Life and Style (México)

SOBREDOSIS MELOMANA´

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El festival de Roskilde es el evento musical más importante de Escandinav­ia y el pretexto perfecto para tomarse uno o varios días libres.

La moda, el lujo y la aparente obligación laboral están en pausa, por un día completo, en nuestro viaje por Escandinav­ia. Miradas de envidia de compañeros poco envidiosos enmarcan el siguiente paso en la agenda del que teclea estas líneas: la visita obligada al festival de Roskilde, un pequeño pueblo en las afueras de Copenhague.

La idea es básica: conocer el pi y el pa del festival más respetado del norte de Europa, que presume bandas en cada rincón, guapísimas mujeres —¡enemigas del brassiere!— a cada paso, litros de cerveza por doquier y a Ryan Adams con su versión-de-piel-chinita de “Come pick me up”. El conjunto de todo deja algo claro: en los festivales, como en el amor, las primeras impresione­s jamás se olvidan.

Poco importan los estragos del engañoso sol nórdico, dispuesto a vengar en la piel de los asistentes el aprisionam­iento que sufre el resto del año. Tampoco molesta el interminab­le desfile de futuras esposas que parecen seguirme hacia cualquier dirección. Mucho menos importa el pesado tripié para tomar fotos que, después de dos horas, cobra su cuota en el hombro. Al final, las primeras impresione­s de Roskilde son perfectas y motivan una pregunta obligada: ¿por qué no copiamos la estructura de un festival así en México? Más de 180 bandas, cuatro días y ocho escenarios, que dan hogar lo mismo a una cumbia alterada de Marcelo D2 que al verso perfecto de Wu Tang. Sí, también hay festivales en México, pero en Roskilde el agua e internet —y el civismo, por supuesto— son gratis. Primeras, segundas y terceras... todas las impresione­s tienen el mismo final: los festivales son para disfrutar y éste es perfecto para un día de pinta en Escandinav­ia, con todo y el odio de tus amigos.

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