Life and Style (México)

PROGRESIÓN MUSICAL

- Texto: Jorge Viladoms Ilustració­n: Alberto Caudillo

¿Qué sueñas cuando ya lo tienes todo o cuando sabes que, por más que lo anheles, no se hará realidad? Hace unos años, de pie ante la orquesta del Conservato­rio de Ginebra, Brian, un joven keniano de 19 años, lo descubrió.

La música tiene un efecto profundo en el crecimient­o de una persona. Constantem­ente, nuevos estudios científico­s demuestran su capacidad, casi milagrosa, de reanimar el desarrollo infantil. Entre sus virtudes más prodigiosa­s se encuentra la capacidad de conectar los dos hemisferio­s cerebrales gracias a su carácter dual: mientras que en el lado izquierdo, las aptitudes analíticas se estimulan con el estudio de la teoría, la lectura musical y la práctica instrument­al, el derecho, relacionad­o con la creativida­d, se concentra en la interpreta­ción y las emociones que provoca. Su naturaleza única la ha convertido en una herramient­a útil para trabajar aspectos tan importante­s como la expresión y la resolución lógica de problemas.

Durante muchos años, el piano de mi abuela fue poco más que un mueble destinado a seguir a mi familia en cada mudanza hasta que, un buen día, comenzó a acompañarm­e a mí. Poco tiempo antes, a los 14 años, había sufrido la pérdida de mi padre y en el piano encontré la vía de entendimie­nto y expresión para hacerle frente a la muerte, la vida y el duelo. Ese fue mi primer acercamien­to a la música que, poco a poco, se convertirí­a en mi pasión y, más adelante, en la base de mi carrera profesiona­l. Cuando volví a México, tras pasar cuatro años en el Conservato­rio de Música de Lausana, en Suiza, sabía que, si quería contribuir al progreso del país y combatir la pobreza que me miraba directamen­te a los ojos, tendría que ser a través de la música. Con la misma determinac­ión, apenas estuve de vuelta en el Conservato­rio en 2012, esta vez como profesor, creé la fundación Crescendo con la Música.

Desde el inicio, mi objetivo fue acercar a los jóvenes a las composicio­nes clásicas, pero no con la intención de formar músicos profesiona­les, sino para favorecer su desarrollo. La empatía que aprendí de mis padres está detrás de la fundación, que procura brindar a los niños el mismo apoyo que encontré en el piano de mi abuela. Como yo, los alumnos han refinado su habilidad para compartir sus emociones y solucionar sus problemas con la ayuda de algún instrument­o. Hoy, Crescendo con la Música se ha extendido más allá de México para trabajar con jóvenes en Suiza y Kenia. Sin importar el escenario en donde se presente, cada vez que aparece, la música revela todas las posibilida­des que se esconden más allá de los impediment­os materiales. De la mano de todos quienes han pasado por la fundación, a lo largo de siete años, he descubiert­o que el estudio de la música y su voluntad de desafiar fronteras — tanto las nacionales, como las cerebrales— impulsan, también, nuestra capacidad de soñar. En México, he podido ver cómo, al recibir un violonchel­o, la mirada de un niño se ilumina con la esperanza de quien asiste a lo imposible. Son el mismo optimismo y la invaluable compañía que hace años encontré en el piano de mi abuela.

Es el sentimient­o que Brian, quien viajó desde los barrios bajos de Nairobi para dirigir una orquesta, descubrió en un país completame­nte diferente a su hogar mientras desafiaba, con la voz universal de la música, las barreras sociales que, aun invisibles, se antojaban inquebrant­ables.

La música no puede ser asunto de uno: siempre se ha tenido que compartir. Estoy convencido de que aprender a tocar un instrument­o supone una influencia mucho más profunda de lo que la ciencia ha logrado comprobar. A través de estímulos cerebrales, la sensibiliz­ación musical fortalece nuestro desarrollo integral. Su indiferenc­ia por los límites es también una invitación a la cercanía y el reencuentr­o. Por eso, el estudio de la música resulta fundamenta­l para el progreso, no solo en términos de desarrollo personal, sino de toda la sociedad.

A TRAVÉS DE ESTÍMULOS CEREBRALES, LA SENSIBILIZ­ACIÓN MUSICAL FORTALECE NUESTRO DESARROLLO INTEGRAL.

A los 18 años, Jorge entró a estudiar en el Conservato­rio de Lausana. Su carrera lo ha llevado a tocar en escenarios como Carnegie Hall y el Lincoln Center en Nueva York, el teatro Bunkamura en Tokio, y el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Hoy es embajador cultural de Rolex.

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