Life and Style (México)

SENNA, POLÉMICO

P E RI ODI S TAS, P I L O T OS, I NGENIEROS E , I NCLUSO, FA M I L I A . . . E L L O S R E S P ONDE N L A GRAN P REGUNTA : ¿ E S E L B RASILEÑO E L M E J OR P I L O T O QU E H A CO R R I D O E N L A F Ó R M U L A 1?

- COORDINACI­ÓN MARTÍN AVILÉS

¿Acaso la leyenda brasileña ha sido el mejor en las pistas? Diversos líderes de opinión responden a esta incógnita.

No es fácil definir cuál ha sido el mejor piloto de Fórmula 1 de la historia, tal como no es tarea sencilla decidir entre Pelé y Maradona. Cuando se vive en épocas distintas, las condicione­s cambian y en el caso de las carreras la cosa es más complicada porque los resultados dependen mucho de un factor exterior a la calidad y el talento del piloto: el coche.

Tuve la oportunida­d de hacer dos días de la mítica carrera histórica Mille Miglia, en Italia, al lado de dos grandes pilotos de F1: David Coulthard y Mika Häkkinen (este último, colega de Senna en McLaren). Ahí confirmé que los pilotos, entre ellos, saben que existen varios niveles de talento. En el primer día fui copiloto de Coulthard, en un Mercedes SL de 1955, y en los increíbles paisajes de la Toscana me confesó algo sobre Hakkinen, que nos seguía detrás en un moderno Mercedes SLR: “lo que más me impresiona­ba en Mika era que mientras yo llevaba dos o tres días entrenando para lograr un tiempo por vuelta realmente rápido, él llegaba por la mañana y, media hora después, ya estaba al mismo nivel o incluso más rápido que yo”. Al día siguiente, ya como copiloto de Hakkinen, éste me dijo: “Lo que realmente me dejaba sin palabras era la rapidez natural de Ayrton. Se juntaba a nuestros entrenamie­ntos privados y, tras cuatro o cinco vueltas ya podía sacar algunas décimas de segundo a mi mejor vuelta, hecha al final de 20 intentos”.

Cuando empecé a seguir las carreras de F1, a principio de la década de los 70, me convertí en un fanático incondicio­nal de Niki Lauda, que juntaba su rapidez a grandes atributos de estratega para imponerse a los demás. En el último año antes de su primera retirada, en 1979, tuvo como compañero de equipo a un joven brasileño muy promisorio; su nombre era Nelson Piquet y lo sustituyó el año siguiente como primer piloto. A partir de ese momento, pasé a luchar “al lado” de Piquet en cada carrera de F1 a la que asistía como espectador. Mi apoyo “daba” buenos resultados y Piquet se quedaba con la corona de campeón en 1981, 1983 y 1987, pero, en realidad, en ese último año, ya era evidente que otro brasileño le superaba en talento.

Ayrton Senna se estrenó con un incapaz Toleman, en 1984, y de pronto, sonaron las alarmas de todos los jefes de equipos de F1 y de los demás pilotos. El paso a Lotus, el año siguiente, no le permitía todavía luchar con armas iguales contra Nelson Piquet, Nigel Mansell o Alain Prost… a no ser en el caso de que hubiese lluvia durante la carrera como elemento equilibrad­or entre los coches más potentes y los menos competitiv­os, como el suyo. En la segunda carrera de la temporada de 1985 el “circo” se trasladó a mi tierra, a Portugal, para el Gran Premio de Estoril, donde me encontraba, a mis 18 años, para asistir, en vivo, al nacimiento del último mito del deporte automotor.

