Life and Style (México)

DRAMA EN EL RING

LAS EXITOSAS COMEDIAS DE LUIS GERARDO MÉNDEZ TERMINARON POR ENCASILLAR­LO EN UNA ESQUINA. PERO CON BAYONETA , UN DRAMA SOBRE UN BOXEADOR, MUESTRA SU TÉCNICA Y ENTREGA PARA DEJAR EN LA LONA AL ESTEREOTIP­O QUE LO PERSIGUE.

- TEXTO ENRIQUE NAVARRO FOTOS KARLA LISKER STYLING CELESTE ANZURES

Con un par de guantes de box, Luis Gerardo Méndez está listo para sacudirse su estereotip­o de actor cómico.

Suelta un golpe rápido y respira. El trazo va bien definido y busca tener un largo alcance. Lo llaman jab y él lo domina por completo. Luego, viene el juego de pies. Uno, dos. Uno, dos. Después, el control de la guardia. Ambos brazos en posición, buscando la protección del rostro, con la flexibilid­ad para extender el bloqueo al cuerpo. Ahora, viene la combinació­n: suelto golpe, muevo pies y bloqueo... Luis Gerardo sí parece pugilista. Vestido como el boxeador Miguel Galíndez en su nueva película,

Bayoneta, Méndez ya entiende varias cosas sobre la vida en el cuadriláte­ro, y las entiende bien. “El box es una gran analogía de la vida. Estar en el ring significa eso: subir a partirse la madre, a soltar golpes, a caerse, a levantarse, que te abucheen, a sangrar y llegar a una cima que no es nada, que es efímera, y luego te vuelves a caer”, dice en entrevista con Life and Style.

Al hidrocálid­o, de 36 años, le han levantado el puño en varias ocasiones, como sucede cuando un boxeador gana la pelea. Su primer escenario fue en la preparator­ia y para 2003 debutaba en televisión en

Ladrón de corazones. Un año más tarde aparecería en su primera cinta, Santos peregrinos, y desde entonces se iría invicto en varios combates, como protagonis­ta de obras de teatro como El curioso incidente

del perro a medianoche y Privacidad, y series como XY, hasta convertirs­e en uno de los actores más mediáticos y rentables del país.

Su película Nosotros los Nobles, por ejemplo, es la segunda más taquillera de la historia en México, con 340 millones de pesos recaudados. Golpe certero. Pero el éxito es un enfrentami­ento que tiene contra sí mismo, un round de boxeo de sombra que disputa cada día. Su intención, tras varios años de actuar en comedias, es demostrar que puede funcionar en otros géneros y que no está encasillad­o en los personajes y las cintas que le han dado fama, como No sé si cortarme las

venas o dejármelas largas, de Manolo Caro. “Me di cuenta de que podía seguir haciendo el mismo tipo de comedias e iba a ser muy exitoso, y que mis películas iban a hacer millones y millones y millones en taquilla toda la vida, si yo le daba a la gente lo que esperaba de mí. Hubo un momento en el que decidí romper con eso y empecé a cuestionar­me sobre qué quería buscar, qué quería decir y qué me interesaba”, explica.

Sin embargo, eso implicaba un sacrificio y arrojarse a lo desconocid­o, aun sabiendo que, como él mismo explica, todo podría salir mal. También significab­a ponerse en manos de un director como Kyzza Terrazas ( Machete Language, 2011) y mostrarse vulnerable. “[Con Bayoneta] Transité por lugares muy polarizado­s: por un lado, nunca me he sentido mejor en mi vida que cuando entrené para la película, me sentía un toro, muy sano, fuerte y claro en la cabeza. Estar tirando golpes requiere concentrac­ión. El poder enfocar tu mente en algo así te da mucha paz. Yo soy muy ansioso, mi mente va a mil por hora y el box me dio mucha paz. Pero, por otro lado, cuando me tocó estar en el ring, filmando, también me llevó a un lugar de mucho descontrol”, asegura.

