SIEMPRE HAY SHOW
El metro de Estocolmo no sólo es eficiente: es un legado cultural donde el arte ocupa un lugar al que están acostumbrados los suecos.
Que algo quede claro: la comparación del metro de Estocolmo con el de la Ciudad de México es injusta. Pero, ojo, compararlo con cualquier otro metro del mundo es injusto. Punto.
Para ser tener un punto de referencia habría que elegir una galería de arte y, de ahí, comenzar la comparación. Siendo honestos, no buscamos hablar del metro de Estocolmo presionando al lector para que imagine otros subterráneos. No hay necesidad. Por ejemplo, si pedimos que imaginen el pasillo del metro La Raza, en el Distrito Federal, con sus exposiciones permanentes y sus intentos por impactar a los usuarios... resulta ridículo. Ahora pensemos en el lujo aristocrático de la estación de Kiyevskaya, en Moscú. Quizá es impactante, pero muy aislada. Otro ridículo. Una última oportunidad: la sorprendente modernidad del metro de Munich y su mejor representante, la estación Westfriedhof. Interesante, pero, de nuevo y sin exagerar, ridículo.
Estaciones aisladas con grandes propuestas sobran en el mundo, pero es esa capacidad de presentarse como unidad artística, en la que en cada rincón hay una propuesta cultural para el viajero, lo que hace único en su género el metro de Estocolmo. Y, por supuesto, la mejor elección de museo al recorrer las calles de la capital sueca. Pasillos interminables de exposiciones, más de 150 artistas a lo largo de 100 kilómetros e intervenciones en cada piedra y en cada taquilla hacen de la experiencia del subterráneo un obligado en el recorrido por Escandinavia. Este paseo es para cualquiera que quiera una lección artística gratuita, incluida en el precio de su boleto.