La carrera fue un“escándalo” en el que Senna logró que sólo el segundo clasificad­o terminara la carrera en la misma vuelta que él, a más de un minuto de diferencia (una eternidad cuando hablamos de F1). El mito estaba establecid­o, como lo reconoció la revista inglesa Motoring News al día siguiente: “Senna se deslizó, navegando como un timonel experiment­ado sobre una pista llena de trampas, mientras que los pilotos veteranos naufragaba­n”. Así, su fichaje por McLaren, en 1988, le permitió disponer del mejor material para ganar y conquistar tres de cuatro campeonato­s posibles, sólo dejando escapar uno para Prost tras un polémico accidente entre ambos en el GP de Japón de 1989. En 1992 y 1993, el Williams ya era un coche claramente mejor que el McLaren y ni el talento de Senna permitió volver a ganar un mundial, algo que se esperaba como natural a partir de 1994, cuando el brasileño se trasladó al equipo de Frank Williams, en cuyo coche pereció el 1 de mayo de ese año, en el GP de Imola.

La frialdad de los números nos ayuda a clasificar a Ayrton como el piloto más rápido de la F1: en 89% de las vueltas de calificaci­ón que hizo fue más rápido que su compañero de equipo (le siguen Juan Manuel Fangio, con 88%, y Michael Schumacher, con 84%), además de ganar los duelos contra todos sus compañeros de equipo en calificaci­ón (venció a Cecotto, Johansson, De Angelis, Dumfries, Nakajima, Prost, Berger, Andretti, Hakkinen y Hill). Cifras como éstas son las que ayudan a ilustrar su superiorid­ad y las que llevaron a la consagrada revista inglesa Autosport a realizar un sondeo entre todos los pilotos de F1 vivos (217 en total) pidiéndole­s que nombrasen el mejor de siempre al mando de un F1. Senna fue el ganador, por delante de Schumacher (que votó por Senna como el mejor de todos los tiempos).

La dimensión mítica de Ayrton se basa en números y percepcion­es, pero también en algunos actos que hoy entendemos como premonitor­ios. “Cuando llegué al límite me di cuenta de que era el límite. Pero cuando lo toqué sentí que podía ir más allá… y luego tuve la sensación de que estaba volando en el coche y ya no era yo”.

Palabras de un héroe. De un mito. De una leyenda... De la máxima leyenda.

¿Es el mejor de la historia?¿Es tan grande como cuenta su leyenda? Como con todos los ídolos, siempre habrá controvers­ia y con Ayrton no parece haber término medio: se le ama o se le odia. Las estadístic­as y los récords dicen mucho, pero no cuentan toda la historia. No dan detalle justo de su desempeño sobre la pista y de su maestría para manejar bajo la lluvia, por ejemplo. Sin embargo, con Ayrton Senna el tema no se queda en lo deportivo, ya que su bagaje personal incluía una personalid­ad avasallado­ra, una especial filosofía de la vida y una auténtica vocación por ayudar a los menos afortunado­s.

Senna tenía una particular animadvers­ión por la injusticia. Esto provocaba que aquellos que no entendían la forma en que separaba lo que sucedía dentro y fuera de la pista lo criticaran. Esto lo llevó a enfrentami­entos serios con las autoridade­s del deporte, convirtién­dose en un hombre incómodo que declaraba “quien termina en segundo, es el primero de los perdedores”. Y es que Senna no aceptaba otra cosa que no fuera la victoria. Es todo esto lo que hacía de Ayrton un ser humano diferente, uno que combinaba ese mundo de frivolidad e intereses que, en ocasiones, sacan lo más negativo de los seres humanos, con un mundo en el que las satisfacci­ones se logran a través de dar... y en ambos mundos, Ayrton Senna fue un gran campeón. Y, para mí, sin dudarlo, es el mejor de todos los tiempos.

A veces, pienso: “Moriría por leer el mejor tuit de Senna”. En el entendido de que, si viviera, Ayrton utilizaría Twitter u otras redes sociales. O tal vez no. Yo creo que sí, porque era un hombre al que le gustaba conversar, era un tipo de ideas. Y es que, hoy, no es difícil encontrar elocuentes frases del acervo de quien para muchos —¡la mayoría, diría!— es el mejor piloto de todos los tiempos. Imaginen qué deleite leer sobre un hombre que revolucion­ó su actividad por los cuatro costados.

A la distancia, sería absurdo dejar de pensar que Senna trascendió más allá del deporte para ser una figura social emblemátic­a, que sigue inspirando a nuevas generacion­es. Incluso, para aquellos que no pudieron verlo correr, se ha convertido en un símbolo de éxito, determinac­ión y superación.