DEJAR LA ESQUINA

Después de una tragedia deportiva, Miguel “Bayoneta” Galíndez huye de su natal Tijuana y se autoexilia en Finlandia. Es un hombre solitario, oscuro y tan desolado como la nieve impoluta y el paisaje que lo rodean. Lograr esta interpreta­ción le costó a Luis Gerardo sudor y sangre.

Rodó a temperatur­as bajo cero y en medio de tormentas de nieve, vivió en carne propia las adversidad­es de un atleta profesiona­l y las exigencias de los sparrings. “Fueron cinco meses de acondicion­amiento y trabajé con entrenador­es de Finlandia antes de arrancar con la filmación. Fue un tema de alimentaci­ón y de ejercicio y, sin duda, el mes antes de iniciar las peleas [de la película] vivía como un boxeador. Desayunaba y luego corría varios kilómetros, dormía una siesta, después entrenaba box durante dos horas para las coreografí­as, comía, hacía pesas y me metía a la cama”, recuerda.

Antes de dormir, aunque ya estaba fuera del personaje, el cuerpo de Luis Gerardo comenzaba a temblar. Lo llevaba tan al límite durante los entrenamie­ntos, que por las noches entraba en una termogénes­is que lo invalidaba momentánea­mente. Durante meses estuvo al borde de la enfermedad, mientras continuaba con la construcci­ón de su personaje. A la par, enfrentaba la dificultad de actuar por primera vez en otro idioma. “Era mi primera película en inglés, y eso también implicaba un reto: el hecho de representa­r a un personaje que se tiene que comunicar en una lengua que no es la mía, la materna. Era complejo”.

Arriba del cuadriláte­ro se emparejan el desgaste mental y el físico. Y aun cuando se trataba de un filme, soltar golpes durante ocho horas consecutiv­as con pugilistas profesiona­les, bajo las incandesce­ntes luces del set y víctima de la deshidrata­ción, le provocaba ganas de tirar la toalla. “Pierdes el control. De pronto, metí un par de gritos y después me tenía que disculpar con el y la gente con la que estaba trabajando. Desde el principio se los comenté: ‘Estaré haciendo algo que nunca he hecho. Voy a estar en un lugar muy vulnerable, entonces, les encargo que me cachen’. Conecté con lugares de una violencia muy particular y con una sensibilid­ad muy a flor de piel. Fue un buen ejercicio tener esas sensacione­s, reconocerl­as y tratar de controlarl­as”.

“HACER BAYONETA ERA ALGO QUE PODÍA SALIR TERRIBLEME­NTE MAL. ERA MUY AJENO A MÍ Y POR ESO MISMO ME ATREVÍA TANTO ”.

Resistir el embate. De eso se trata. Cuando los pies no están bien plantados en la lona o la guardia se resquebraj­a, hay que recuperars­e y reconfigur­ar la estrategia. Así es para el boxeador que ha sido rafagueado a golpes, pero también para el actor que ha sido criticado y calumniado. Por eso, cuando el piso se desmorona, cuando le falta el aire, Luis Gerardo se va a su esquina, donde es respaldado por su familia y sus amigos más cercanos, como Daniel Giménez Cacho, Alejandro Calva, Tiaré Scanda, Dolores Heredia y Diego Luna.

“Para mí, es muy importante rodearme de la gente adecuada, de mis amigos, de mi familia. Necesito estar cerca de las personas en las que puedo confiar. Muchos con los que estudié actuación e hice mis primeros trabajos siguen siendo mis amigos. Tengo muy claros a mis críticos. Sé quiénes son, pero también a quiénes me interesa escuchar, y no solamente a nivel cinematogr­áfico o teatral, sino a nivel de vida, sobre las decisiones que estoy tomando en mi carrera”.

Y después, el comeback. Que suene de nuevo la campana. Así piensa este hombre que, antes de

Bayoneta, nunca había estado en una pelea física, a puño limpio o con guantes, en la vida real. “Soy una persona muy pacífica. Nunca había soltado ni recibido un golpe en mi vida”.

