La Razón de México

LA VIDA EN LA GUERRA

- POR GABRIEL MORALES SOD

Nunca imaginé que viviría una guerra. En México viví los años de la violencia que suscitó la guerra contra el narcotráfi­co. A pesar de que en términos reales el número de muertes en México supera con creces al de la guerra entre Gaza e Israel, la experienci­a en un conflicto bélico es distinta, más siniestra, más tangible.

Después de cuatro meses de guerra, por algunos momentos parecería como si la vida fuera a regresar a la normalidad en Tel Aviv, en el centro del país, alejados de la guerra contra Hezbolá en el norte y de Gaza al sur. Sin embargo, incluso lejos del campo de batalla, la guerra es omnipresen­te. Las calles están llenas de espectacul­ares que demandan el regreso de los rehenes y por todas partes se ven personas que visten un pequeño pin amarillo en forma de listón, símbolo internacio­nal de esta lucha; y es que, a tan sólo una hora de Tel Aviv, el mundo vive un momento distópico, digno de las historias apocalípti­cas de la biblia judeocrist­iana.

En el aire, los aviones israelíes continúan bombardean­do Gaza, que yace metros abajo en ruinas. En la tierra cientos de miles de palestinos viven en campos de refugiados, la comida es escasa y las muertes se acumulan. Abajo, en el inframundo, en un sistema de cientos de kilómetros de túneles se esconde Hamas que, escudado por la población civil que sufre en la tierra, se niega a rendirse, sin importar el costo humano. Entre los túneles oscuros, húmedos y el ruido del bombardeo están presos, algunos vivos otros sólo en cuerpo, 130 rehenes, israelíes y extranjero­s, entre ellos dos pequeños niños y doce mujeres.

Del otro lado de la frontera los funerales de soldados caídos se han vuelto una rutina común. Cada mañana, la primera noticia del día es el anuncio de quienes murieron el día anterior. Nadie es inmune al destino. El ministro Gadi Eisenkot, el miembro más moderado del gabinete de guerra, que previament­e fue el jefe de las Fuerzas Armadas, perdió a su hijo y a su sobrino, un día después de otro. En total, alrededor de 200 mil personas, en un país de sólo nueve millones, se han convertido en refugiados en su propio país. Toda la frontera sur con Gaza y la frontera norte con Líbano han sido evacuadas.

Visité el sur de Israel la semana pasada y estuve en las comunidade­s que destruyó Hamas. En Nir Oz, un kibutz de 400 personas, Hamas asesinó o secuestró a cien. Desde Nir Oz se puede escuchar el sonido de las explosione­s de la guerra en Gaza. El dolor en el otro lado de la frontera es difícil de concebir, incluso estando tan cerca. De este lado, a cuatro meses del ataque, entre las casas quemadas de Nir Oz, donde civiles fueron torturados, violados y asesinados, queda aún un olor extraño. Pregunté a uno de los sobrevivie­ntes si el olor provenía del establo adyacente. No, me respondió, es el olor a muerte.

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