Tuve la fortuna de conocerlo y de vivir con él algunos episodios inolvidabl­es, buenos y malos. Mi primer contacto con Senna fue el 16 de octubre de 1987, en el garaje de Lotus, en el autódromo Hermanos Rodríguez durante el GP de México. Él estaba sentado en posición de flor de loto, descalzo, con unos aviador de Ray-Ban. Era difícil escapar a su carisma: se trataba del piloto más relampague­ante de una época en Fórmula 1 que no se dedicaban a ocultar, ni a los medios ni a los aficionado­s, a sus grandes figuras. Me quedó una impresión alejada de lo que se leía, por aquellos días, sobre Senna en los medios europeos. Hablaban de un gran talento en la conducción, sin duda, pero lo calificaba­n como un niño rico y mimado ya que su padre era un empresario multimillo­nario. Le tachaban de irreverent­e y alocado, y le auguraban un camino difícil. Pero la determinac­ión de Senna descansaba en su visión mística del ser y en su relación profunda con Dios. Gracias a esto, tuvo el empaque de sobra para encarar la discrimina­ción en el medio automovilí­stico europeo y para retribuir a su país, sobre todo a los niños, un poco de la fortuna que siempre tuvo.

Me atrevo a decir que quien más lo conoció fue el mexicano Jo Ramírez, director de logística de McLaren en la gloriosa época de la escudería. Fue su amigo, confidente y una de las contadas personas a las que el brasileño permitió entrar en su círculo privado. “Jo, ¿qué es lo que más le admiraste como piloto?”, le pregunté una vez. “Lo perfeccion­ista, sin duda. Nunca se perdonó la más mínima posibilida­d de error. Y, como persona, la honestidad.

Era complejo, contradict­orio, ardiente”. Senna, de ello no me cabe duda, ha sido el campeón más generoso de la historia. Se entregó, en cada respiro de su vida, a su vocación de piloto. Hoy sigue entregando su gran amor, que nunca morirá.

Sería fabuloso que en esta época de tantos medios de comunicaci­ón, y de tantas redes sociales, Ayrton Senna estuviera corriendo. Tendríamos a un Usain Bolt o a un Michael Phelps en la Fórmula Uno. De ese tamaño es Ayrton, sólo comparable con gigantes del deporte, como Muhammad Ali o Michael Jordan... de esos atletas electrizan­tes.

Senna está en ese grupo de prodigios del deporte. De esos genios y revolucion­arios, capaces de cautivar a la afición como lo hizo Diego Armando Maradona. De esos tipos irreverent­es, que van a contracorr­iente. Él es parte de esa colección de héroes, pues era dueño de un carisma muy especial y como figura era algo global.

Era un tipo calculador, serio y cerebral. Un iluminado, un genio al volante; de esos tipos geniales que aparecen cada 30 o 40 años en el mundo, era una cosa de prodigios y un adelantado a su generación.

Así como la penetració­n mediática de Cristiano Ronaldo, Ayrton era un tipo que no pasaba inadvertid­o, sin ser elocuente ni estrafalar­io, pero su personalid­ad era arrollador­a. Tenía un talento natural, unas manos prodigiosa­s. Era un piloto capaz de ir más rápido que los demás sin importar el coche que tuviera, era un tipo realmente hábil e inteligent­e, un fenómeno que entendía la velocidad mejor que cualquiera.

Recuerdo perfectame­nte aquel 1 de mayo de 1994 cuando perdió la vida. Fue algo trágico, un choque de frente y una noticia de impacto global. No tardó mucho en saberse. En cuestión de minutos se confirmó su muerte y se paralizó el mundo. Fue terrible, yo tenía 19 años y nunca olvidaré lo emotivo que fue cuando, meses después, la selección de Brasil le dedicó su triunfo en el Mundial de 1994.

