“PRIMERO FUE NECESARIO CIVILIZAR AL HOMBRE EN SU RELACIÓN CON EL HOMBRE. AHORA ES NECESARIO CIVILIZAR AL HOMBRE EN SU RELACIÓN CON NATURALEZA Y ANIMALES”. —VÍCTOR HUGO
Hoy, el duelo por qué hacer y para qué sirven los zoológicos tiene dos bandos claros. Dos rivales que hurgan entre sus posiciones y muchas interrogantes. ¿Contemplar o estudiar?, ¿atraer o educar?, ¿entretener o investigar? Dos caminos entre los que elegir y una gran pregunta final: ¿qué hacemos con la llamada Casa de las Fieras?
“El lugar en que se conservan, cuidan y, a veces, se crían diversas especies animales para que sean contempladas por el público y para su estudio”. Así sintetiza la RAE (Real Academia de la Lengua Española) las dos ideas claves detrás del concepto de ‘zoológico’: contemplar y estudiar. ¿Pero va primero la contemplación (atracción turística) o el estudio (la investigación)? He ahí, en el cliché perfecto, el dilema.
“... tenía en ellas (sus casas) Moctezuma todos los linajes de aves que en estas partes había; y aunque a mí me pesó mucho de ello, porque a ellos les pesaba mucho más, determiné quemarlas...”, narra Hernán Cortés en su tercera carta de relación enviada al rey Carlos I de España tras destruir el Totocalli (“Casa de las Fieras”, conocido en francés como ménagerie), que el emperador azteca mantenía en la zona donde hoy se encuentra la Casa de los Azulejos, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Aves de rapiña, quetzales, cernícalos, jaguares, pumas, peces... todos, de acuerdo con el libro Historia antigua de Mé
xico, de Francisco Javier Clavijero, eran parte de una colección que permitía a los aztecas estudiar y establecer una escala botánica única en su época —envidiada por los conquistadores españoles— hasta su destrucción, el 13 de agosto de 1521.
Los animales eran material de análisis. No obstante, también eran usados para el sacrificio, según Clavijero; para apoyar fines políticos, como la exposición del tlatoani, o para aleccionar a los jóvenes guerreros sobre sus posibilidades frente a las garras de un felino. Contemplar y estudiar.
Desde los egipcios y los mexicas hasta el Ménagerie Royale de Versailles del rey Luis XIV (el primer acercamiento histórico de Europa con la idea de una Casa de las Fieras, abierto en 1664) y la fundación, en 1793, del Ménagerie del Jardín de Plantas de París, el duelo y sus dos caminos ya estaban definidos. Desde la apertura, en 1752, de la Casa Imperial de las Fieras (actual zoológico de Viena) hasta la inauguración, en 1828, del zoológico de Londres, el primero en nacer con un interés científico como objetivo final, se han puesto sobre la mesa tres ideas claves para argumentar el contacto y el tipo de convivencia de estos lugares: la investigación como prioridad, la cría en cautiverio y el cuidado de las especies en peligro de extinción.
Éstos son los tres ejes centrales de la defensa de la existencia actual de los zoológicos (el ejemplo perfecto es el zoológico de la isla de Jersey o Durrell Wildlife Conservation Trust) que, como reporta el Zoological Information Management System (ZIMS), reciben cerca de 700 millones de visitantes al año y buscan el bienestar de más de tres millones y medio de animales en cautiverio... y quizás el de alguien más.
Es ahí, en ese ‘alguien más’, donde aparece la cara del gran rival de los animalistas: la estatización de la Casa de las Fieras. Del otro lado de la historia, la transformación de estos aparentes espacios de investigación en centros turísticos se ha posicionado como el principal eje de controversia, al colocar la contemplación, la atracción y la recreación como prioridades, convirtiendo un acto pedagógico en un ‘circo’ y pasando por encima de tratados internacionales como el Convenio sobre la Diversidad Biológica.
Ejemplo de lo anterior es el fracaso del zoológico de Buenos Aires que, tras descuidos y errores, ha cedido a la presión social y cerrado sus puertas el 1 de septiembre de 2017, para dar paso a un proyecto de transformación y convertirse en un Ecoparque sin animales. También sirve de ejemplo el portafolio fotográfico de Zahara Gómez que presentamos aquí y que evidencia cómo las ciudades, los políticos, los ciudadanos y las empresas han corrompido la esencia de estos sitios y destruido, como Hernán Cortés, la Casa de las Fieras.
¿Cerramos o abrimos?, ¿sirven los zoológicos?, ¿las fieras aún tienen casa? Desde hace siglos, el descubrimiento de nuevos universos en la naturaleza ha sido el pilar de la evolución y el punto de partida de una discusión que abre la puerta a la gran pregunta: ¿hacia dónde ir?
Uno ve al elefante y ve el rascacielos. Ve al camello y nota detrás el edificio. Ve al pingüino sin agua. Y parece que la respuesta no es tan complicada: primero, estudiar; después, contemplar.
Quizas así, las fieras sigan en esa casa.