Life and Style (México)

MEJORES QUE EL LIBRO

Frente a la cámara, sacaron provecho a los personajes que sendos escritores delinearon a través de sus novelas y se convirtier­on en leyenda. Algo que pasa con poca frecuencia en la industria del cine.

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Marlon Brando. The Godfather

De Marlon Brando se dice mucho. En su biografía abundan las dudas que despierta una leyenda de ese calibre. Sus únicas certezas las dejó atrapadas a 24 cuadros por segundo, dos de las cuales están íntimament­e ligadas a la literatura. La primera, su protagónic­o de 1951 en Un tranvía

llamado deseo, con el que marcó un parámetro de actuación al interpreta­r a Stanley Kowalski, el personaje creado por Tennessee Williams. La segunda, El padrino, de 1972, en la que el director Francis Ford Coppola y el autor de la novela, Mario Puzo, se impusieron a los directivos de Paramount, quienes se negaban a que él encarnara a Vito Corleone. Estuvimos a nada de ser privados de uno de los roles más emblemátic­os de la historia del cine.

Béla Lugosi. Dracula

Si hoy tenemos en la mente una imagen de Drácula es, en gran medida, gracias al actor de origen austro-húngaro Béla Lugosi. Comenzó a interpreta­r este papel en los escenarios de Broadway y, en 1931, lo llevó por primera vez al cine. Su rostro alargado, de facciones definidas, y su voz impostada y teatral, lo ligaron al personaje creado por el escritor irlandés Bram Stoker, quizá más de lo que el propio Lugosi hubiera querido. Con dificultad pudo despegarse de él. Fue un rol que también jugó en su contra y la causa, junto con su adicción a la morfina, del ocaso de su carrera.

Malcolm McDowell. A Clockwork Orange

Una mirada filosa junto a su inquietant­e voz son sólo dos elementos que configuran la interpreta­ción que Malcolm McDowell hizo de Alex DeLarge, el protagónic­o de A Clockwork Orange. El actor británico llevó su ejecución a extremos físicos que pusieron su vida en peligro, con la única finalidad de entregar al espectador una actuación alucinante en la adaptación de Stanley Kubrick a la polémica novela de Anthony Burgess. Una cinta que lo mismo motiva investigac­iones académicas serias, que homenajes de bandas que usan el vestuario de esta ficción para cometer maldades.

Ewan McGregor. Trainspott­ing

“¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?”. Con esta línea cierra el monólogo inicial de esta cinta. Justo en ese momento, Ewan McGregor toma del brazo al espectador y lo arrastra al bajo mundo de Edimburgo: carencia, represión, drogas y buena música. Una película generacion­al que marcó a quienes transitamo­s los 90 y que lanzó a su director, Danny Boyle, y a su autor original, Irvine Welsh, bajo las luces de la fama. McGregor hizo lo propio al adueñarse del rostro de este joven desencanta­do que es Renton. Asociados, de forma indivisibl­e, el uno del otro.

Christian Bale. American Psycho

Christian Bale ha sido, en una sola vida, Jesucristo, Batman y Patrick Bateman, un yuppie de Nueva York en la década de los 80, con tendencias asesinas. Esta última identidad de la cinta de Mary Harron, creada a partir de la polémica novela de Bret Easton Ellis, viró su carrera para clavar la vista en el premio Óscar (lo conquistó en 2011). Bale introduce al espectador en la histeria de quien apuñala, descuartiz­a, amputa, decapita y entrega tarjetas de presentaci­ón sobre elegantes mesas de restaurant­es exclusivos. Un ícono estadounid­ense moldeado con hacha, sierra eléctrica y aspecto físico de triunfo para la vanidad.

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