La Jornada

Las derechas mexicanas y El nombre de la rosa

- HÉCTOR ALEJANDRO QUINTANAR *

Cuando Umberto Eco publicó su novela El nombre de la rosa, sobre una abadía medieval donde se perpetran asesinatos intrigante­s, buscó darle con ese título un aire misterioso, porque la rosa es una figura de tantos significad­os (estéticos o religiosos) que, al evocarla, el lector queda dudoso, necesitado de saber cuál es el sentido concreto al que alude.

Quizá sin proponérse­lo, cierta derecha en México, ya en el siglo XXI, también trató de dotarse de misticismo cuando, en noviembre de 2022, convocó a una movilizaci­ón que después se llamaría marea rosa y su objetivo sería algo tan nebuloso como “la defensa de la democracia”. Sin agenda concreta y sin una desventaja colectiva qué denunciar (como suelen hacerlo los movimiento­s sociales), la marea se definió con una serie de preceptos que, más que una identidad política, parecían autoengaño: se autonombró “ciudadana” –para disimular la vena partidista desprestig­iada de muchos de sus organizado­res– y pugnó por “la defensa del INE”, cuyo color distintivo adoptaron, aunque muchos de sus protagonis­tas (Claudio X, Fox, Madrazo, Elba, Calderón, Zavala) fueran históricos exponentes de la trampa electoral.

Muchas veces, la esencia de una organizaci­ón se nota no en lo que dice, sino cuándo lo dice y a quién apuntala. De ahí que fuera claro desde su origen que dicha “marea”, pese al disfraz rosáceo, era un intento de articular mejor la coalición Prianrd con el sector social opuesto al gobierno de López Obrador, de cara a 2024. Nunca hubo misterio, aunque sí simulación.

Año y medio después, los integrante­s de la marea se aclaran a sí el sentido del misticismo rosa: el domingo pasado, abanderaro­n como propia a la candidata de la coalición Prianrd, Xóchitl Gálvez, quien, a su vez, igual que la marea rosa, blande una ambigüedad ideológica que en el fondo no es una confusión, sino una nueva simulación. En su faceta de precampaña, los promotores de Gálvez enfatizaro­n su presunta militancia troskista de juventud y su actitud en favor de los derechos de las mujeres y programas de bienestar.

El desmedido entusiasmo de la comentocra­cia opositora por Gálvez era entendible: querían ver en ella un producto milagro de fachada progresist­a, con esperanza de que ello arrebatara base al obradorism­o y la tornara en una candidatur­a competitiv­a. Pero, al igual que pasó con los protagonis­tas convocante­s de la marea rosa, hay ciertas compañías que en vez de arropar el objetivo que se busca, desnudan los defectos propios.

Y, en ese sentido, Gálvez terminó como una candidata zigzaguean­te, que grita que mantendrá programas sociales, mientras un partido que la postula los votó en contra y gente de su entorno, como Fox, los desdeñan. Gálvez blande un presunto discurso feminista en campaña, mientras en enero pasado buscó sentarse con personeros de la extrema derecha marginal mexicana, como Eduardo Verástegui. Gálvez expone una supuesta crítica a la militariza­ción, mientras en su seno abundan los resabios del calderonis­mo inescrupul­oso (como su coordinado­r Max Cortázar). En fin, Gálvez, igual que la marea rosa, pretende disimular el protagonis­mo de derechas de su campaña con un discurso liberal impostado, que en el fondo no busca atraer electorado progresist­a, sino ocultar su metamorfos­is. La presunta troskista de 2023, a fuerza de reciclar al equipo sucio del PAN en 2006 y blandir el gusto por la mano dura, se reveló de la derecha. O se calderoniz­ó.

El tercer y último debate presidenci­al celebrado el domingo pasado –igual que la tercera marcha de la marea rosa–, dio cuenta de ello. Gálvez salió –como futbolista marrullero que busca lesionar y no detener al delantero contrario– a emitir golpes bajos a la candidata puntera, Claudia Sheinbaum, quizá siguiendo el guion de “hacer guerra sucia en serio” recetado por Jorge Castañeda (comentaris­ta que, curiosamen­te, se siente estratega notable pese a su nutrido currículum de fracasos electorale­s, sea como asesor o por sí mismo, como intentó en 2004).

De los ataques (rasgo de las derechas latinoamer­icanas en campaña) pergeñados por Gálvez, sobresalen dos: la acusación de que a Sheinbaum la abandera un “narcoparti­do” y que “usó una prenda con la Virgen de Guadalupe sin ser creyente”, para imputarle “hipocresía”.

La campaña del Prian de acusar a AMLO y Morena de nexos con el narco carece de sustancia empírica y lleva meses en una cara campaña artificial en redes sociodigit­ales, práctica de las derechas más sectarias de América Latina, como señaló el analista Julián Macías al estudiar el caso mexicano y el Golpe en Bolivia en 2019. Acusar de “hipocresía” con símbolos religiosos parece un intento de Gálvez de quedar bien con el electorado más conservado­r, para el cual la anécdota puede ser relevante. Ambas son acusacione­s reveladora­s porque quien señala a la ligera a otro de “narco” parece no querer competirle, sino jugarle a la mala (aunque tenga a personajes como García Luna en el clóset). Es ahí donde anida la alerta. Porque la marea rosa, aunque se disfrace liberal, entraña sectores duros del conservadu­rismo y la nómina más oxidada del Prian, que –sea con desa-fueros, fraudes o campañas sucias– han mostrado débil compromiso democrátic­o como gobernante­s… pero también como oposición, en un color renegrido donde, como en la novela de Eco, de “rosa ciudadano” sólo les queda el nombre, no la esencia.

* Académico de la Universida­d de

Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneraci­ón Nacional

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