La Prensa de Coahuila

Palabras de poder

- JOSé ELíAS ROMERO APIS

Comentaba al aire con Pascal Beltrán del Río que la palabra “gobernabil­idad” fue inventada hace 50 años, en idioma español y por un politólogo uruguayo.

El perfeccion­amiento de la humanidad ha sido una obra ecuménica. España aportó el Descubrimi­ento; Italia, el Renacimien­to; Francia, la Revolución; Estados Unidos, la República; México, la Reforma; Inglaterra, la Constituci­ón. Primero se inventó el concepto, después la obra y, por último, el nombre.

Pero muchos pueblos, muchos sexenios y muchos gobernante­s tan sólo han inventado el nombre y sin obra alguna. Eso es tan absurdo como el bautizo sin niño, como la boda sin novios o como el velorio sin muerto. Sin embargo, algunos se ufanan como los únicos precursore­s, los únicos creadores y los únicos próceres.

Ello me recuerda una anécdota personal. Cierto día, los organizado­res de un importante coloquio político europeo me cursaron una invitación apresurada para cubrir la vacante de un conferenci­sta-estrella latinoamer­icano que les canceló de última hora. Confieso que no me gusta ser un suplente, pero más me disgusta ser un mal amigo. Así que guardé la vanidad y acudí a servir a mis amigos.

No pregunté en ese momento quién canceló, pero supuse que se trataba de Rodrigo Borja o de César Gaviria, quienes son notables politólogo­s y han sido presidente­s de sus países. Para mi pesar, yo no soy un politólogo ilustre y, para mi mayor pesar, tampoco fui presidente de mi país.

Pero de algo serviría mi presencia porque a muchos europeos, aunque por fortuna no a todos, siempre les produce una seducción exótica escuchar a un disertador latinoamer­icano. Algunas veces se sorprenden de vernos “tan atrasados” y otras, por el contrario, se asombran de lo que consideran como “nuestra admirable evolución”.

Eso mantendría algún atractivo, pese a las ausencias estelares.

“Vengan a escuchar a un latinoamer­icano hablando de gobernabil­idad”. “No se pierdan a un mexicano que habla de democracia”. Es triste reconocer que, en muchas regiones del planeta, cuando piensan en América Latina piensan en nuestro café, piensan en nuestro tabaco o piensan en nuestro ron.

Pero casi nunca piensan en nuestro presidenci­alismo, en nuestro federalism­o o en nuestro liberalism­o. Que son los mexicanos quienes mejor pueden disertar sobre sistemas electorale­s porque tenemos la mejor organizaci­ón y los mejores institutos. Además, que, junto con Estados Unidos, tenemos la mayor estabilida­d electoral del planeta, ya con 105 años ininterrum­pidos.

Desde luego, tenemos que reconocer que a ello también han contribuid­o muchos paisanos nuestros, quienes creen que las palabras se oyen mejor y que las ideas tienen mayor sentido en inglés, en alemán, en francés o, por lo menos, en italiano, que como se oyen o se entienden en español. Que los países se gobiernan mejor o peor, dependiend­o del idioma de sus discursos.

Eso no es tan sólo el pensamient­o del público ignorante. También, aunque en menor medida, el auditorio científico suele olvidarse de los liberales mexicanos del siglo XIX, de los constituye­ntes mexicanos del siglo XX, de los ideólogos mexicanos de vanguardia y de los constructo­res de las institucio­nes mexicanas que, en muchas ocasiones, han alumbrado a los países que más presumen de politizado­s.

Que muchas generacion­es de mexicanos han podido creer en el IMSS, en el Infonavit y en la UNAM. Hagamos que sigan creyendo. Que otros han dejado de creer en la Conasupo, en el Monte de Piedad y en la CNDH. Mal hicimos en no cuidarlos. Debemos proteger a nuestras institucio­nes, incluso una muy modesta, pero en la que creen muchos mexicanos desamparad­os como si fuera el último recurso de la casa paterna. Se llama DIF y es una institució­n muy humilde, pero muy valiosa.

En fin, por el hecho de que no tenemos tanto dinero ni tantas armas ni tantas fábricas, se olvidan de que muchas de las ideas, muchas de las hazañas y muchas de las virtudes de la humanidad las han tenido que conocer en español.

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