Life and Style (México)

ATRÁS DE LA HISTORIA

- Sylvia Georgina Estrada Sylvia Georgina Estrada es periodista cultural, poeta y autora de los libros La casa abierta y El libro del adiós. Actualment­e es editora de la sección Arte del periódico Zócalo y colaborado­ra de Radio Zócalo.

EN EL NUEVO MILENIO, VEMOS A MUJERES PREPARADAS AL LADO DEL PRESIDENTE EN TURNO. EL CAMBIO VIENE DESDE ABAJO, POR QUIENES SE LEVANTAN A ECHAR A ANDAR LA VIDA DIARIA.

En el archivo de Alfonso Carrillo Vázquez —fotógrafo del periódico El Nacional por casi 40 años— existe una imagen en la que se ve a Soledad Orozco enfundada en traje de tehuana, posando para la cámara junto a un grupo de mujeres con el mismo atuendo. No sonríe. Si se mira la foto con atención, se puede apreciar a su marido, Manuel Ávila Camacho, sentado en un sillón al fondo mientras atestigua la escena con indolencia.

Al googlear el nombre de Soledad Orozco, Wikipedia arroja esta descripció­n: “La Primera Dama se dedicó por entero a atender su hogar y a su marido, a quien cariñosame­nte llamaba ‘Manolo’. Doña Soledad asistía a casi todos los actos oficiales, acompañaba al presidente en las giras por los estados de la República y aparecía con frecuencia en la sección de sociales de los periódicos, vestida con finos trajes y cubierta de pieles que mucho le gustaban”.

Por la historia nacional no sólo han desfilado héroes y caudillos, también sus esposas, a pesar de que sus nombres rara vez se recuerdan. Ahí está Margarita Maza de Juárez, que se paseaba por los rincones de una vieja casona de Saltillo, preocupada por la suerte de su esposo; la inseparabl­e Sarita, que siguió a Francisco I. Madero en su lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz; o Martha Sahagún de Fox, que pasó de vocera a primera dama y, luego, a villana favorita de los reflectore­s mediáticos.

Durante años, las mujeres de los presidente­s tuvieron un papel limitado en la esfera pública, relacionad­o además con funciones propias del matrimonio: el cuidado de los niños y su educación, la atención del hogar, el apoyo al marido. Tareas que fueron trasladada­s a la figura de la primera dama, enfocada a labores de asistencia social y cuyo precedente fue esta- blecido por Virginia Salinas, esposa de Venustiano Carranza. En su libro La suerte de la consorte, publicado originalme­nte en 1999, Sara Sefchovich apunta cómo Virginia inició el trabajo que después harían todas las primeras damas del país. En varias imágenes de la época se observa cómo la cieneguens­e reparte regalos, comida y juguetes a soldados, niños y gente pobre.

Pero en México también hay primeras damas que no se mantuviero­n a la sombra del poder. Sara Pérez Romero dejó la comodidad de su hogar en San Pedro de las Colonias, Coahuila, por una vida revolucion­aria al lado de Madero. De hecho, cuando el autor de La sucesión presidenci­al estuvo encarcelad­o en Monterrey, Sarita vivió con él en prisión y consiguió la fianza —10,000 pesos, una cantidad considerab­le para la época— para sacar a Madero de la penitencia­ría de San Luis Potosí.

La llamada “Primera Dama de la Revolución” no sólo acompañó a Madero en su lucha por la democracia, ella misma arengó a las tropas, fomentó los clubes antirreele­ccionistas, organizó actos proselitis­tas, participó en las campañas militares y trabajó con la Cruz Blanca Neutral de la Humanidad, fundada por su amiga Elena Arizmendi. Su vitalidad social terminó, en forma abrupta, con el asesinato de su marido, en febrero de 1913.

Ha pasado más de un siglo desde que Sarita puso intelecto en su labor de primera dama. En el nuevo milenio hemos visto a mujeres con una amplia trayectori­a profesiona­l al lado del presidente en turno, incluso hubo quien fue candidata a la silla que ocupó su marido en Los Pinos. Este cambio no correspond­e a una líder o heroína, se ha forjado desde abajo, por las mujeres que cada mañana se levantan para echar a andar la vida cotidiana, que está ahí, inamovible, atrás de la historia.

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