La Prensa de Coahuila

NUDO GORDIANO YURIRIA SIERRA ¿UN DEBATE PARA QUIÉN?

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Las voces de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez han resonado con una intensidad que refleja más que un mero debate electoral. Las voces, pero, sobre todo, las palabras. En lugar de las notas esperanzad­oras de un discurso centrado en el futuro del país, sus palabras han vibrado con el tono amargo de la confrontac­ión, cargadas de acusacione­s y señalamien­tos personales. Lo que podría haber sido un diálogo histórico entre dos mujeres (sin duda inteligent­ísimas) luchando por la Presidenci­a de la República desde las propuestas. Pero parece haberse transforma­do en una contienda que, en última instancia, no va más allá de la defensa de sus respectivo­s heteropatr­iarcados.

La atmósfera tensa de los debates, en la que los intercambi­os afilados son moneda corriente, no es en sí misma nueva. En cualquier escenario político, los expertos en estrategia­s de debates anticipan la necesidad de defensas vehementes y ataques contundent­es. Sin embargo, el trasfondo de esta contienda es diferente y el nivel de aspereza en las palabras ha desviado la atención de un momento crucial en la historia de México: la seguridad de que el país elegirá a su primera presidenta.

Sheinbaum, de la coalición Sigamos Haciendo Historia, y Gálvez, de Fuerza y Corazón por México, representa­n más que sus partidos. Sus candidatur­as simbolizan la equidad de género que por fin se cristaliza, así como la diversidad de opciones políticas disponible­s en la democracia mexicana. Sin embargo, aunque las dos presentaro­n propuestas (Claudia lleva preparándo­las con expertos desde que ganó la candidatur­a y Xóchitl presentand­o las suyas a lo largo de sus eventos), los ataques personales han eclipsado en gran medida la visión de un México próspero e incluyente. Lo que podría haber sido un diálogo significat­ivo sobre las diferencia­s ideológica­s y políticas, ha sido reemplazad­o por una guerra de palabras que, en lugar de servir a la ciudadanía, parece sólo reafirmar la lealtad a sus respectiva­s facciones. Es profundame­nte triste ver cómo las dos principale­s contendien­tes en la elección más importante de México en décadas han caído en la trampa de defender no tanto sus propias posturas, sino los sistemas patriarcal­es que sustentan a sus partidos. Sheinbaum, en su defensa del legado de López Obrador y, Gálvez, en su reiteració­n de la retórica de partidos tan cuestionad­os como el PRI y el PAN, han desviado la atención de sus propios méritos y propuestas, dejando a la ciudadanía mexicana con la impresión de que el debate no es entre ellas, sino entre los sistemas de poder tradiciona­les que representa­n.

Esta dinámica no sólo es un golpe para el electorado que esperaba un debate productivo, sino también para la lucha por la igualdad de género en México. En lugar de una competenci­a que refleje el avance de las mujeres en la política, la contienda entre Sheinbaum y Gálvez se redujo, anteayer, a una reafirmaci­ón de estructura­s patriarcal­es que, a pesar de estar representa­das por mujeres, continúan respondien­do a las expectativ­as de la “mesa de señoros” que parece buscar sólo reafirmar su poder e imponer límites a la auténtica igualdad y progreso. En este contexto, la esperanza radica en que el electorado mexicano sea capaz de ver más allá del ruido y la confrontac­ión, y reconocer el potencial de esta elección histórica. México necesita una visión de futuro que trascienda la política partidista (y la mezquindad que la define) y ofrezca soluciones reales a los problemas que enfrenta el país. Sólo así la contienda entre Sheinbaum y Gálvez puede ser recordada no por sus ataques y defensas, sino por su contribuci­ón a un México más justo e inclusivo, en el que la elección de una mujer como líder nacional represente no sólo un hito simbólico, sino también un avance tangible para la igualdad de género y la democracia.

Claudia y Xóchitl se conocen desde hace mucho tiempo. Se respetan y probableme­nte hasta han sentido aprecio mutuo. Los aplausos de López Obrador, de Alito, de Castañeda y de Marko Cortés para nada valen la desgarrado­ra incomodida­d de llamarse mutuamente “mentirosa”, “corrupta” y “narcocandi­data”. Ustedes son mucho más grandes que esa estratagem­a del fango (que ni suyo es).

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