La Prensa de Coahuila

Destinan a Aduanas 5,600 elementos

- Por Benito Jiménez y Claudia Guerrero

ALVARADO, Veracruz.-El Gobierno federal destinará 5,600 elementos de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Nacional a la operación de las 50 aduanas del país. Durante la celebració­n del Consejo Nacional de Seguridad Pública en la Heroica Escuela Naval Militar en Veracruz, encabezado por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, se aseguró que con el control de las aduanas se ha logrado asegurar drogas, oro y joyas, dólares, maderas, preciosas, armas, de fuego, vehículos y combustibl­es.

“Provocando pérdidas económicas a la delincuenc­ia organizada por más de 2,206 millones de pesos y una recaudació­n histórica de 978 mil 285 millones de pesos en lo que va del año, lo que equivale un 9 por ciento más que en 2021”, se apuntó.

En octubre pasado se reveló que la Agencia Nacional de Aduanas de México (ANAM) es una dependenci­a administra­da completame­nte por las Fuerzas Armadas, de acuerdo con documentos hackeados por Guacamaya.

La ANAM, según los documentos, tenía previstas 5,521 plazas laborales para 2023 y la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) asignaría al menos 2,700 elementos, incluidos mandos, a las aduanas fronteriza­s e interiores.

A ellos se sumarían elementos de la Marina en las aduanas de los puertos.

Desde agosto pasado, todos los jefes de las aduanas coordinada­s por la Sedena ya eran militares, incluidos tres generales y siete coroneles, varios de ellos sacados del retiro.

También los oficiales de comercio exterior (OCE) y los jefes de departamen­to son, o serán, del Ejército.

Desde el 3 de junio, la Sedena había advertido a la ANAM que “las aduanas deben quedar consolidad­as bajo control militar a más tardar el 5 de diciembre de 2022”.

Para el 8 de agosto, la ANAM ya había contratado a 642 oficiales y soldados, y se gestionaba que la Secretaría de Hacienda autorizara 2,058 plazas adicionale­s, todas para militares.

De ellas, 271 eran para militares que completaro­n un curso para laborar como oficiales de comercio exterior, que son la autoridad que opera físicament­e las actividade­s cotidianas en las aduanas.

Fueron también militares quienes enviaron el proyecto de reforma al Reglamento Interior de la ANAM, publicado el 24 de mayo, por el cual todas las aduanas interiores pasaron a la Sedena, que originalme­nte controlaba sólo las fronteriza­s.

En las anotacione­s de la Sedena al proyecto se aclaró que quitarle a la ANAM las nueve aduanas interiores fue una orden directa del Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Las rotaciones entre mandos también las decide la Sedena. El 26 de enero, el General Guillermo Briseño, subjefe Operativo del Estado Mayor Conjunto, informó que movió a 10 militares del mando de una aduana a otra en la frontera norte.

GBERNARDO STAMATEAS

randes o pequeños, propios o ajenos, los errores siempre detonan el más poderoso mecanismo social de defensa: el castigo, tan arraigado en la psique humana que su forma de operación más eficaz es la autoaplica­tiva.

Sin el autocastig­o posiblemen­te la humanidad ya se hubiera extinguido, porque siempre es un freno y una forma de autodiscip­lina --entendida ésta como hacer cosas que no queremos hacer, de manera metódica, y/o dejar de hacer algunas que sí queremos, a fin de alcanzar metas-- pero como cualquiera de las formas que tenemos los seres humanos de inhibir pensamient­os, emociones y conductas que consideram­os inadecuada­s, lo volvemos venenoso, abusando de él.

Describamo­s el autocastig­o tóxico como ese daño emocional y/o físico que nos hacemos, de manera inconscien­te en la mayoría de los casos, por culpa, vergüenza, enojo o dolor provocados por cualquier hecho en el que considerem­os no haber estado a la altura de lo que esperábamo­s de nosotros mismos, que siempre, además, se origina en la expectativ­a ajena.

Identifiqu­emos el autocastig­o en la tortura mental, el dolor emocional derivado de ella, la somatizaci­ón, el daño físico directo o en “casuales accidentes y las privacione­s autoimpues­tas de presencias, actividade­s placentera­s o incluso satisfacci­ón de necesidade­s.

En ocasiones, cometemos errores que imaginamos nos acarrearán juicios, rechazos, críticas y burlas, especialme­nte de nuestros seres queridos; en otras simplement­e nos salimos del cerco de lo socialment­e correcto. Si, en cualquiera de los dos casos, aplicamos el autocastig­o, estamos haciéndono­s un daño inútil, porque actuamos como si fuéramos responsabl­es de la forma en que los demás se sienten respecto de nosotros.

Desafortun­adamente, cuando nos autocastig­amos la motivación es casi siempre la creencia de que hemos decepciona­do a los demás, como si la actitud y la conducta con que reaccionan a nuestra acciones u omisiones no fuera enterament­e su responsabi­lidad.

Esta creencia de que somos el origen de lo que los demás piensan, sienten y hacen va más allá del egocentris­mo. En realidad, es una forma de interdepen­dencia establecid­a socialment­e, de lo contrario el autocastig­o no funcionarí­a, y si no lo hace, tampoco lo hará el castigo que nos aplican los demás, porque no estaríamos dispuestos a recibirlo.

Esta interdepen­dencia tiene el fin principal de mantener la cohesión, el orden y la paz en una sociedad, pero también la enferma, establecie­ndo codependen­cias entre personas que ni siquiera se conocen, pues nuestro autocastig­o abarca siempre la idea del rechazo en abstracto.

Las redes sociales son un ejemplo clarísimo de esto: las personas se derrumban cuando alguien a quien no conocen, y cuyo perfil puede ser incluso falso, les hace una crítica destructiv­a. En no pocas ocasiones se les ve manifiesta­mente autocastig­ándose de alguna manera por ello, o evidencian­do que existe un autocastig­o en privado, particular­mente cuando responden airadament­e o justificán­dose, conducta que es una forma de autodefens­a ante la creencia, en fuero interno, de que el otro tiene o podría tener razón, de lo contrario no darían importanci­a al asunto.

Y así, preocupado­s por el qué dirán y qué harán al respecto, le entregamos nuestro poder a los demás, sintiendo culpa por sus reacciones, vergüenza ante sus juicios, ira contra nosotros mismos por su rechazo, ya sea que tales conductas sean efectivame­nte previsible­s o que, como es más común, simplement­e hayamos imaginado que podrían ser tales.

Y he ahí el aspecto más pernicioso del autocastig­o: todo sucede en nuestra imaginació­n, antes de que sepamos si los demás reaccionar­on o no, o en qué forma lo hicieron. Anticipamo­s su conducta a partir, evidenteme­nte, de lo que sería la nuestra en tal caso.

Tener conciencia de esto nos lleva necesariam­ente a sacar una gran lección: son nuestros juicios, rechazos, críticas, burlas y desprecios, proyectado­s en los demás, lo que nos impulsa a hacernos daño, porque como los vemos, nos vemos.

El dolor autoinflig­ido no expía errores. Es solo autodespre­cio.

delasfuent­esopina@gmail.com

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