MÓNACO EXCLUSIVO
Un excepcional viaje en el tiempo que se celebra cada dos años: la carrera de autos antiguos de nombre Gran Premio de Mónaco Histórico.
Montecarlo es sinónimo de automovilismo y elegancia. Desde 1929, el principado ha sido sede del Gran Premio de Mónaco y, hoy en día, junto con las 500 millas de Indianápolis y las 24 Horas de Le Mans, forman la triple corona del automovilismo mundial. Aun así, comparado con estas competencias, hay un aire que separa esta carrera de cualquier otra. En ningún otro lugar, los autos del Grand Prix, lucen tan bien como por las estrechas calles del principado, y es ahí donde las vistas y los sonidos de los motores de F1 parecen más en armonía.
Así, con este legado y distinción, el Automobile Club de Monaco se encarga de organizar la competencia de autos clásicos llamada Gran Premio de Mónaco Histórico, y lo hace con el mismo encanto y pasión que en 1929. Este evento, celebrado desde 1997, es el acontecimiento más prestigioso
del circuito “classic racing” y reúne —cada dos años— a pilotos y amantes de la mecánica antigua en una competencia de automóviles de carreras clásicos, que es la más ecléctica y más prestigiosa de todas. Ésta se desarrolla exactamente sobre el mismo trazado que recorre el Gran Premio de Fórmula 1, que se lleva a cabo quince días más tarde.
Para esta carrera, la Roca monegasca se transforma en un auténtico templo del automóvil vintage. La pasión de los pilotos contagia tanto a participantes como asistentes. Para muchos, esta cita bianual de los fanáticos del deporte motor, bien merece hacer el viaje, pues reúne a coches muy diversos, procedentes de los mejores fabricantes de automóviles. En este 2018, 50 años de historia de carreras automovilísticas convergieron en una competencia que se celebró del 11 al 13 de mayo. Y cualquiera que crea que esta competencia no se vive con la misma emoción que la del circuito de Fórmula 1, está muy equivocado. Las pruebas de velocidad del Gran Premio Histórico se hace en condiciones reales, y los pilotos libran auténticas batallas al volante de automóviles de colección repartidos en siete categorías.
Pongamos en perspectiva el hecho de que todos los pilotos de Fórmula 1 sueñan con ganar en este circuito —el más lento y difícil del campeonato mundial de esta categoría—. El que obtiene la victoria en Mónaco lo merece sin cuestionamiento alguno, porque incluso un pequeño error en las calles del principado puede ser fatal. Las calificaciones son siempre determinantes, el paso elevado es casi imposible. Sin embargo, el número de abandonos es alto, un buen control puede asegurar un lugar en la puntuación.
Podemos revisar un poco la historia: Mónaco fue el segundo circuito de la historia en recibir la Fórmula 1, en 1950 (21 de mayo), después de Silverstone, pero hubo carreras desde 1929. Es uno de los últimos “circuitos de hombres” donde el talento del piloto aún puede marcar la diferencia. Ayrton Senna lo ganó ni más ni menos que en seis ocasiones. Su trazo –que se ha mantenido casi idéntico desde 1950– exige concentración y destreza a lo largo de sus 3.34 km de longitud. Los coches arrancan desde la línea de salida para enfrentar la
curva Sainte Dévote, lugar donde han ocurrido muchos accidentes. La pista sube hasta la izquierda del Casino de Montecarlo, para bajar frente al Hotel de Paris, desde allí desciende nuevamente a la curva derecha del Mirabeau. Continúa entonces hasta la curva más lenta del campeonato: Virage Fairmont (anteriormente Virage Loews), lugar donde se encuentra el Fairmont Hotel Monte-Carlo. La sección del Portier conduce hacia el mar, donde la pista toma prestado un túnel y lo lleva a la chicana cerca del puerto, a un lado del hotel Port Palace Monaco y del hotel Miramar Monaco. Luego hay que virar a la izquierda de la tienda de tabaco, la sección de la piscina, para girar a la derecha con Rascasse, enseguida, hay que seguir por la curva Anthony Noghes, y, finalmente, se llega a la línea de las gradas.
De la misma manera en que el circuito permanece prácticamente igual, lo mismo el espíritu, que ha estado presente desde las primeras competencias en Mónaco. Los contrincantes más antiguos que se presentaron este año se remontan a los años 1930, cuando Bugatti y Alfa Romeo dominaban las carreras. Por otro lado, los modelos de los premios de Fórmula 1 de las décadas de los 50, 60 y 70 son, sin duda, algo así como las reinas más lindas del baile. Lola, McLaren y otros Tyrell, por su parte, revivieron la historia de los progresos del aerodinamismo y la investigación sobre los motores. Por último, unos GT fabricados durante la década de 1960 en las plantas de Ferrari, Maserati, Jaguar, o incluso, Aston Martin, representan el espíritu del gentleman driver por excelencia. La genialidad del Gran Premio Histórico de Mónaco es su poder de devolverles a estas máquinas legendarias su vocación de siempre: hacer rugir sus motores y conducir a los pilotos a la victoria —mientras los aficionados no pueden hacer otra cosa que ovacionar.
Al igual que en el circuito de Fórmula 1, los cerrados virajes de la Condamine, la legendaria horquilla de la Rascasse, el rápido tú-
nel o la temida curva de Sainte Dévote figuran en el programa de los tres días que dura la carrera y representan las mismas exigencias para este tipo de automóviles. Los peligros son tangibles, tanto para los pilotos como para esos corceles de cuatro ruedas. Los participantes llegan a alcanzar velocidades superiores a 240 km/h y cualquier rebase es una batalla, como siempre sucede en la estrecha pista del circuito de Mónaco. La carrera, auténtica y reñida, es la razón de ser de este Gran Premio: tan intensa y apreciada en la que la velocidad no está en tela de juicio, y la victoria es una cuestión de prestigio.
Sin importar que uno sea o no entusiasta de las carreras de coches, nadie puede negar la cualidad de extraordinaria retrospectiva de modelos –desde antes de la Segunda Guerra Mundial y hasta 1976– , que desfilan en el Gran Premio de Monaco Histórico, la cual puede ser el pretexto para que uno lo anote dentro de su bucket list.