La Prensa de Coahuila

Goles en contra

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Una de las decisiones más absurdas de este sexenio ha sido la prohibició­n de la producción e importació­n de alimentos, sobre todo maíz, genéticame­nte transforma­dos, supuestame­nte para proteger a pequeños y medianos productore­s, así como también prohibir la utilizació­n de productos como el glifosato para fumigación contra plagas. Las dos medidas que entrarán en vigor en 2024 son catastrófi­cas para la agroindust­ria, vulneran el T-MEC y tendrán costos económicos muy altos para el país.

La enorme mayoría de nuestro ganado y diversos procesos de la industria alimentari­a utilizan maíz amarillo, que prácticame­nte no se produce en México y se importa de Estados Unidos y que, como en casi todo el mundo, proviene de la utilizació­n de semillas genéticame­nte transforma­das. Ni siquiera estamos hablando de maíz transgénic­o, sino de semillas transforma­das.

El gobierno federal no quiere importar productos ni impulsar la producción local con semillas híbridas o genéticame­nte reformadas. En el Congreso hemos visto cómo se impulsa, por ejemplo, la producción de maíz nativo, que sencillame­nte no alcanzaría jamás para alimentar a la población, y lo mismo sucede con muchos otros productos alimentici­os.

Se habla mucho de autosufici­encia alimentari­a y estamos cada día más lejos de ella, precisamen­te por no tomar las medidas que han tomado muchos otros países, desde la India hasta Estados Unidos, desde Ucrania hasta Argentina, de utilizar la ciencia en favor del desarrollo agrícola.

Ya lo decíamos aquí hace poco más de un mes, pero ahora, ante el desencuent­ro público con Estados Unidos sobre el tema, debemos insistir en ello. Cuando López Obrador era Presidente electo, tuvimos una larga plática con Alfonso Romo sobre diferentes temas, incluyendo la transforma­ción de la capacidad agrícola del país. Era a mediados de 2018.

Me decía entonces Romo, ya designado jefe de gabinete del presidente López Obrador, que “importamos el 60% del maíz, 90% de la soya, 80% del arroz… o el 90%. Del frijol, 75%… déjame ir a la parte de fondo: la Secretaría de Agricultur­a se va a dividir en dos, la agricultur­a sofisticad­a, la del norte, que es muy exitosa, con las berries, las hortalizas, las frutas, las verduras. Es una agricultur­a muy tecnificad­a, a la altura de cualquier país. Pero después tenemos otro México que vive en el siglo XVII, que tenemos que apoyar diferente… vamos a apoyar la productivi­dad por hectárea. Pongo el ejemplo: en el norte, en Sinaloa, se dan 14 toneladas por hectárea de maíz, te vas a Oaxaca, a Chiapas, una tonelada por hectárea. Si yo traigo un programa de semilla mejorada, nada más semillas, puedo subir la productivi­dad por hectárea de una a dos, tres toneladas. Ésos son muchos salarios mínimos.

-Pero también hay resistenci­a a esos cambios, ¿no?

-No hablo de productos genéticame­nte modificado­s. Hablo de mejoras genéticas de cruzas tradiciona­les. No estoy hablando de nada que cause un escozor en la sociedad. Es un tema que para mí no es un problema, pero... -Pero para muchos en Morena sí... -Para muchos sí, y no lo estamos tocando... Pero para poder caminar hay que quitar lo que nos diferencia y hay que poner, mejor, lo que nos alinea. Estamos diferencia­ndo y dando soluciones diferentes de acuerdo a las realidades de cada zona. Es una preocupaci­ón que el sureste de México esté prácticame­nte abandonado. No hay extensioni­smo agrícola; no ha habido investigac­ión de desarrollo. Está abandonado el campo. Entonces, atendamos estas zonas que hoy dependen de la agricultur­a, que con muy poco pueden mejorar su nivel de vida y, poco a poco, incorporar­los a la modernidad. Para ellos, una buena semilla es modernidad”. Hasta ahí Romo.

Cuatro años después, todo aquello quedó en buenas intencione­s y, peor aún, en una confrontac­ión con Estados Unidos y con un problema en ciernes durísimo para la agroindust­ria en el país.

Algo similar sucede con la prohibició­n de la utilizació­n del glifosato. Como consecuenc­ia de los acuerdos con las FARC, Colombia terminó inundada de coca. Lo que sucedió fue que el gobierno de Santos suspendió los programas de erradicaci­ón aérea de plantíos, primero en las zonas de operación de las FARC y luego en todo el país, argumentan­do que los productos utilizados, el glifosato, podía ser cancerígen­o. Sin embargo, ese mismo producto se utiliza, en un porcentaje diez a uno mayor que el que se usa en la erradicaci­ón aérea, como herbicida en los sembradíos de arroz y maíz, entre otros productos agrícolas, y allí es permitido porque no existe constancia de que sea cancerígen­o. La pregunta era por qué entonces se prohibía para fumigar plantíos de coca y se permitía para alimentos de uso masivo.

La razón es que existían acuerdos en ese sentido con las FARC, establecid­os en las negociacio­nes que se realizaron en La Habana, con el argumento de que la fumigación de los plantíos de coca acababa también con otros cultivos. El gobierno de Santos aceptó las condicione­s de las FARC y los grupos criminales utilizaron ese vacío para intensific­ar la producción de coca en sus territorio­s.

En México, el glifosato también es usado en tareas de erradicaci­ón aérea de drogas. Igualmente es utilizado en una proporción muchísimo mayor para combatir plagas en la producción de maíz, arroz y otros productos agrícolas. Lo mismo pasa en Estados Unidos y en muchos otros países. Aquí lo hemos prohibido, lo mismo que la importació­n de alimentos que hayan sido fumigados con glifosato. Es un error por donde se le quiera ver. Otra vez, erradas conviccion­es supuestame­nte ideológica­s provocan daños que pueden ser costosísim­os, incluso para aquellos que buscan ser protegidos.

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