Ayrton Senna tiene un lugar único en la historia. No sé si sea el mejor, pues me parece que, en términos de competitiv­idad y de títulos, es inevitable decir que Michael Schumacher es el mejor de todos los tiempos, pero es cierto que el alemán tuvo tal vez el mejor auto que se recuerde en la F1, en una época con menor competenci­a entre motores, a diferencia de Senna que tuvo que correr contra autos muy competitiv­os.

Tuvo récords impresiona­ntes, además de ganar carreras muy joven. Está, sin duda, entre los tres mejores de la historia, pero lo más importante es que tiene un lugar único en el Olimpo; murió como un ídolo y eso lo encumbró. El morir joven lo hizo legendario y de manera tan trágica en plena pista, eso lo convierte en un personaje de leyenda, un auténtico mito del automovili­smo.

Uno de mis más grandes tesoros es una fotografía en la que aparezco, aún siendo bebé, en los brazos de Senna. Mi tío fue doctor de la FIA y del Gran Premio de México por muchos años y, en ocasiones, nos dejaba ingresar al paddock con él. Tras atender a Ayrton, luego del accidente que sufrió en la peraltada durante las prácticas del Gran Premio de 1991, le pidieron que me cargara para una foto. No lo dudó. Me sostuvo y sonrió; es gracias a eso que puedo presumir haber compartido el mismo espacio con mi ídolo... una leyenda.

Tuve la fortuna de conocerlo de manera casual y, definitiva­mente, marcó mi vida desde el inicio. Aún recuerdo el día de su muerte. Mi papá estaba atónito viendo las noticias. Alcancé a escuchar y de pronto, por un instante mi mundo se derrumbó.

Era apenas un niño y él era mi héroe. Fue una gran tristeza que muriera mi ídolo. Desde entonces, aprendí a valorar cada anécdota, cada comentario y cada detalle narrado por gente que pudo convivir con él. Así he descubiert­o la calidad humana de Ayrton Senna, de quien la gente sigue hablando con cariño, porque pilotos van y vienen, pero son las leyendas las que trasciende­n en el tiempo.

Ahora, como director de Marketing del GP de México, si Ayrton siguiera vivo, segurament­e lo tendría como embajador del evento, pues en estudios que he visto del Instituto de Ayrton Senna, el país en donde más aficionado­s conserva, después de Brasil, es México.

En mi opinión, es el mejor piloto que ha existido en la historia del automovili­smo y lo seguirá siendo por siempre. Desde mi mirada de fanático, era algo más que un buen piloto y es una pena que no esté presente, que la gente de ahora no pueda verlo correr, que no pudiera demostrar con más títulos que fue la gran leyenda.

A pesar de todo, siempre permanecer­á en la mente y en el corazón de todos los que conformamo­s la F1... un piloto irremplaza­ble.

Si tuviera que definir con una palabra a Ayrton Senna, eligiría “leyenda”. Es mi máximo ídolo de la Fórmula Uno. Desafortun­adamente, no pude conocerlo en persona, pero he visto prácticame­nte todas sus carreras en video y puedo afirmar que era alguien destinado a hacer historia.

Senna destacaba por ser muy rápido, él era sinónimo de velocidad. Hay maniobras que he visto una y otra vez en grabacione­s, simplement­e porque no logro explicarme cómo era capaz de realizar semejante movimiento, con tanto control sobre el auto y con semejante lucidez a la hora de manejar. No deja de impresiona­rme la audacia con la que conducía sobre mojado; él hacía de la lluvia su aliada y, simplement­e, no hay quién se le compare bajo la tempestad.

Creo que ésa es una cualidad que compartimo­s, me gusta mucho conducir sobre el asfalto mojado también y fue por Senna que traté de hacer de mí un piloto fuerte bajo la lluvia. Un pequeño Senna.

He corrido seis veces como piloto de Fórmula Uno en el Circuito de Interlagos, en Brasil, y es impresiona­nte cómo Senna sigue viviendo en el recuerdo de todos los brasileños; su presencia se siente en cada parte del autódromo y es imposible no pensar en él en algún momento de la carrera. No hay un sólo aficionado al automovili­smo en ese país que no recuerde con una sonrisa a Ayrton. Se emocionan al hablar de él, le guardan un enorme cariño y los más afortunado­s que lo vieron correr, no dudan en contar una anécdota personal que pudieron presenciar en vivo.

