Un enfoque espacial
Nuestra forma de celebrar los 50 años del alunizaje del Apolo 11 son estas 12 páginas: una muestra del titánico y espectacular proyecto llamado Space Project, obra del francés Vincent Fournier, fotógrafo que ha capturado en imágenes el trabajo de los centros de investigación espacial más importantes del mundo.
Desde 2007, Vincent Fournier ha fotografiado los centros de investigación espacial más importantes del mundo. El resultado es Space Project, del que presentamos una selección, muy oportuna en el año del 50 aniversario del alunizaje del Apolo 11. Fournier es un artista visual francés, cuyo trabajo forma parte de las colecciones del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el Centro Pompidou de París, la Fundación MAST de Bolonia y la Colección de Arte Contemporáneo LVMH (Le Bon Marché).
La primera aportación francesa a la carrera espacial que se grabó en el imaginario colectivo no llegó hasta 1963. Los esfuerzos galos alcanzaron para enviar a un felino, la gatita callejera Félicette, 157 kilómetros por encima de la superficie terrestre, a bordo de un cohete sonda Véronique AG1 propulsado por trementina. El desempeño de Francia en esta materia tuvo pocos destellos en los años siguientes, como su contribución para crear la Agencia Espacial Europea, en 1975. Pero mucho tiempo antes ya había manifestado su ideología y, sobre todo, su postura estética: entre los grandes exponentes de la visión futurista estuvieron algunos de sus narradores de ficción.
Basta recordar a George Méliès, primero con El sueño del astrónomo (1898), un cortometraje sobre un científico imaginado como mago merliniano que recibe la visita del diablo, la diosa Phoebe y una Luna que lo devora todo. Luego filmó la célebre Viaje a la Luna (1902), una representación de la primera travesía sideral tripulada dentro de una cápsula en forma de bala disparada por un cañón, concepto que casi tomó prestado de otro francés adelantado a su época, Julio Verne, y su novela De la Tierra
a la Luna (1865). Décadas después, Hergé ideaba conspiraciones espaciales bajo los pasos detectivescos de Tintín en sus historietas de tradición franco-belga.
Un jovencito de nacionalidad francesa, que creció entre los años 70 y 80, leía esas historietas de Tintín que ima- ginaban el futuro. Qué importaba si su país no ponía astronautas en órbita; en el mundo de las viñetas, sus héroes se adelantaban a los rusos y a los estadounidenses. Casi 20 años antes del alunizaje del Apolo 11, Hergé ya dibujaba vuelos en cohetes de propulsión nuclear. Tintín pisó la Luna antes que Neil Armstrong y Milú, su fiel compañero canino, viajó al espacio antes que Laika.
Aquel joven, llamado Vincent Fournier (Uagadugú, Burkina Faso, 1970), no sólo se regocijaba con Tintín, sino que, unos años más tarde, compartiría con ese personaje el oficio de la fotografía. A diferencia de los eventos ficticios que plasmaba Hergé, las imágenes de Fournier parten del género documental. Las situaciones y los ingredientes que las conforman se sienten como realidades que parecen ficciones y encuentran un equilibrio entre la tensión que suponen elementos opuestos: lo racional y lo irracional, lo cotidiano y lo fantástico, lo científico y lo mágico.
Desde el futuro, al menos el que se vive en el huso horario parisino con respecto al mexicano, Vincent me habla por FaceTime de su idilio con Solaris (1972), de Andréi Tarkovsky, y de su afición por el escritor inglés de ciencia ficción J. G. Ballard. De cómo Star Wars no es objeto de su devoción y de lo aburrida que le pareció First Man (2018), la película de Damien Chazelle que explora la historia de Neil Armstrong y la llegada del hombre a la Luna. Pero, sobre todo, platicamos sobre Space Project, un extraordinario dossier fotográfico de su autoría que empezó en 2007 y que captura el pasado, presente y futuro de la exploración sideral: desde centros espaciales de los años 60, hasta el cohete SLS (Space Launch System) de la NASA, que se espera que vaya a Marte en las próximas dos décadas, pasando por el Observatorio Europeo del Sur, en el desierto de Atacama.
Me adelanta que este año irá al Centro de Investigación Glenn de la NASA, en Ohio, para fotografiar las pruebas de la cápsula Orión, una nave fundamental para las misiones a Marte. Dice, además, que mientras más pasa el tiempo, aumenta la nostalgia por sus memorias de la infancia y por todas las utopías de la época dorada del sueño espacial.
