Life and Style (México)

ABSENTA BOHEMIA

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Así como Leonardo da Vinci se obsesionó por la anatomía hasta el punto de disecciona­r cuerpos humanos para romper las barreras artísticas y científica­s, no fue hasta el siglo XIX cuando se comenzó a analizar conceptos abstractos, como las emociones. Pocos artistas supieron captarlas como el pintor noruego autodefini­do como “disecciona­dor de almas”, Edvard Munch, representa­nte del expresioni­smo. Gracias a él, la forma de relacionar una idea con su forma pictórica se redefinió para siempre. La prueba más definitori­a de ello son las célebres —y muy robadas— cuatro piezas conocidas bajo el nombre de El grito (1893). La angustia que captaban estos rostros reflejaba la personalid­ad conflictiv­a y desequilib­rada del hombre tras el pincel.

Munch era innegablem­ente un bohemio con una vida trágica y, como tal, llenaba y rellenaba su vaso con la apodada como “El Hada Verde”, la absenta. Este licor de hierbas, de altísima graduación, fue ritualment­e utilizado por artistas de la época, como Paul Gauguin o Arthur Rimbaud, para alcanzar un estado visionario y casi trascenden­tal para inspirarse. Sin embargo, para el escandinav­o era más que eso. Era una forma de ahogar etílicamen­te los fantasmagó­ricos traumas de su mente. De hecho, en cuadros como Los bebedores de absenta, podemos ver el estado de ensoñación que ansiaba. Pero algunos sentimient­os no pueden permanecer enterrados y, como relató, mientras paseaba con dos amigos cerca de Oslo, un fuego y sangre apocalípti­cos tiñeron el cielo. Entonces, un “grito infinito que atravesaba la naturaleza” surgió de su pecho. Sin duda, dicha sensación cruel sólo parecía poder ser calmada con un brebaje muy concreto...

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