Life and Style (México)

CAPRICHOS DE UN CREATIVO

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Diego Villaseñor no es un arquitecto de oficina, por el contrario, se inspira al estar en movimiento. Sin embargo, admite que las ideas toman forma en su estudio.

“Yo soy móvil, estoy en el movimiento. A veces trabajo en la oficina, pero a veces me da susto venir porque aquí habitan los problemas. El diseño vive en la mente, por eso diseño manejando o caminando. Pero, sobre todo, mi gente me lleva, porque muchas veces me distraigo, sobre todo cuando saco mi anecdotari­o. Una vez mi hijo vino a comer a casa y, antes de entrar, oí cómo decía: ‘No vayas a hacerle plática a mi papá, que no llegaremos al cine...’”.

Estamos de visita en la oficina del arquitecto Diego Villaseñor (Tlaquepaqu­e, 1944), ubicada en el mismo terreno donde vive y en el que, antes que él, habitaron sus padres, en el corazón de la San Miguel Chapultepe­c. Un espacio que, pese a su amor por el movimiento, está lleno de maquetas, libros y objetos. “De cada obra me traigo un recuerdo”, dice, y nos muestra el cráneo de pelícano que descansa en su librero, justo al lado de un holograma suyo insertado en un cubo de cristal. “Se lo regalé a mi mujer, pero le daba miedo y por eso lo traje aquí”, sonríe.

Las oficinas de Villaseñor antes contaban con más de 40 empleados, pero, tras la crisis, el equipo se redujo a 11. “Está bien, prefiero hacer menos y mejor”, declara el arquitecto, de pronto atraído por las sombras que los árboles de su jardín dibujan sobre la pared. Unas sombras que no dejarán de cambiar mientras se arranca imparable a compartir su anecdotari­o, el que habita cada una de las casas y complejos turísitico­s que este reinventor de la arquitectu­ra vernácula mexicana ha levantado en la costa del Pacífico. Un anecdotari­o que, a final de cuentas, resulta ser el objeto más preciado de su despacho.

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