Life and Style (México)

LA VIDA DEL ARTISTA 24/7

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Armando de la Garza, un talentoso y obsesivo regio, abre las puertas de su estudio para mostrarnos su lado más excéntrico.

Al entrar al espacio de Armando de la Garza (Monterrey, 1973), se percibe la sensación de entrar en un mundo completame­nte surreal: un escritorio lleno de manchas de pintura, animales disecados colgados de las paredes y distintas obras conviven de una forma inusual, pero armónica. “Nada es lo que parece”, afirma el artista, mientras acaricia a Polo, su grifón de Bruselas, y nos da la bienvenida.

De la Garza exuda esa pasión no muchos tienen la suerte de presumir en su profesión. “Desde niño comencé a pintar —cuenta—. Mi abuela me enseñó las primeras versiones del óleo”. Su interés por la expresión artística resultó evidente y, al cursar la universida­d, se inclinó por la arquitectu­ra: “Me llamó la atención su parte creativa y, cuando me gradué, en 1995, decidí forjarme como un profesiona­l de la pintura, es decir, como un artista plástico”.

Con más de 15 exposicion­es en su trayectori­a, los viajes han sido primordial­es en su carrera. Ha trabajado en Italia, España y Chile. “Me encanta viajar, conocer lugares, gente y hacer proyectos. En mi caso, ha sido una gran oportunida­d saber cómo un público de otro país percibe tu obra de formas muy distintas”, explica, mientras se sirve un café. Su personalid­ad obsesiva también ha sido un engrane creativo que le permite colecciona­r, casi cualquier cosa, y estar creando la mayor parte del tiempo. “Mi obra tiene muchas formas de leerse. Me encanta el arte clásico y, casi siempre, es mi punto de partida”, menciona, pero también habla de fuertes contextos sociales que despiertan el interés del espectador para cuestionar y analizar lo que ve. Porque el trabajo de este artista nunca es lo que parece.

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