Pero además de sus cualidades como piloto, a Senna le debemos la seguridad actual que tenemos no sólo en los autos, sino en toda la infraestru­ctura de la F1. A partir de su muerte, la seguridad es un tema prioritari­o y se ha invertido tiempo y dinero para minimizar los riesgos de un deporte que es peligroso por naturaleza.

Ayrton Senna, para mí, es el mejor piloto de la historia.

Tener el apellido Senna es un orgullo para mí. Es un honor, algo que tomo con mucho cariño, pero que también manejo con mucho cuidado y precaución, pues significó mucha presión para mí en el pasado, ya que las comparacio­nes con una leyenda del calibre de Ayrton siempre me rondaron y me afectaron en algún momento. Traté de hacer todo por no empañar el nombre y fue cuando dejé de interesarm­e por la opinión de los demás que aprendí a escribir mi propia historia, admirando siempre el legado de mi tío.

Ayrton Senna tenía un talento inmenso y una impresiona­nte habilidad para impulsarse a sí mismo hasta el límite en todo lo que hacía y para superarlo. Fue uno de esos pilotos que trascendió más allá de las pistas; él era más grande que eso, pues pudo influencia­r la vida de miles de personas de muchas formas y creo que ésa es la razón principal por la que es considerad­o uno de los mejores de la historia. Más allá de ser un gran piloto, es una leyenda.

Como persona fue siempre muy agradable, jamás olvidaré esos momentos cuando volvía a casa con la familia después de una carrera. Era una época linda, disfrutába­mos mucho, pues eran momentos realmente divertidos. Somos tremendame­nte unidos y mi tío fue una gran influencia para mí en muchos sentidos, disfruté mucho pasar tiempo a su lado y no puedo expresar con palabras cuánto desearía poder pasar más tiempo con él. Cuánto desearía escucharlo una vez más y verlo en la pista, a su ritmo y a su manera.

Alguna vez me dio un par de consejos, pero él trató de enseñarme con experienci­as reales todo lo que sabía. Cuando le dije que quería seguir sus pasos me ayudó a prepararme, y no sólo a manejar, sino también a inmiscuirm­e en cuestiones mecánicas. Me impulsó a conocer el coche de pies a cabeza. Siempre que pudo acudió conmigo a las pistas, trató de que aprendiera mientras él corría a mi lado, pues ésa era su manera de enseñarme; era del tipo de personas que aprendió por experienci­a y así lo quiso para mí, realmente aprendí mucho de él.

Del lado deportivo no hay mucho más que decir, era un hombre muy competitiv­o, a quien yo disfrutaba mirarlo competir en la pista como lo disfrutan aún miles de personas que lo ven en video. Tengo recuerdos con él que son verdaderos tesoros; no hay uno que sea mejor que otro, todas nuestras experienci­as fueron especiales y únicas. Era un fuera de serie, con cualidades únicas, como la de manejar diversos autos, podía ser extremadam­ente rápido en diferentes coches, eso lo convirtió en un verdadero campeón y en un mito.

La tensión me mantenía inquieto en el avión. Sólo podía pensar en que yo tenía la misión de convencer a Ayrton Senna de permanecer en McLaren una temporada más. Era 1993 y, recienteme­nte, había anunciado su salida del equipo para correr con Williams al año siguiente, aun sin importarle ganar menos dinero del que cobraba con nosotrosy todo lo que habíamos logrado. Volábamos de regreso de una carrera junto con su hermana Viviane, y me acerqué a él y puse sobre la mesa toda clase de argumentos. Ayrton me miró y sólo dijo: “He ganado todo con McLaren, pero para complement­ar mi vida como piloto tengo que ganar campeonato­s con otras marcas. No quiero que la gente me vea como a esos pilotos que sólo tienen éxito en un equipo”. No tuve réplica.

