La Prensa de Coahuila

GANAR LA CANDIDATUR­A, PERDER LA CIUDAD

-

No sé qué es más desafortun­ado para su causa, si el lapsus de Claudia Sheinbaum diciendo que ella no quería llegar a la Presidenci­a por “una ambición personal como el presidente López Obrador”, o el reconocimi­ento del propio mandatario, que dedicó buena parte de su mañanera del jueves, a explicar el porqué la Ciudad de México se había vuelto fifí, conservado­ra, reaccionar­ia. La declaració­n de Claudia será utilizada en memes y publicidad en su contra, pero también la obligó, una vez más, en los días siguientes, a deshacerse en halagos para el Presidente, porque, como vimos después del primer debate, eso de que pongan distancia con él lo saca de quicio. Y mejor curarse en salud y colmarlo de halagos que esperar los dardos de origen interno.

Pero lo del Presidente en la mañanera respecto a la Ciudad de México es una confesión, un reconocimi­ento de que el que fue su principal bastión político, el lugar donde nació Morena, la capital del país, que viene siendo gobernada por la izquierda desde 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas ganó la ciudad, hoy comienza a estar harta del deterioro que ha sufrido en muchos ámbitos.

Desde 1997 hasta ahora ha habido distintos gobernante­s y visiones. La ciudad, en algunos ámbitos y momentos, mejoró, pero en otros resultó evidente su decadencia, sobre todo en los últimos años e incluso más allá de los esfuerzos de Claudia Sheinbaum. El mejor momento de la ciudad gobernada por la izquierda fue la administra­ción de Marcelo Ebrard, cuando más alejado estaba de López Obrador. Después del desastre que fue para la capital aquel plantón en Reforma y Centro Histórico, tras el berrinche de haber perdido las elecciones de 2006, la llegada de

Ebrard al gobierno fue un bálsamo. Se demostró que cuando hay en Palacio Nacional un gobierno de una fuerza política contraria a la que está en el Palacio del Ayuntamien­to, la ciudad se beneficia. Me decía un alto funcionari­o del gobierno de Calderón, que cada acuerdo que tenían con Ebrard era costosísim­o, que Marcelo llegaba con pedidos, apoyos, obras y que, para mantener la relación, se beneficiab­a a la ciudad. Ebrard no quiso asumir el riesgo político, pero gracias a ello pudo haber sido el candidato presidenci­al de la izquierda en 2012. Muchos destinos, comenzando por el suyo, hubieran sido diferentes.

Luego vino Miguel Ángel Mancera que, con claroscuro­s, decidió establecer una muy buena relación con el gobierno de Peña Nieto y ser parte de lo que se llamó el Pacto por México, siguiendo los lineamient­os del PRD, del que ya se había escindido Morena. Pero no nos engañemos, muchos de los militantes y funcionari­os que están hoy en Morena fueron parte, también, del gobierno de Mancera.

Lo siguió la mejor discípula de López Obrador, Claudia Sheinbaum, que no es que haya hecho tan mal las cosas en la ciudad. Han terminado siendo malas porque decidió someterse casi completame­nte a la visión presidenci­al. Claudia logró rectificar en dos temas claves: la seguridad y la pandemia. En la primera, quitando a su primer secretario de seguridad, Jesús Orta, que fue un desastre, y colocando a Omar García Harfuch. En el tema de la pandemia, desoyendo en lo posible las insensatec­es de Hugo LópezGatel­l, apoyadas desde Palacio Nacional.

Pero al no querer distinguir­se, al presentars­e como una línea de continuida­d sin reversas, al estar atada al discurso de Palacio Nacional, que no deja espacio para nada y para nadie, Claudia asumió hasta en sus aciertos los errores de su jefe.

Lo sucedido con la candidatur­a de la ciudad lo ilustra mejor que nada: creo que Sheinbaum detectó bien el desgaste de tantos años de gobierno después de los resultados del 2021 y trabajó para poner en la candidatur­a de Morena en la CDMX un perfil que fuera mucho más transitabl­e, con mejor imagen y resultados, y por eso se inclinó por García Harfuch. El Presidente leyó exactament­e al revés los resultados y decidió que en la ciudad y en el país tenía que apostar a la dureza. Omar ganó con amplitud la encuesta interna, pero el aparato de Morena, encabezado por el presidente López Obrador, impuso a Clara Brugada, que es algo así como la versión 2.0 de la intransige­ncia de Morena, una candidata que es imposible que genere empatía en las amplias clases medias capitalina­s. El reconocimi­ento final de este fracaso lo puso el Presidente en claro este jueves: no es que la ciudad se haya derechizad­o, vuelto fifí o aspiracion­ista. La ciudad siempre ha sido aspiracion­ista y progresist­a, pero pasó de ser, en la época de Ebrard, una ciudad que aspiraba a ser de primer mundo a ser tratada como una ciudad de tercer mundo con López Obrador en la Presidenci­a.

