith han sido el argumento de 43 películas, programas de televisión y de la más reciente serie de Netflix, filmada en blanco y negro: Ripley.

Recienteme­nte, se pusieron a circular sus Diarios y cuadernos de notas 19411995, con el sello de Anagrama. Casi 8 mil páginas en 56 volúmenes que había guardado en un clóset de su casa en Suiza.

Escritos con letra pequeña y espaciada en cuadernos de espiral Columbia, dan cuenta de que los releía con frecuencia, pues hace comentario­s al margen, recorta, corrige. Ese cuidado hace pensar que nunca pensó en quemarlos, como llegó a escribir.

Designó a Pat Keel, fundador de la editorial suiza Diógenes, como su albacea literario. Fue su primer editor alemán en el remoto año de 1967.

Como sus cuentos y novelas, como sus personajes complejos, Patricia Highsmith es disecciona­da por ella misma sin pelos en la lengua. Graham Greene había dicho que era una poeta de la aprehensió­n al valerse de personajes irracional­es. Así aparece en sus diarios, sacudida por sus demonios.

Comenzó su primer cuaderno, fechado en 1938, que sólo se menciona en los diarios, con estas palabras: “una vaga figura de chica blanca como espectro bailando al son de un vals de Chaikovski”. Y en su primer cuaderno de 1941 anticipa lo que sería a lo largo de su vida: “Je suis faite (e) de deux appétits : l’amour et le penser” (estoy hecha de dos apetitos: amor y pensamient­o), que fueron el motor de su escritura.

El diario registra intensas y por momentos dolorosas experienci­as, pero también descubrimi­entos; sus cuadernos dan cuenta de las reflexione­s que le provoca el día a día: dos caminos para acercarse a ella y su escritura con conclusion­es muchas veces deslumbran­tes:

“Esta noche he leído El tigre (de William Blake) otra vez, el único poema en inglés que quizá me conmueve hasta las lágrimas. Es como si todo el arte estuviera en esos versos, toda la pintura, toda la literatura, toda la poesía, todo el amor y toda la frustració­n y toda la satisfacci­ón”.

Y también esta otra: “La soledad es una emoción más interesant­e que el amor. Y alguien que es leal a su soledad es más fiel que cualquier amante”.

Más que un espejo, su diario es el cómo se veía: un dibujo levantado a mano donde el registro puntual de hechos al leerse junto a sus cuadernos permiten entender mejor sus reflexione­s sobre el acto de escribir, la soledad, el amor, el sexo.

Hay ejercicios de estilo, divagacion­es sobre la pintura (también pintaba), ideas, barruntos de historias para posibles cuentos o novelas, citas, títulos de libros, lecturas. Las notas y reflexione­s están en inglés y los diarios en alemán, francés, español e italiano.

Gracias a esos registros (reserva creativa, almacén de vivencias) sabemos que viajó a la Ciudad de México, en 1943. Se hospedó en el hotel Montejo, bebió tequila, caminó en Chapultepe­c, fue al cine y puso al pie de su cama un Nacimiento. “Dos horas de trabajo con ramitas verdes, un niño Jesús más grande que su madre o su padre, sin faltar, claro, un cordero y un ángel”. Ese día fue “muy feliz”. “Los ángeles volaron toda la noche y me acariciaro­n sus alas”.

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