Recuerda una mañana de vacaciones en la que visitó el Palais de la Découverte, un museo de ciencia en París que selló su obsesión por los misterios del universo. Fue una experiencia reveladora que, según él, trataba de darle sentido a la relación entre lo visible y lo invisible. De niño, le impresionaban las máquinas que intentaban explicar los fenómenos naturales. “La información que recogían podía ser abstracta, como las olas, el espacio exterior o el cosmos. Estas máquinas trataban de otorgarle sentido a esa abstracción: observaban, contabilizaban, organizaban, hacían preguntas para las cuales, quizás, no había explicación”, recuerda Fournier. Al observar las fotografías de Space
Project y su composición arquitectónica, como en el caso de la serie hecha en el
Centro Espacial Guayanés, se tiene una sensación similar a la de alguien que nunca deja de ser un niño que ensambla legos: los astronautas que aparecen en ellas semejan figuritas en maquetas.
Otro subtexto patente en su obra es el elemento humano, casi minúsculo, en la búsqueda de respuestas ante la inmensidad de la naturaleza. Más de un par de paisajes de Space Project recuerdan pinturas de Caspar Friedrich. Las imágenes que Fournier capturó en el Observatorio Kjell Henriksen para el estudio de auroras boreales, en Noruega, evocan El ca
minante sobre el mar de nubes, del pintor alemán. Al verlas, invade un sentimiento de soledad e incertidumbre.
A Vincent le agrada la referencia y piensa en su serie de paisajes nevados del archipiélago Svalbard, que también componen Space Project. “Desde pequeño me atrajo la idea de ser uno mismo con el universo. Durante la noche, miraba al cielo y sentía que yo era parte de él. En Space Utopia —libro publicado por Novoa y Rizzoli—, establezco el vínculo entre formar parte del universo y la etimología de la palabra deseo, en latín
de-sidere, que significa ‘nostalgia de las estrellas’. Creo que es un sentimiento que todos desarrollamos cuando miramos las estrellas; todos estamos compuestos de estrellas”.
El hilo conductor de su portafolio es la obsesión por las mitologías del futuro en épocas pretéritas: Space Project también establece una especie de arqueología del porvenir. Espacios, exteriores o interiores, que parecen silenciosos, imponentes, misteriosos; postales inmutables ante el paso del tiempo. La com- posición arquitectónica, los trajes y los cascos de los astronautas rusos, el Centro de Entrenamiento de Cosmonautas Gagarin. Imágenes que se asemejan a los lugares y los vestuarios de cintas como
Alien: el octavo pasajero, de 1979. En las fotografías de Fournier, la naturaleza, la Tierra misma, ofrece escenarios que parecen extraterrestres, desde nuestra propia comprensión, y que funcionan como ejercicios de exploración simulada.
El trabajo de Vincent establece un diálogo entre la inmensidad del espacio, la duda por lo desconocido y las aspiraciones de futuro que quedaron enterradas en el pasado. Elementos narrativos que tienen que ver con la relación entre naturaleza y tecnología. Sus fotos presentan un choque entre dos mundos, el humano y la inteligencia artificial, como en el caso de uno de sus portafolios anteriores, titulado The Man Ma
chine. Introducen a concepciones de ensueños futurísticos, como en su proyecto Brasilia, una fantasía arquitectónica en una ciudad imaginada por Oscar Niemeyer en Brasil.
El cineasta estadounidense Stanley Kubrick creía que la ambigüedad artística y veraz —si es correcto utilizar esta paradoja— es la forma de expresión más perfecta, pues a nadie le gusta que le expliquen las cosas. La ambigüedad resulta de evitar las verdades superficiales y convincentes, y varias imágenes de Spa
ce Project abren la posibilidad de estar en paz con la ambivalencia, con la libertad de interpretación.
Vincent recuerda que la inspiración espacial estaba muy conectada con el tema militar. Los primeros cohetes es- taban basados en los misiles balísticos. La historia de la carrera espacial es también la de la armamentística táctica. La creación del V2 —el primer misil balístico guiado, que fue fabricado en 1945—, de Wernher von Braun, encuentra un paralelo con la industria privada actual y el protagonismo que cobra a través de compañías como Virgin Galactic (la compañía de Richard Branson que planea ofrecer vuelos orbitales) o Blue Origin (empresa de Jeff Bezos que se dedica al transporte espacial). “Es un hecho que nuestra Tierra no durará para siempre y ésa es la razón por la que queremos que la raza humana perdure, mientras buscamos otros planetas habitables. Después de la Guerra Fría y la dominación de los superpoderes de antaño, el sector del espacio se convirtió en una prioridad militar menor que la económica, y también involucró inversiones de empresas privadas con múltiples intereses: comunicación, ciencia, investigación y desarrollo, ecología, tecnología de la salud e, incluso, turismo espacial”, dice el fotógrafo.
A través de la ciencia ficción, cualquier aspecto de la condición humana puede ser explorado. Oscar Wilde tenía razón: la realidad imita al arte. El ser humano siempre quiso humanizar lo que no es humano. En su contexto histórico, la exploración y la carrera espacial se trataban del dominio del mundo, pero también de apoderarnos de lo desconocido en un salto hacia una luz oscura. Las fotografías de Fournier, el niño que mira a las estrellas, nos recuerdan que las ideas anticipadas del futuro transitan en paralelo con el presente inmediato.