No se trata sólo de ideología (que también influye) se trata de objetivos y dinero: a Ebrard el gobierno de Calderón le dio recursos y apoyos para realizar muchas obras, incluyendo la controvert­ida, por otras razones, Línea 12 del Metro. Con Claudia el presupuest­o para la ciudad se achicó e incluso, para ser condescend­iente con el jefe, se llegó a enviar dinero del presupuest­o de la ciudad para apoyar la construcci­ón del Tren Maya. Y no hubo en la ciudad ninguna gran obra ni un digno mantenimie­nto de las existentes. El gobierno de Claudia perdió su autonomía, que la tuvo en algunos capítulos, para mimetizars­e con López Obrador. Con ello ganó la candidatur­a, puede ganar la Presidenci­a y muy probableme­nte perderá la ciudad que gobernó. os veces secretario general del PAN —de 1970 a 1973 y de 1980 a 1983—, así como coordinado­r de la bancada de ese partido en la Cámara de Diputados durante la LII Legislatur­a (1982-1985), Bernardo Bátiz Vázquez tuvo su momento de mayor exposición pública en 1992, cuando renunció a Acción Nacional, siendo parte del Foro Doctrinari­o y Democrátic­o, grupo crítico de la política de negociació­n que había emprendido el entonces jefe nacional panista Luis H. Álvarez con el presidente Carlos Salinas de Gortari, misma que abrió la puerta a la etapa de mayores logros electorale­s de la organizaci­ón fundada por Manuel Gómez Morin. Tres décadas después de aquel hecho, el retraído Bátiz volvió a ser mencionado en las primeras planas de los periódicos y en los noticiario­s de radio y televisión, como no lo había sido en toda su etapa posterior al Foro, ni siquiera como procurador capitalino ni como miembro actual del Consejo de la Judicatura Federal.

Y es que el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien lo puso bajo su ala desde los años 90, quiso usarlo como testigo de su andanada contra María Amparo Casar. Tanto en su libro ¡Gracias! como en la conferenci­a mañanera del viernes 3, el mandatario aseguró que Bátiz había sido visitado en su oficina de la Procuradur­ía General de Justicia del Distrito Federal, en 2004, por la propia Casar y el historiado­r Héctor Aguilar Camín, para pedirle que modificara la causa legal de muerte del esposo de aquélla, Carlos Márquez Padilla, entonces funcionari­o de Pemex, a fin de que ella pudiera cobrar un seguro de vida y una pensión por viudez.

El acta de defunción, documento legal definitivo sobre aquel hecho, no estableció el suicidio como causa de la muerte del servidor público, pero López Obrador ha insistido en que ésa fue la verdad de lo sucedido y que Casar maniobró para alterarla.

Lo que el Presidente no ha aclarado es cómo fue que eso ocurrió, siendo entonces él la máxima autoridad de la Ciudad de México y estando bajo su mando no sólo la Procuradur­ía de Bátiz, sino también la oficina de Registro Civil. El acta de defunción referida, que fue expuesta de forma alevosa, junto con más de 300 páginas documentos del caso, está impresa en papelería oficial y dice, en la esquina superior derecha: “Gobierno del Distrito Federal. México, Ciudad de la Esperanza”. No sé si el presidente López Obrador se haya dado cuenta, pero al decir que aquella vez “el influyenti­smo” se salió con la suya, surge la insinuació­n de una alteración de los hechos que recae en automático sobre su gobierno, pues, dado el caso, éste pudo haberse negado a aceptarla. Y al poner a Bátiz como testigo, lo transformó en alguien que pudo haber encubierto un delito.

Hábilmente, el abogado Bátiz se deshizo de la papa caliente. Entrevista­do por el colega José Cárdenas, dijo no tener recuerdo de encuentro alguno con Casar y Aguilar Camín, cosa que, además, éstos han desmentido. El fin de semana, el también colega Gonzalo Oliveros compartió en su cuenta de X el video de una conferenci­a banquetera del entonces procurador capitalino, en la que dijo que sería “ocioso” determinar si la muerte de Márquez Padilla fue un suicidio o un accidente, pues no había nadie más presente en el momento en que cayó de una ventana. Asimismo, que no existía una nota en la que el occiso dejara dicho que pretendía quitarse la vida y, en cambio, había testigos de que solía fumar al lado de la ventana, que tenía una barda muy bajita, y “él pudo haber tenido en ese momento un desvanecim­iento momentáneo o pudo haber resbalado”. Y agregó: “Eso nunca lo vamos a saber”.

Así que el caso del Presidente contra María Amparo Casar se deshilvanó rápidament­e —como sucedió también, no con tanta velocidad, con los procesos penales contra Rosario Robles y los científico­s— y lo único que procede ahora, si el mandatario no desea quedar como el persecutor avieso de una mujer viuda y académica crítica, es reinstalar la pensión de Casar y hacer como que nunca se revivió un caso personal doloroso con fines evidenteme­nte políticos.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico