ADRENALINA EN LAS VEGAS
MÁS ALLÁ DE LOS CASINOS Y LOS BUFFETS BARATOS, HOY, LAS VEGAS SE HA CONVERTIDO EN UN DESTINO MULTIFACÉTICO, CARGADO DE ADRENALINA Y MUCHO LUJO.
Es difícil despojar esta ciudad de Nevada de sus clichés –que siguen existiendo–. Sólo que este recorrido de 72 horas por Las Vegas explora experiencias muy alejadas de los casinos. Sobrevolar el Gran Cañón, degustar su mejor mixología, aprender a cocinar en uno de los mejores restaurantes del mundo y, también, manejar un Lamborghini Huracán Performante.
Dejarse llevar por los calificativos que le han asignado a la urbe más importante de Nevada —la Ciudad del Pecado, Disneylandia para adultos y un largo etcétera—, resulta tan reductivo como imposible en estos días. La misma naturaleza de los tiempos ha provocado que un destino tan turístico como Las Vegas, haya ido aglutinando una oferta muy vasta que satisface cualquier tipo de necesidades de entretenimiento. Y no es que los buffets de 9 dólares ni las máquinas tragamonedas hayan desaparecido, simplemente, son sólo una mínima muestra de lo que la ciudad tiene para ofrecer en estos días. Si lo que buscas es alejarte del cliché que envuelve la ciudad y que tu visita esté cargada de un poco de adrenalina, combinada con comida deliciosa y la obligada bebida, continúa leyendo.
DÍA 1: POLVO Y AIRE
Basta sobrevolar el Gran Cañón, para amar Las Vegas. Cierto, esta afirmación es un poco tramposa, pues este lugar en sí no forma parte del conjunto urbano, no obstante, con el tiempo, ésta se ha encargado de asimilarlo y se ha vuelto una extensión de la ciudad. Pero para entrar en calorcito y prepararse para una jornada de aventura de- sértica, lo primero que hay que hacer un día antes, tras dejar las maletas y refrescarse en una Corner Suite del hotel Aria (pocas vistas de la ciudad como desde esa habitación), es dirigirse a una noche casual de tragos en el bar Franklin, una opción relajada y, a la vez, elegante para ponerse a tono con la ciudad. Ubicado en el lobby del hotel Delano, donde Dan Molitor, el gerente de Alimentos y Bebidas se ha encargado de darle el lugar que merece la coctelería —es un geek de libros sobre coctelería de principios del siglo pasado— ha sabido incorporar cocteles insignia a su menú, que conviven con otras ofertas más contemporáneas. Imposible huirle a un par de whiskey jouleps muy ponedores y absolutamente necesarios para sacudir la diferencia de horario e hidratarse para la aventura que espera al día siguiente.
Hay que tener voluntad para madrugar, pero el esfuerzo se paga con creces. Es necesario salir a las 8 am, porque el punto de partida para la experiencia se ubica en el límite entre los estados de Arizona y Nevada, y existe una diferencia de horario entre ambos estados. La empresa Sundance Helicopters es la mejor opción sin lugar a dudas, no sólo por la flotilla de aeronaves que tiene, y la diversidad de rutas en este tipo de vuelos, sino porque, recientemente, se asoció con Las Vegas Outdoors Adventu-
res, cuyo portafolio de actividades oscila entre un monster truck, que pone los pelos de punta, tiro, nado (cuando el agua del lago lo permite) y un recorrido a bordo de cuatrimotos por el desierto.
Puntual en el lobby del hotel Aria, está la Van que me conducirá a mi destino. Transcurren 50 minutos a bordo, tiempo que, entre otras cosas, me sirve para percatarme de la sequía que ha sufrido el lago Mead en los últimos años. El lugar donde se encuentran los
headquarters de Las Vegas Outdoors Adventures no pasa desapercibido, además del letrero que indica Arizona Last Stop, hay una casa muy peculiar, con fachada color azul adornada con grafitis de héroes del celuloide de Hollywood. En su interior resguarda un restaurante de hamburguesas y una tienda de souvenirs baratos.
A manera de cortesía para poner la adrenalina a tope, la empresa ofrece un ride de cinco minutos a bordo del monster truck que nos termina de despertar a mí y al pequeño grupo que me acompaña, en un circuito de terracería que tiene bien armado ahí. Después, una breve clínica del guía nos instruye sobre el recorrido que haremos en las cuatrimotos. Me aguardan 35 kilómetros —casi tres horas— a lo largo de una ruta escénica majestuosa dentro del Parque Nacional Lago Mead, con un descanso a media ruta, en una ribera del río Colorado. A lo largo del sendero de terracería, trazado de manera natural, hay pequeños obstáculos que ponen a prueba las 4X4, pero también hay tramos donde es posible aventarse uno que otro derrapón. En verano, cuando la temperatura del río es bondadosa, en el punto de descanso, es posible refrescarse con un ligero chapuzón.
De vuelta a donde comenzamos la ruta, todos empolvados, la Van nos regresa al dinner donde una manguera de aire nos acicala y luego, un poco del folclor gringo, y otro poco el hambre que se ha acumulado, convierten la hamburguesa que nos sirven de almuerzo, en un manjar que no le pide nada a una preparada por Thomas Keller o algún
otro restaurante con estrella Michelin. Recargadas las baterías, el platillo fuerte está afuera, en forma de un helicóptero conducido por una simpática piloto que nos mostrará, a lo largo de 32 kilómetros, las bondades del desierto de Mojave y el Gran Cañón. El highlight indiscutible del vuelo —además de un descenso de 10,000 metros para admirar el río Colorado mientras bebemos una copa de champagne— es el momento en que, cruzando el desierto, se abre la inmensa profundidad del cañón.
DÍA 2: BON VIVANT
Extasiados pero molidos por la jornada anterior, el siguiente día es para reducir la velocidad, relajarse y, ¿por qué no?, aprender algo nuevo. La jornada comienza tarde después de un merecido y extenso sueño. Salgo a las 11 del hotel para dirigirme al Caesar’s Palace, que alberga el único restaurante fuera de Francia del famoso Guy Savoy de París, y que, por cierto, fue nombrado el mejor del mundo en
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2017 por La Liste, con un puntaje casi perfecto, de 99.75. Ahora bien, mi visita es un poco distinta a la de una comida ordinaria: aprenderé a cocinar lo que me llevaré a la boca, obvio, de la mano del chef ejecutivo, Julien Asseo. Una experiencia que cualquier comensal puede tener, si así lo desea.
Cada creación de Guy Savoy está sujeta al escrutinio del ojo, el olfato, el gusto y el tacto. Los ingredientes de temporada se combinan para hacer que sus sabores se mezclen en perfecta armonía, o para hacer que sus diferencias jueguen entre ellas. Y esto lo aprendo mientras descubro los trucos de Asseo, un francés carismático que uno visualiza más cómodo acampando en la campiña francesa, que en la cocina de un restaurante con dos estrellas Michelin.
La clase va mucho más allá de tener un momento memorable al aprender a preparar platillos de alta cocina. La idea que tiene el chef, con estas experiencias, es la de aterrizarla a un nivel práctico y acercar a sus aprendices-comensales a la cocina, enseñándoles, particularmente a los hombres, a que descubran un par de secretos que pueden hacerles más sencilla la vida cotidiana.Y no es que las costillas de cordero o el ceviche de salmón que preparo este día no hayan quedado para chuparse los dedos, pero, por lo que la clase vale la pena, es por los trucos que uno puede aplicar para una comida o cena con amigos cuando llegue ese momento en el que uno desee jugarle al anfitrión.
Al terminar la comida, con su respectivo maridaje, y una vez con el estómago satisfecho, es posible inyectarle al cuerpo un poco de adrenalina. Y es justo lo que ofrece el siguiente punto de nuestro recorrido, ubicado dentro del hotel MGM Grand. Su más reciente atracción, llamada Zero Latency VR, es una aventura a manera de juego que le abre los ojos hasta al más escéptico sobre las posibilidades que brinda la realidad virtual. Enfundado en un equipo que consiste en una especie de backpack y un casco con visor, me adentro, junto a un equipo de jugadores, en un cuarto oscuro de cuatro paredes, para participar en dos juegos. El primero es un paseo por un mundo surrealista sacado de la mente de Escher, en el que nuestro cerebro no puede evitar confundir la realidad con lo que vemos proyectado, y nuestra percepción hace que incluso dar un paso en ese mundo, sea toda una proeza. El otro juego está más dedicado a desfogarnos
matando zombis, como si estuviéramos viviendo el apocalipsis de la película Exterminio. “Buscábamos traer un elemento de entretenimiento único a MGM Grand y, al disponer de una tecnología increíble, Zero Latency resultó un juego interactivo de itinerancia libre que reúne a las personas para jugar en conjunto”, comenta Matt Pinal, vicepresidente de Operaciones de Retail de MGM Grand Hotel & Casino.
La sesión de realidad virtual nos deja sedientos, así que, antes de ir a vivir un partido de basquetbol colegial, como nuestros vecinos del norte lo viven, hay tiempo para quitarnos la sed con una buena cerveza o quizás, dos. El lugar para hacerlo es Beerhaus at the Park, cuya oferta de cervezas de barril y embotelladas es tan amplia, que cubre todos los gustos y ánimos. Acepto la sugerencia de una Kolsch de una cervecera local, que me deja un aroma a café que dura hasta que salimos para dirigirnos al partido en la T-Mobile Arena.
Después de las emociones que nos brindan ambos equipos en la duela, la sugerencia es bajar la velocidad y dirigirse a un bar que ofrezca buena música, ambiente relajado y excelente mixología –y dentro de Las Vegas la decisión es difícil–. Optamos por The Dorsey, el bar apostado en The Venetian, diseñado por Thomas Schlesser, de fama por tener un premio James Beard bajo el brazo. No cabe duda de que el bar está hecho para hacerlo sentir a uno como en su casa. La protagonista del lugar es una especie de biblioteca, con una chimenea en el centro, que se antoja hacer tu espacio por un buen rato. Nos acomodamos en uno de los confortables sillones con el plan de dejarnos consentir por el inventivo menú de cocteles diseñado por el galardonado barman Sam Ross, del Attaboy, de Nueva York. Si hay que elegir sólo uno para beber, la recomendación es el Penicilin, una refrescante receta de scotch, limón, jengibre y miel.
DÍA 3: EN LA PISTA
Pocas formas tan memorables para despedirse de Las Vegas, como hacerlo conduciendo un superdeportivo en una pista de carreras. Y así comienza mi último día, dirigiéndome al circuito de la compañía Exotis Racing, que puede concederte este sueño, al contar con una muy amplia gama de modelos —y el personal para que los disfrutes con plena seguridad—, entre los que se encuentran Ferraris, McLarens, Lambos y Porsches GT3, entre muchos otros. Me decido por manejar siete vueltas alrededor de la pista a bordo de un Lamborghini Huracan Performante y, como cereza del pastel, un piloto me dará un par de vueltas con driftings a bordo de un musculoso Dodge Charger SRT Hellcat.
La empresa ofrece diferentes paquetes en los que varía la cantidad de vueltas que el cliente desee dar al circuito. Antes de ponerte al volante, es necesario recibir una clínica en la que un instructor te indica los puntos importantes sobre seguri-
dad que hay que tomar en cuenta al conducir en pista, además de un recorrido a bordo de una Cayenne, donde el mismo instructor te dibuja el trazo del circuito al que te vas a enfrentar. El motor del Performante es música para mis oídos, y la experiencia de manejarlo a lo largo de 5 vueltas, conlleva la dosis necesaria de adrenalina que te prepara para el momento en que te toque ir de copiloto en el Hellcat, con el piloto profesional. En cuanto a coches se refiere, no todo lo que sucede en Las Vegas se queda ahí, pues Exotic Cars te da de obsequio un video con cámaras que han grabado desde distintos ángulos, tanto tu desempeño en el coche, como tu rostro a lo largo de los diferentes puntos del drifting – para que tengas algo de qué reírte.
El almuerzo reparador de ese día debe estar a la altura de la experiencia que se ha tenido, y Wicked Spoon, un delicioso buffet dentro de The Cosmopolitan, tiene todo para satisfacer los más exigentes apetitos. Así que, antes de dirigirme al aeropuerto, es momento de vivir la que, según diversas publicaciones internacionales, ha sido calificada como una de las mejores experiencias de viaje del mundo en 2017: el Slotzilla, en pleno Freemont Street. Ubicada en el downtonwn, Slotzilla es una especie de tirolesa dispuesta a lo largo de esta emblemática calle de Las Vegas. Existen dos opciones, la primera es aventarse sentado amarrado a un arnés desde una altura de 25 metros. La otra, más interesante, es despegar recostado boca abajo, como Superman, desde unos 35 metros de altura y dejarte caer en un vuelo de 260 metros —la mitad de la longitud de la Freemont Street Experience— hasta llegar a una plataforma de aterrizaje que se localiza en un punto de altura medio, entre 3rd Street y el Casino Center.
La adrenalina está a tope cuando, una vez ajustado el arnés, se abren las compuertas y tu mirada ve hacia abajo, en dirección a la espectacular calle que desde ahí luce diminuta. Es un gran cierre para esta visita, una manera distinta de asomarse a este punto tan tradicional de esta ciudad, tan encasillada en los casinos y las luces de neón, pero, a la vez, con un sinfín de posibilidades de reinventarse para ofrecer, cada vez más, atracciones que satisfagan cualquier tipo de gustos y exigencias. Todo por la diversión.