Life and Style (México)

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TON Y DALTON ESTÁ LISTO PARA ESTRENAR LA NUEVA TEMPORADA DES R. Á VI LA, LA SERIE ORIGINAL D EH BOGAN ADORA DE UN PREMIO E MMY INTERNACIO­NAL. SIN EMBARGO, TAMBIÉN LE DECIMOS ADIÓS ALI CÓNICO PERSONAJE.

- TEXTO RENATA GONZÁLEZ FOTOS GREGORY ALLEN STYLING TINO PORTILLO

Termina el viaje de Tony Dalton como protagonis­ta de Sr. Ávila, la serie de HBO Latinoamér­ica. ¿Qué sigue?

Son finales de los 90. La escena transcurre en un salón del hotel New York Hilton Midtown, en Manhattan. El mesero, de 22 años, estudiante en el Lee Strasberg Institute y aspirante a actor, repite una y otra vez la misma frase como si fuese el ensayo de una obra de teatro: “¿Le puedo traer algo más de beber, señor?”. El tipo no es otro que Tony Dalton, quien se gana la vida entre restaurant­es mientras espera una oportunida­d en algún escenario.

Poco más de 20 años después, Tony se convirtió en un actor reconocido en Latinoamér­ica y Estados Unidos no sólo por su trayectori­a, sino por su protagónic­o en la serie de HBO Sr. Ávila, que estrena su cuarta y última temporada el 29 de julio. Curiosamen­te, ese proyecto lo regresó a Nueva York y al mismo hotel en el que trabajó, y no precisamen­te a servir mesas, sino para recoger un Emmy. “El Hilton fue donde más tiempo trabajé. Qué tal que de todos los lugares que pudieron haber elegido en Nueva York para la ceremonia, o de todos los lugares donde pude haber trabajado, literal casi 20 años después te subes ahí con un Emmy”.

Antes de que Sr. Ávila ganara el premio al mejor programa en lengua extranjera, Tony tuvo dos décadas interesant­es en las que hizo un poco de todo, desde atender mesas hasta preparar guacamole en el restaurant­e Rosa Mexicano, también en Nueva York.

Llegaron también cientos de castings, pero en vista del éxito no obtenido, se mudó a Los Ángeles, donde, al igual que en la Gran Manzana, obtuvo siempre la misma y simple respuesta: “No”. Aunque su ego estaba bastante maltratado, según sus propias palabras, no perdió la fe en sí mismo y decidió regresar a México, donde, poco a poco, construirí­a una sólida y exitosa carrera.

Empezó con No te equivoques (2001), un programa de bromas y actos suicidas tipo Jackass, que abandonó porque no quería conducir sino actuar. Siguieron telenovela­s como Ramona (2000) o Clase 406 (2002), aunque su primer gran acierto fue la película Matando Cabos (2004), que escribió en dos semanas mientras estaba en cama debido a una lesión en una pierna.

Sus trabajos más famosos son las películas Sultanes del Sur (2007) –que escribió y protagoniz­ó– y La dictadura perfecta (2014), así como las series Los simuladore­s (2008), Capadocia (2008) y Sense 8 (2016). Y, claro, luego llegó Sr. Ávila, la serie que terminó su rodaje el año pasado. Desde entonces conectó con el público, en parte, por su calidad de producción y su elenco, y también por el personaje central, Roberto Ávila, un antihéroe del tipo al que el público no estaba acostumbra­do: un padre de familia que se gana la vida como sicario, y que, temporada a temporada, desciende un escalón más hacia el infierno personal, mientras, en sentido inverso, escala posiciones (a costa de todo) en el mundo oscuro donde se desenvuelv­e.

¿Recuerdas cómo fue el último día de rodaje de la serie Sr. Ávila?

Increíble, es difícil de explicar porque nunca he estado en una situación así, casi seis años haciendo el mismo proyecto, trabajando con las mismas personas. Como actor eso no se da mucho. Entonces hubo sentimient­os encontrado­s: por un lado, había tristeza porque sabes que es de los mejores trabajos que vas a tener en tu vida, pero, por otro, dices: “Qué bonito que acabe tan bonito”.

¿Cómo cerrar un ciclo tan largo?

No cerré Sr. Ávila cuando gritaron “¡corte!”, ese día. Dos meses después de eso nos fuimos a los Emmys y fue cuando dijeron nuestro nombre, nos levantamos todos y nos subimos al escenario los de Lemon Films, los de HBO, y estábamos con el Emmy ahí, brincando. Ése fue mi cierre. Con eso me despedí. Si no cierras con eso, no cierras con nada.

¿Es cierto que era más fácil hacer las escenas de acción que controlart­e el pelo?

Sí, eso era un desmadre. Todo relamido. Hubo escenas de acción en las que se me hizo un gallo y tuvieron que borrarlas digitalmen­te porque explotaba un coche atrás y no podíamos volver a explotar el coche. Llegaba y les pedía gel y un cepillo y vámonos. No entraba al camper de maquillaje nunca, y eso desde siempre, porque creo que está bien que se vean todas las imperfecci­ones en la cara, es más real.

¿La cuarta temporada de Sr. Ávila será más sombría que las anteriores?

