UNA VIDA PLENA
“ESTOY CONVENCIDO DE QUE UNA BUENA COMIDA CON SOBREMESA EN COMPAÑÍA DE LA GENTE QUE QUIERES O CON QUIEN TIENES QUÍMICA, HACE LA VIDA MÁS PLENA Y PLACENTERA”.
Algunos nacen con el amor por el buen comer. Otros lo aprenden y lo cultivan hasta volverlo un hábito. En mi caso diría que es una combinación de ambas cosas. Lo traigo en la sangre y he tenido la fortuna de aprender de mi entorno. Nací en una familia en la que el amor hacia el arte de la gastronomía estuvo presente toda mi infancia y adolescencia.
Mi madre, mexicana de ascendencia francesa, fue una excelente cocinera. Mi padre, empresario y sibarita de altos vuelos, tuvo, durante 46 años, uno de los restaurantes top de la época dorada de la Zona Rosa: el Continental. Así que antes de empezar a hablar, el mundo de los restaurantes se convirtió en parte de mi cotidianidad.
Aprendí a comer lo mismo que comían mis papás y, por supuesto, no existían los detestables menús infantiles, que no son más que nuggets con papas fritas o pasta con mantequilla. Soy enemigo acérrimo del kids menu. Me parece una pésima costumbre –copiada a los gringos y mal enfocada– de muchos padres de hoy en día que, por desconocimiento, por flojera de cocinar y enseñar a comer o, bien, por consentir a sus hijos, están formando una generación que no siente el menor aprecio por la comida.
Creo que el saber comer no es una ciencia ni tiene que ser un lujo. El amor por la comida es algo que se siente, se vive y fluye. Puede ser desde un pan con mantequilla y mermelada hasta un caviar, un taco de panza rellena de cordero con menudencias (de mis platillos favoritos), sesos en mantequilla negra o unas ricas quesadillas con salsa de habanero.
Mi amor por la comida, el compartirla con los demás y buscar experiencias enriquecedoras, sin pasar ratos amargos o hacer desembolsos innecesarios, marcaron, hace 20 años, el inicio de mi vida como crítico gastronómico. Actualmente, en gran medida por la influencia de las redes sociales, este título es común y pareciera que cualquiera puede ponérselo. Sin embargo, para emitir un comentario sobre un restaurante o un puesto de comida, hay que ser honesto y parte de esa honestidad radica en ser realmente un gourmet o un foodie (la terminología da exactamente lo mismo). Creo que el foodie contemporáneo es quien come de todo, experimenta con sabores, texturas y cualquier tipo de proteínas animales. Es aquel que no tiene miedo a odiar algún sabor (lo cual es entendible), ni tampoco teme enamorarse de sabores extraños o ajenos. En este punto confieso que lo único que no me gusta es la ensalada de alga. Si me la dan en un restaurante, la como; pero su after taste no me es agradable al paladar.
Evaluar objetivamente también significa que conoces lo que vas a calificar. ¿Cómo puedes ser 100% objetivo si no has trabajado en la industria o si no conoces el manejo de un restaurante? Esto lo digo con conocimiento de causa porque mi primer negocio fue un restaurante, la primera cantina fina que abrió hace 25 años. Por eso puedo afirmar que sólo existen la buena y la mala comida, y los restaurantes buenos y malos. No hay más. Aquí no caben las medias tintas.
Amar la gastronomía propicia la convivencia y alimenta el espíritu. Es, además, una manera de enriquecer las relaciones humanas, de crecer y aprender de otras culturas. Estoy convencido de que una buena comida con sobremesa en compañía de la gente que quieres o con quien tienes química, hace la vida más plena y placentera. Disfrutar de la magia y alquimia de la comida no tiene que ser costoso ni difícil, debe ser simple y sencillo. Lo importante es cultivar y compartir el amor por ella.