PROGRESIÓN MUSICAL
¿Qué sueñas cuando ya lo tienes todo o cuando sabes que, por más que lo anheles, no se hará realidad? Hace unos años, de pie ante la orquesta del Conservatorio de Ginebra, Brian, un joven keniano de 19 años, lo descubrió.
La música tiene un efecto profundo en el crecimiento de una persona. Constantemente, nuevos estudios científicos demuestran su capacidad, casi milagrosa, de reanimar el desarrollo infantil. Entre sus virtudes más prodigiosas se encuentra la capacidad de conectar los dos hemisferios cerebrales gracias a su carácter dual: mientras que en el lado izquierdo, las aptitudes analíticas se estimulan con el estudio de la teoría, la lectura musical y la práctica instrumental, el derecho, relacionado con la creatividad, se concentra en la interpretación y las emociones que provoca. Su naturaleza única la ha convertido en una herramienta útil para trabajar aspectos tan importantes como la expresión y la resolución lógica de problemas.
Durante muchos años, el piano de mi abuela fue poco más que un mueble destinado a seguir a mi familia en cada mudanza hasta que, un buen día, comenzó a acompañarme a mí. Poco tiempo antes, a los 14 años, había sufrido la pérdida de mi padre y en el piano encontré la vía de entendimiento y expresión para hacerle frente a la muerte, la vida y el duelo. Ese fue mi primer acercamiento a la música que, poco a poco, se convertiría en mi pasión y, más adelante, en la base de mi carrera profesional. Cuando volví a México, tras pasar cuatro años en el Conservatorio de Música de Lausana, en Suiza, sabía que, si quería contribuir al progreso del país y combatir la pobreza que me miraba directamente a los ojos, tendría que ser a través de la música. Con la misma determinación, apenas estuve de vuelta en el Conservatorio en 2012, esta vez como profesor, creé la fundación Crescendo con la Música.
Desde el inicio, mi objetivo fue acercar a los jóvenes a las composiciones clásicas, pero no con la intención de formar músicos profesionales, sino para favorecer su desarrollo. La empatía que aprendí de mis padres está detrás de la fundación, que procura brindar a los niños el mismo apoyo que encontré en el piano de mi abuela. Como yo, los alumnos han refinado su habilidad para compartir sus emociones y solucionar sus problemas con la ayuda de algún instrumento. Hoy, Crescendo con la Música se ha extendido más allá de México para trabajar con jóvenes en Suiza y Kenia. Sin importar el escenario en donde se presente, cada vez que aparece, la música revela todas las posibilidades que se esconden más allá de los impedimentos materiales. De la mano de todos quienes han pasado por la fundación, a lo largo de siete años, he descubierto que el estudio de la música y su voluntad de desafiar fronteras — tanto las nacionales, como las cerebrales— impulsan, también, nuestra capacidad de soñar. En México, he podido ver cómo, al recibir un violonchelo, la mirada de un niño se ilumina con la esperanza de quien asiste a lo imposible. Son el mismo optimismo y la invaluable compañía que hace años encontré en el piano de mi abuela.
Es el sentimiento que Brian, quien viajó desde los barrios bajos de Nairobi para dirigir una orquesta, descubrió en un país completamente diferente a su hogar mientras desafiaba, con la voz universal de la música, las barreras sociales que, aun invisibles, se antojaban inquebrantables.
La música no puede ser asunto de uno: siempre se ha tenido que compartir. Estoy convencido de que aprender a tocar un instrumento supone una influencia mucho más profunda de lo que la ciencia ha logrado comprobar. A través de estímulos cerebrales, la sensibilización musical fortalece nuestro desarrollo integral. Su indiferencia por los límites es también una invitación a la cercanía y el reencuentro. Por eso, el estudio de la música resulta fundamental para el progreso, no solo en términos de desarrollo personal, sino de toda la sociedad.
A TRAVÉS DE ESTÍMULOS CEREBRALES, LA SENSIBILIZACIÓN MUSICAL FORTALECE NUESTRO DESARROLLO INTEGRAL.
A los 18 años, Jorge entró a estudiar en el Conservatorio de Lausana. Su carrera lo ha llevado a tocar en escenarios como Carnegie Hall y el Lincoln Center en Nueva York, el teatro Bunkamura en Tokio, y el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Hoy es embajador cultural de Rolex.