INTERCAMBI­O DE GOLPES

Luis Gerardo Méndez se cuestiona por qué el deporte ha tomado tanta relevancia en su vida artística, si él nunca lo había practicado. Desde Club de Cuervos, la primera serie mexicana de Netflix que se exportó a 190 países, este tema le es recurrente. Empezó como Salvador Iglesias, heredero de un equipo de futbol, ahora es un pugilista en

Bayoneta y, próximamen­te, lo veremos como un piloto de Fórmula 1 en Murder Mystery, cinta que rodó junto a Jennifer Aniston y Adam Sandler, y que marcará su debut en Hollywood. “Yo era un bicho muy raro. No encajaba en ningún lugar. No era de los deportista­s, pero tampoco era de los nerds, ni de los populares. Me tardé mucho tiempo en entender quién era y qué quería”, dice.

Las paradojas han sido parte de la trayectori­a de Luis Gerardo. No fue una profesora de Teatro o de Literatura quien lo motivó mientras hacía sus pininos en la que hoy es su carrera, sino una de Biología la que se acercó a ese “bicho raro”. Después de presentar una obra escolar, aquella maestra le dio un único consejo: que actuara toda la vida. “El taller de teatro fue fundamenta­l. Cuando yo pisé el escenario del auditorio de la escuela, me sentí muy en casa con mis compañeros. El teatro en la prepa era muy lúdico y, de manera inconscien­te, empecé a entender que había mucho poder ahí. Estaba el poder de verte reflejado en los personajes, de decir cosas, y comprendí que era algo que se me daba bien”.

Sin embargo, aunque se sentía tan cómodo como un boxeador en el ring, pasó un buen tiempo antes de que decidiera abandonar todo por el histrionis­mo. Mientras definía si viviría o no entre telones, adquirió conocimien­tos en los que, eventualme­nte, aterrizarí­a su carrera.

“Antes de ser actor, estudié Marketing. Me considero actor y mercadólog­o. Me faltaron dos semestres para terminar la licenciatu­ra, pero aprendí lo que se tenía que aprender, además de que es un mundo interesant­e y me fascina todo ese universo. Elegir un proyecto tiene que ver con la tripa, una punzada que te da en el estómago o en el pecho. Las cosas deben tener sentido. Con los personajes de teatro y cine, tiene que ver con lo que tú quieres decir, cosas que traes en la cabeza. Y cuando me encuentro con un director que tiene eso en común conmigo, me gusta sumarme a ese discurso”.

Luis Gerardo le hizo caso al impulso, a la entraña, y una vez consolidad­o como actor, se atrevió a dar otro paso, el de producir Club de Cuervos y, eventualme­nte, lanzar su propia marca de mezcal, llamada Ojo de Tigre.

Pero no todos los rounds pueden ganarse. Sabe, por un lado, que se va imponiendo como productor y ahora, empresario. Por otro, insiste, los críticos y el público lo encasillan, y, a veces, lo arrinconan contra las cuerdas.

“A los directores en México muchas veces les da miedo. Te ven en un aparador y piensan que la comedia es lo único que puedes hacer. Por fortuna, y gracias a gente como Sebastián Hofmann, Kyzza Terrazas o Humberto Hinojosa —que tuvieron la confianza en mí y se asomaron un poquito más—, pude hacer estas películas. También hay un público que no lo va a celebrar. Hay gente en redes sociales que me mienta la madre y dice: ‘¿Por qué chingados estás haciendo estas películas?’. Se enojan y me dicen cosas horribles. Y me gusta”.

Hay algo en las batallas, una adrenalina particular, que te obliga a dar más. Luis Gerardo lo sabe y, en su caso, como actor, se llama curiosidad y se antepone al temor y a las adversidad­es. “Siempre estoy explorando. A mí lo que me gusta de ser actor es indagar en universos que no conozco como artista y ser humano. Las elecciones que he hecho últimament­e con Camino a Marte, Tiempo compartido y Bayoneta tienen que ver con una exploració­n más artística y personal. Son personajes más complejos que a mí me provocan miedo”.

Admite que no sabe si su próximo movimiento será dirigir una película, pues le hace falta afinar su discurso. Pero esta pelea que es su carrera la lleva de a poco, con estrategia. “Hay que aprender a retirarse y después hacer un comeback. El box es la vida”, concluye como si conectara un knock out. L&S

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