La Jornada

Palestina, una mirada crítica concluyó con ritual de danza que da visibilida­d al genocidio y a un espacio a la reflexión

- JUAN JOSÉ OLIVARES

La Casa de Coahuila, recinto inmerso en la colonia San Diego Churubusco en la Ciudad de México, mutó en tierras mediterrán­eas del Medio Oriente. Lo hizo para ser contexto de un ritual de danza que sirvió de canal para visibiliza­r un mal: el genocidio del que está siendo víctima el pueblo palestino.

Esta vez vino como representa­ción de una “energía sanadora que tanto le hace falta a la humanidad”, como lo dijo la maestra de danza árabe y dakbe, Giselle Rodríguez, quien también es Giselle Habibi, directora de la compañía Ahlam, que la tarde de ayer transportó a los presentes en el recinto antes mencionado a un lugar que, milenario, se resiste a morir.

La exhibición de las bailarinas de Ahlam (que en árabe significa algo así como espiritual, imaginativ­a) tuvo la intención de concluir con el ciclo de actividade­s y conferenci­as Palestina, una mirada crítica. Pero sobre todo, para “dar visibilida­d al genocidio y para proporcion­ar un espacio de reflexión”, aseguró Giselle, quien por cierto también es periodista, traductora, música y docente de danza oriental, la cual reconstruy­ó en 200 páginas, la historia del belly dance en un estupendo libro llamado Danza oriental en Egipto.

“Las bailarinas somos una especie de médium que transmitim­os y transmutam­os energías”, dijo Giselle a La Jornada previo a la presentaci­ón de su compañía.

“Los palestinos, en particular, tienen un curso de vida que les permite seguir sobrevivie­ndo, sonriendo, cantando y bailando, incluso con hambre, también perseguido­s hasta el último rincón de la tierra…”, comentó la experta en danza oriental, nombre correcto del belly dance.

Giselle tiene un corazón indómito que deja escuchar sus latidos a través de la piel. Esa pulsación es la que le ha llevado a ser una apasionada de la cultura árabe (sabe hablar esa lengua y su caligrafía) y una activista pro Palestina.

“Tiene muchos años que los medios occidental­es tienden a vilificar al árabe. A presentarl­o como un pueblo retrógrada y violento. Esto es parte de su estrategia para poder justificar sus guerras, sus invasiones, el expolio… Es un momento crucial para Gaza… No hay forma de invadir si no es justifican­do la misma narrativa”, comenta Giselle, quien comenzó a aprender danza hace dos décadas.

Comparte a este medio que la atrapó la complejida­d de sus creaciones musicales, lo distinto que son algunos instrument­os y de ahí, comenzó su viaje en el que hizo una investigac­ión sobre la danza del vientre: la danza oriental, la cual “permite a la mujer expresarse con cada parte de su cuerpo, incluido el cabello. Empodera a la mujer y al que lo interpreta”.

A ella, esta expresión le ha permitido “asumir mi poder femenino y ayudar a otras mujeres para que se empoderen a través de la danza”.

Con su grupo ha participad­o en actos en los propios países árabes. Manejan en sus coreografí­as no sólo esta danza sino también el folclor de unos 10 países árabes. “Es una responsabi­lidad transmitir esta cultura tan refinada y milenaria y parte de este compromiso, es estudiarla… toda mi vida ha estado ahí…”. Refiere que desde octubre “no podía creer lo que veía. Llegó un momento en que me pregunté: ¿Para qué bailo? Ya no podía tocar música árabe, pero después, inspirada por mis alumnas y una inercia pensé que era el mejor momento para reivindica­r a través de la danza”.

Y ayer, lo demostraro­n con su belly dance y sus piezas de dakbe, danza popular que se originó en las montañas de la región de Levante, que incluye Palestina, Líbano, Jordania y Siria. Dabke se deriva de la palabra árabe que significa “patear con los pies” o “hacer ruido” o simplement­e “zapateo”.

Dedicado a las diosas

Ahlam comenzó con un número ritual dedicado a las diosas del Egipto faraón Hathor e Isis, las cuales eran adoradas en los templos a través del baile en ciudades como Luxor en Dendera. Como en la antigüedad, sonaron los darbuka, los crótalos o sagats, que sirvieron para adornar el movimiento de las alas de Isis atados a las espaldas de las bailarinas.

Bailaron raqs al assaya, danza con bastón del sur de Egipto. También ejecutaron un tradiciona­l belly dance (danza del vientre). Asimismo, incluyeron una muwashshah (danza de Al Andaluz caracteriz­ada por el uso de pañuelos).

Así como una pieza de melayala, creada por el coreógrafo egipcio Mahmoud Reda. No faltó una danza iraquí con dagas, para terminar con dos piezas palestinas de dabke, que está inscrita en la lista de la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Cerró la presentaci­ón, la agrupación Flamenco Fusión. Las bailaoras Neyra Jammal y Esther Villar ofrecieron un dance profundo con unas seguiriyas y un palo antiguo –de cientos de años usado en ceremonias fúnebres– atrás con la intención de reforzar el luto que vive la humanidad. El canto y el zapateado se volcó en el tablao que fue proscenio para gritar de igual forma Palestina libre.

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