No, de hecho, todo lo contrario. Se me hace increíble el falso suspenso del final de la tercera temporada, donde, supuestame­nte, murió mi personaje triste y dándose por vencido. Esta cuarta empieza con Roberto Ávila abriendo los ojos y, por primera vez, lo ves con convicción, porque tiene un propósito que nunca antes tuvo. Este tipo es consecuenc­ia de todo lo que sucede a su alrededor y ahora él crea la historia y no al revés. Eso era muy emocionant­e para mí porque, por fin, ya me pude lucir, ahora sí había fuego en sus ojos, razón, venganza. Se me hace un justo final, un cierre perfecto para este personaje.

¿Cómo es vivir sin él?

Terminamos hace casi un año ya y me pasó una cosa rarísima: tenía pesadillas de que había llamado al set y llegaba tarde o de que no me despertaba y ya se había acabado. No me había pasado eso nunca. El cierre de un personaje es que agarras tus cosas y te largas, que es lo que yo siempre hago para

tener un poquito de perspectiv­a. Me fui a Rusia un rato y luego a Islandia y después fueron los Emmys. Llegué a Nueva York, pero ya no como el Sr. Ávila, sino como un espectador de lo que estaba sucediendo. Cuando vas a trabajar, toda la gente está concentrad­a en tu personaje, en tu persona, en lo que haces. Durante muchos meses eres el centro de atención y, aunque no va mucho con mi personalid­ad, así es. Pero cuando acaba, hay una parte de ti que lo extraña. Sientes este abandono, que nadie te va a hablar, que es rarísimo.

Hace muchos años, Nueva York te cerró la puerta como actor y en 2017 regresas a la misma ciudad a recoger un Emmy…

De hecho, yo trabajaba de mesero en el lugar donde fueron los premios Emmy. Cuando llegamos ahí, todos estábamos formados para entrar y dije: “No mames, yo trabajaba aquí”. Y el director no me creía, y le dije: “Te juro por Dios que yo iba a hacer pipí a ese baño”.

¿Qué significó el Emmy?

Fue un reconocimi­ento a toda la gente que trabajó en la serie, porque yo llevo la cara de esto, pero la realidad es que Sr. Ávila son muchísimas personas que lo hicieron posible. HBO, que hace series en todo el mundo y en Latinoamér­ica solamente produce una en español, y la hicieron en México. Entonces, había dos historias: o la cagaron o la sacaron del estadio. Y todos elegimos no ser de los que la cagaron. Nunca me había pasado que se subiera tanto la vara de la calidad y del profesiona­lismo en un equipo de trabajo, y así fue durante seis años.

Luego de un proyecto tan exitoso y del Emmy, ¿subió tu propia vara como actor?

Siempre he tratado de buscar personajes que no había hecho antes, porque es muy clásico que te ofrezcan algo que acabas de hacer: “Aquí está otra pistolita y ahí te va”. Trato de cambiarle mucho a eso para que sea algo siempre diferente y que tenga calidad, que esté bien escrito, que sea algo bueno.

¿Ya tienes otro proyecto?

Es una serie gringa. Sale al aire en agosto, es grande y está padre.

¿Sigues con la idea de no buscar trabajo en Hollywood?

Nunca lo he buscado. Me fui a Los Ángeles después de Nueva York cuando tenía 24 años y fue una pésima idea porque no va con mi personalid­ad eso de estar sentado toda tu vida, todos los días, en todos los castings: “Number 27, that was great! Call you

tomorrow”. Pero nunca te hablan. Déjate el hecho de que sea un coqueteo horrible con el ego, porque si te quedas, ah, entonces sí eres bueno y si no, ¿eres malo?

Muchos sueñan con hacerla allá...

Ahora estoy en Los Ángeles trabajando en algo padre, pero pues me hablaron por Sr. Ávila, y entonces es diferente porque ya me la sé; ya llevo 20 años en esto. Llegan y te dicen: “De aquí a una Bond movie”, y no es cierto. Todos ellos viven un sueño, es un lugar en el que sólo hablan de eso. Es un círculo muy vicioso al que yo no voy a pertenecer nunca. Voy a vivir en México para siempre, no me voy a ir a Los Ángeles jamás. Me quedo aquí, que me vuelen en un avión, llego, hago mi trabajo y me regreso, porque allá no me identifico.

¿Dónde ha quedado tu faceta como escritor?

Ahora no escribo tanto como antes porque estoy trabajando, pero la tengo, ahí está, cuando me siento, sale. Como actor pasan los años, los 50 ya no tardan, ¿no?, y te hablan para ser el abuelo de la telenovela y espero que, en vez de ser el abuelo, esté escribiend­o otras cosas. Ése es como mi as bajo la manga que siempre he tenido.

¿Cómo recuerdas tu época en Nueva York, cuando hacías guacamole en Rosa Mexicano?

Fueron los mejores años de mi vida. Tenía 20 años, estás en Nueva York, no tienes idea de nada, estás ahí en el mundo buscando algo. Nueva York fue mi formación como ser humano, como profesiona­l.

¿Y sigues haciendo guacamole?

Todo el tiempo. Cada vez le meto más cositas, siento que el guacamole que hacía en Rosa Mexicano estaba bueno, pero aquí le echas epazote y cosas así y sale mucho mejor.

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