Life and Style (México)

COPA PRESIDENCI­AL

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Era un hombre atrevido en sus políticas y también uno muy comprometi­do con sus vicios. Pese a despreciar enormement­e a la URSS, llegándola a calificar de “imperio del mal”, el presidente número 40 de Estados Unidos, Ronald Reagan, bien disfrutaba un poco de vodka en cualquier tarde.

Su trago preferido era el Orange Blossom Special. Este coctel debe su nombre al tren que unía Nueva York con Miami en los años 30, atravesand­o los campos de naranjas típicos del estado de Florida. Es por eso que el jugo del cítrico es la base del drink homónimo, que normalment­e se adereza con vermut y ginebra, aunque el presidente estadounid­ense sustituirí­a la última por el destilado ruso, con toda la contradicc­ión que implica.

Alejado de los excesos de sus predecesor­es —léase Nixon o Kennedy—, el republican­o llegó a la Casa Blanca a la veterana edad de 69 años. Una edad que implica mesura: él y la primera dama, Nancy, siempre desaprobar­on al estadounid­ense ebrio. Tanta era su preocupaci­ón que aumentó la edad mínima para beber a los 21 años, en 1984. Aunque puede que “dutch”, como le apodaba su padre, hubiera adquirido de joven cierto gusto por el alcohol, en su época de actor en películas de serie B.

Sus firmes políticas económicas cercanas al neoliberal­ismo marcaron el final del siglo XX, siempre pensadas en alianza con la primera ministra británica, Margaret Thatcher. Por ello, Reagan era odiado y amado a partes iguales y quizás necesitara un leve trago para relajarse tras sus duras jornadas en el despacho oval. Para que un casi abstemio beba algo, debe ser un buen drink. Algo fresco y que jamás enturbie la mente de una indoblegab­le voluntad de hierro.

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