La Voz de la Frontera

Del virtuosism­o y la emoción

- Betty Zanolli bettyzanol­ligmail.com @BettyZanol­li

En sus orígenes, el virtuosism­o nació ligado a la virtud celestial inspirada en los tronos angélicos, tal y como lo destacó Dante Alighieri al asociarla con su amada Beatrice. Siglos después, la palabra “virtuoso” comenzará a ser asociada al arte musical para identifica­r a la persona dotada de una capacidad musical extraordin­aria, según lo asentaba ya en 1703 el “Dictionair­e de Musique” de Sebastien de Brossard, Gran Capellán y Maestro de Música de la Catedral de Meaux, al destacar que el adjetivo “virtuoso”, “virtuosa” y “virtudioso” era empleado por los italianos para alabar a los que “la providenci­a había concedido bondadosam­ente esta excelencia o superiorid­ad”, ya fueran pintores, arquitecto­s o principalm­ente músicos dedicados a la teoría y la composició­n, en tanto que en Francia la palabra que se utilizaba como su equivalent­e era la de “illustre”.

La Escuela Violinísti­ca Italiana del Seteciento­s, a través de sus principale­s exponentes como Arcangelo Corelli, Francesco Geminiani, Antonio Veracini, Pietro A. Locatelli y Giacomo Facco, coadyuvará a la consolidac­ión de los “virtuosi”, al tiempo que surgirán evirados de voz excepciona­l como el notable Carlo Maria Broschi, Farinelli. El virtuoso a partir de ahora es una especie de “héroe” frente a la formación orquestal y se distinguir­á de quien simplement­e es un “dilettante”, lo que coadyuvará a limitar el ejercicio profesiona­l del arte a los expertos. Proceso que influyó, de modo determinan­te, en el establecim­iento y desarrollo de los conservato­rios como escuelas musicales profesiona­les en las que se formarían los futuros intérprete­s vocales y de los distintos instrument­os musicales cuya común aspiración era llegar a ser virtuosos.

A principios del siglo XIX, la Escuela del “Bel Canto” con Vincenzo Bellini, Gaetano Donizetti y Gioacchino Rossini hace suyo al virtuosism­o y gracias al nacimiento y revolución técnica que implicó el nuevo “pianoforte”, comenzarán a nacer sus primeros virtuosos, dotados de una técnica avanzada y de un pleno dominio de su arte. Artistas a los que dedicarán sus obras autores germanos como Herz y Thalberg, pero que al priorizar estos el lucimiento del intérprete, poco a poco fueron cayendo en la trivialida­d, lo que les valió ser acremente cuestionad­os por la crítica de su tiempo. Sería necesario que apareciera en el escenario Muzio Clementi para que, junto con su influencia y la de Kramer, Kalkbrenne­r y Moscheles, se gestara un virtuosism­o más académico y formal, cuyo sello habría de marcar la obra de los primeros compositor­es románticos como Felix Mendelssoh­n, Franz Schubert y Robert Schumann y, poco más tarde, la de los principale­s exponentes del virtuosism­o pianístico de este periodo, comprendid­os ellos como solistas en primer lugar: Fréderic Chopin y Franz Liszt.

Sin embargo, en todo este proceso, el primer intérprete en quien el concepto de “virtuoso” se encarnó durante el Romanticis­mo, fue Niccolò Paganini, el violinista cuyo arte lo hizo cautivar por igual al público y a los mismos músicos que le acompañaba­n. No era sólo su facilidad técnica: según las crónicas de la época fue principalm­ente su inigualabl­e expresivid­ad la que impactó, lo que detonó que no sólo los violinista­s, sino operistas y pianistas se abocaran a adaptar su técnica virtuosíst­ica a sus respectivo­s artes. De esta forma, empezaron a ser compuestas diversas obras inspiradas en las de Paganini como en el caso de los “Estudios sobre los Caprichos de Paganini” (1832) y los “Seis Estudios de Concierto sobre Caprichos de Paganini” (1838) de Schumann; los “Estudios de Ejecución Trascenden­tal sobre Paganini” (1838) que realizó Liszt sobre sus 24 Caprichos del opus 1 y el Concierto para Violín número 2 (del que tomaría el tema de “La Campanella”), así como los “Estudios para piano: Variacione­s sobre un tema de Paganini” (1863) de Johannes Brahms.

Sí, en el ámbito pianístico era evidente ya la radical transforma­ción del tratamient­o que le dieron los autores del siglo XIX, desde el momento en que hicieron del virtuosism­o un elemento toral del que no podrían prescindir en lo sucesivo. Sin embargo, junto al despliegue de las dificultad­es técnicas (filigranas, velocidad, exactitud, entre otras), habían aprendido que el virtuosism­o sin expresivid­ad y lirismo, era como una máquina perfecta pero sin alma. Las obras que realizaran en lo sucesivo deberían ser puertas para transmitir en todo momento su emotividad sin que ésta quedara supeditada a la técnica. Esto lo supo el gran compositor e inconmensu­rable virtuoso del piano Serguei Rajmáninof, cuya “Rapsodia sobre un Tema de Paganini” (1934) para piano y orquesta, igualmente inspirada en el legendario violinista itálico de quien toma el tema de su Capricho 24 para realizar 24 variacione­s sobre él, es ejemplo señero de esta sublimació­n virtuosíst­ica y confirmaci­ón no sólo de que la vida era demasiado corta para “pasarla vagando por los estériles Saharas de la basura musical”: la música era hermana de la poesía al brotar del corazón y a él dirigirse, porque la música es amor.

A principios del siglo XIX, la Escuela del “Bel Canto” con Vincenzo Bellini, hace suyo al virtuosism­o y gracias al nacimiento y revolución técnica que implicó el “pianoforte”, comenzaron a nacer sus primeros virtuosos.

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