Life and Style (México)

EL AÑO DEL ESCORPIÓN

- MARIO VILLAGRÁN

“Y… ¿cómo fue?”, le escribo molesto, tras leer su correo. Su brevedad, diría Rosa, mi madre (que la disculpen Rulfo y los Shandys), no tiene ‘perdón de Dios’. Ni siquiera le ha puesto ‘asunto’ al mail. Y tampoco ha escrito la esperada letanía de buenos deseos por el año que viene. Es el primer día de enero de 2017 y lo único que leo al abrir su ‘carta’ es: “Weón, la shushasuma­re acabo de ver el gol del año”.

Sí, él remitente es chileno y yo viví en su país, así que ‘al tiro cacho’ que está emocionado. Lo que no me queda claro es por qué. Una semana antes, en diciembre, habíamos acordado que el gol del malasio Faiz Subri no había sido el mejor de 2016, como la FIFA dictó. Él, en cambio, eligió uno de pura garra (el de Saúl, del ‘Atleti’, contra el Bayern), y yo, una bolea karateka del español Mario Gaspar, en un amistoso entre ‘La furia roja’ e Inglaterra.

Así, al tanteo, me gustan las boleas y creo, firmemente, que en cualquiera de sus variedades son parte definitiva de la idiosincra­sia del balompié mexicano, pero ése es otro capítulo y sólo lo cuento para dejar en claro el camino de mis decisiones. Para mí, hasta antes de abrir ese mail, el mejor gol, desde que la FIFA los premia, era el de Ibrahimovi­c contra Inglaterra. Esa chilena, ni en Shaolin Soccer.

Así eran los debates con aquel weón desde que lo conocí, en 2011, en el estadio Cornellà-El Prat, en Barcelona. Yo era correspons­al de un diario mexicano y seguía de cerca al defensa Héctor Moreno en su etapa con el RCD Espanyol; él trabajaba para varios periódicos. “Espero que por poco tiempo. Quiero olvidarme del balón e irme al campo, a sembrar con mi esposa”, sentenció, como saludo de presentaci­ón.

Desde el primer minuto comenzamos a hablar de grandes anotacione­s. Eso nos unió y forjó este juego de elegir, desde nuestro criterio, el mejor gol del año. Creamos una tradición. Bueno, en realidad, acrecentam­os nuestra obsesión (habría que ver el tiempo que dedican al tema las televisora­s) por las mejores uniones entre balón y red, mientras limpiábamo­s camarones en el bufet chino de Llobregat; eso sí, sin llegar nunca a un consenso sobre el mejor, hasta que recibí su mentado mail, que comenzó, tras la reflexión, a formar la definición de 2017 terminando con el bautizo del mismo como El año del escorpión.

La notificaci­ón del correo volvió a sonar. “Estoy en Queensland Road, en el Emirates Stadium. Todo comenzó con una pérdida de balón de Elneny, defensa del Arsenal. Un jugador del Crystal Palace recuperó y quiso abrir la cancha, pero otro del Arsenal se barrió muy rápido y pasó el balón en la misma barrida. No tengo muy claro quién, tengo que ver el video, pero, automática­mente, inició el contragolp­e. Ahí, el francés Oliver Giroud se acercó al medio campo y dio un ‘taquito’ corto. Abrió la cancha hacia la banda izquierda y siguió corriendo por su cuenta, por el centro. En tres segundos, el Arsenal ya había cruzado medio campo con la pelota en sus pies. La gente había enloquecid­o para ese momento. De ahí todo fue muy rápido, y por la banda apareció Alexis Sánchez para centrar. Sólo vimos a Giroud estirar su pierna por detrás, a una altura casi imposible, y hacer el famoso ‘escorpión’. En menos de 15 segundos, de lado a lado, sucedió el gol más bello que verás en todo 2017. Saludos. PD: ¿Me lo grabas?”.

Fue su último mail. No volvió a escribir en todo el año. Ya no hubo discusión. Su sentencia, y el hecho de presenciar­la en vivo, acabó con nuestra tradición. Aquel fue el santo grial de los goles que buscó presenciar toda su carrera y, ahora que lo encontró, desapareci­ó.

Estaba seguro de que escribiría en estos días para presumirme lo que él vio desde un inicio: el francés Giroud recibió el premio por el Mejor gol del año. Fue la anotación más espectacul­ar de 2017 y, si me apuran, el mejor desde aquel poema que habla de hombres tirados en el campo del estadio Azteca tras el paso de Diego Armando.

Pero el correo no llegó. Así que le llamé. “Ya no vive en este edificio”, me respondió una mujer. “¿Murió?”, le dije en broma. “No. Vendió el departamen­to y se fue a vivir al campo”. “¿Hace cuánto?”, le pregunté. “En enero de 2017... ¿Quiere dejar algún recado?”.

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