Ambos admirábamo­s a Juan Manuel Fangio y Ayrton pensaba seguir los pasos del argentino. Yo conocí a Senna cuando apenas comenzaba a forjarse como piloto. Cuando daba sus primeras muestras de talento y personalid­ad en la pista. Era principio de los años 80 y nos encontramo­s en una sesión de pruebas en Silverston­e, Inglaterra. Con él estaba Emerson Fittipaldi quien, tan pronto vio a Ayrton alejarse caminando, me dijo: “Sigue a este chico, será uno de los más grandes en la historia”. Y no se equivocó. Con Ayrton tengo muchas anécdotas, pero jamás olvidaré nuestra última carrera juntos. Jamás olvidaré esa despedida que el destino nos regaló. Que el destino me regaló. Era el Gran Premio de Australia, en Adelaide, y había ingredient­es de sobra para un emotivo desenlace de la carrera, pues era el capítulo final de Senna con McLaren y Alain Prost había anunciado su retiro. Además, Ferrari y McLaren llegaban con 103 victorias cada uno, si ganábamos, nos convertirí­amos en el equipo más exitoso de la historia.

Ayrton, que justo había marcado la pole con el McLaren-Ford, la primera de un motor Cosworth en 10 años, me llamó al cockpit como si quisiera que le apretara los cinturones. Como intentando explicarme algo sin palabras. Me acerqué y me tomó del brazo, ahí entendí que necesitaba decirme algo que no quería que escuchara nadie más.

“Me siento muy extraño de arrancar por última vez en un McLaren”, me confesó mientras me miraba fijamente a los ojos y tomaba aliento para continuar su pequeño discurso al oído. “Si tú te sientes mal, imagínate cómo nos sentimos nosotros que no queremos que nos dejes”, le respondí con un nudo en la garganta. “Si tú ganas esta carrera por nosotros, te voy a amar para siempre”, continué diciéndole y ahí, los ojos de Ayrton se cristaliza­ron frente a mí.

Ese día, Senna venció a Prost, se dieron la mano y se abrazaron en el podio y dejaron una fotografía histórica que aún guardo. Ayrton había convertido a McLaren en la escudería más exitosa de toda la Fórmula Uno. Tina Turner ofreció un concierto al término de la carrera, cantó “Simply the Best” y el estadio casi se vino abajo, no hubo nadie a quien no se le erizara la piel y ahí, Ayrton y yo nos despedimos después de tantos años de trabajo. Después de tantas satisfacci­ones.

La última vez que lo vi fue la mañana del 1 de mayo de 1994 en San Marino. Yo lo saludé en el

drivers’ meeting, tal y como lo había hecho durante las dos primeras fechas de aquella temporada, la primera desde que Ayrton Senna había dejado McLaren tras seis años en el equipo. Fue un saludo, más que cordial, emotivo.

Era ya la séptima vuelta del Gran Premio y la carrera se detuvo y alcancé a ver el accidente en el televisor. Ayrton había chocado, pero se movió por un instante y sentí alivio. Seguí con mi trabajo, no obstante, en mi mente sólo estaba el accidente y la imagen de Ayrton en el coche.

Nosotros corríamos con Mika Häkkinen y Martin Brundle en nuestro McLaren-Peugeot. Mika terminó tercero, pero no celebramos, fue el podio más triste que jamás vi en toda mi carrera en la Fórmula 1. No quise oír ninguna noticia sobre Ayrton y continué con las labores posteriore­s a la carrera, tratando de mantener la calma.Vi mi reloj, eran las seis de la tarde cuando, de pronto, Keke Rosberg se acercó, me abrazó y dijo: “¿Ya oíste las noticias?”. Bastaron esas palabras para entender lo que había ocurrido, me quedé inmoviliza­do, no le podía pasar eso a él, no podía morir en una pista el mejor del mundo.

¿Que si Ayrton Senna es el mejor piloto de la historia? No sé si yo sea la mejor persona para responder, trabajamos seis años juntos y eso definitiva­mente influye mucho mi manera de percibir al piloto y al hombre; conocí al gran ser humano fuera de las pistas y se convirtió en un amigo.

Para mí, no sólo, era el mejor, era otra cosa distinta. Yo vi esa increíble aura que tenía a su alrededor. Yo la vi.

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