Une consigna sus voces
Sus voces fueron de las 3 mil que resonaron ayer durante las movilizaciones que partieron de la Glorieta de las Mujeres que Luchan, el Ángel de la Independencia y el Monumento a la Revolución hacia el Zócalo capitalino
CIUDAD DE MÉXICO.-Con consignas, cárteles y fotos, los nombres de víctimas de la violencia feminicida resonaron y fueron recordados a lo largo de la movilización por el 25N. ‘Ninguno de los MP nos quiere ayudar’ Aunque son habitantes de dos entidades distintas del País, Clara Yáñez y Lourdes Domínguez coincidieron en la marcha del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres con una causa en común: exigir que los feminicidios de sus hijas sean esclarecidos y los responsables castigados.
La hija de Clara, Karla Marisol, fue asesinada con un balazo en el pecho cuando iba saliendo de una cafetería en Lindavista, en la Alcaldía Gustavo A. Madero. Desde entonces, el crimen sigue impune, pues las autoridades se justifican diciendo que las cámaras de seguridad de la zona no estaban en operación.
“Me he dedicado a buscar algo que me ayude a saber quién mató a mi hija, pero ningún Ministerio Público me quiere ayudar. Dicen que no hay cámaras, que no hay testigos, que no tengo nada”, explicó Clara.
Lourdes también se ha enfrentado a la omisión por parte de las autoridades, luego de que su hija, Brenda, fue arrojada desde el piso 13 de un edificio el 14 de mayo, cuando estaba en una fiesta de graduación con sus compañeros de la escuela, en el Municipio de Naucalpan, Estado de México.
“Nadie de los que estaban en esa fiesta quieren hablar y decir qué pasó. No tengo testigos y ya he ido a cuatro Ministerios Públicos y mejor me dicen que mi hija se aventó, pero eso no es cierto”, lamentó Lourdes, quien ayer cargaba una lona con el rostro y el nombre de su hija.
La marcha fue abanderada por un grupo de madres que perdieron a sus hijas a manos de feminicidas.
“Las madres luchando, al País están cambiando”, gritaban.
“Ni una menos, ni una menos, a todas vivas queremos”.
EHENRY JAMES
xiste una creencia dominante en prácticamente todas las culturas de la humanidad a lo largo de su historia, que nos inculca responder a la agresión con más agresión, e incluso anticiparnos a ella con una agresión.
Desde la famosa frase popular de “ojo por ojo y diente por diente”, la conocida consigna de “la mejor defensa es un buen ataque”, de Sun Tzu, en su libro de El Arte de la Guerra, hasta la muy recurrida orden materna o paterna de “no te dejes”, fortalecen esa creencia.
En automático, solo hay dos formas de respuesta a una agresión: la del paradigma dominante, proactiva o activa, es decir, anticipada o reactiva, que según el imaginario colectivo nos igualará al otro o nos permitirá dominarlo, y la pasiva, que nos llevará a la huida, la inacción o el sometimiento activo.
Cualquiera de las dos nace del miedo, excepto cuando se trata de responder o huir de la violencia física, porque entonces estamos hablando esencialmente del instinto de sobrevivencia.
Centrándonos en la agresión verbal y emocional, cualquiera que sea su manifestación y grado, los extremos descritos nos involucran en una dinámica mentalmente desestabilizadora, que puede convertirse en la pauta de nuestras relaciones, pues nos mantiene a la defensiva.
Entrenados como estamos para la agresividad, el sometimiento o la huida cuando somos objeto de agresión, en coherencia además con las tendencias psíquicas naturales, ni se nos ocurre que una nueva respuesta pudiera funcionar: la amabilidad.
De hecho, podría parecernos un disparate, porque está socialmente muy devaluada y confinada a los tratos distantes, casuales o protocolarios. Sospechamos hipocresía, zalamería, condescendencia y hasta malas intenciones en la gente amable.
En las diversas expresiones de amabilidad, somos corteses con los desconocidos porque así nos enseñaron, afables con quienes tenemos que tratar a diario sin que sean cercanos a nuestras vidas, porque eso es lo correcto, complacientes con aquellos de los que deseamos algo, incluso afectuosos con algunas personas que nos simpatizan; pero desarrollar esta virtud como una conducta para repeler las agresiones que solo ofenden a nuestro ego, es para verdaderos estrategas.
En primera instancia la amabilidad, más allá de una habilidad de socialización, debe aprenderse y desarrollarse como virtud, es decir, cualidad del alma, hasta convertirla en un hábito de vida.
Su primera y más clara utilidad radica en que, como bien se sabe, seremos tratados como tratamos a los demás. Cuando tenemos que pedirle a alguien que nos trate de tal o cual manera, es que no lo estamos tratando de esa forma.
La amabilidad, a diferencia de lo que pueda pensarse, no es debilidad, solo por ser delicadeza. Por el contrario, es una de las mayores fortalezas del ser humano. Para ser amable hay que haber vencido el miedo a ser lastimado, ofendido o rechazado; hay que haber dominado el ego y su reactividad, es decir, no tomarse las cosas a personal ni cuando son personales.
Para ser amables hay que ser humildes y empáticos, entender qué está pasando por la mente y las emociones del otro, lo cual solo podremos hacer cuando comprendamos las nuestras.
La virtud de la amabilidad surge de un autoexamen que debe trascender prejuicios, juicios, expectativas, exigencias y creencias erróneas sobre nosotros mismos, para comprender nuestra humanidad, historia personal y verdaderas motivaciones; pero sobre todo aceptar nuestra vulnerabilidad, lo cual requiere una lucha interior encarnizada, pero es requisito para mirarnos con amor y benevolencia.
Cuando llegamos a este tipo de amabilidad, en la que dejamos de engancharnos en peleas, imaginarias o reales, su efecto es transformador en quienes nos agreden, a veces en el mismo instante en que lo hacen.
Como virtud y no como máscara, la amabilidad trastoca los corazones y las almas de nuestros semejantes, ara las tierras más duras y secas, siembra y cosecha respeto, afecto y trato digno.