Vivir en la era Messi
Aquel adolescente bajito y esmirriado que hace 15 años anotó su primer gol con el Barcelona, le ha puesto su nombre a la época más competitiva del futbol. ¿Pero cómo será valorado en el futuro?
Leo anotó el 1º de mayo de 2005 su primer gol con el Club Barcelona y 15 años después aún domina el futbol con una facilidad sublime. El periodista y escritor Rodrigo Márquez Tizano hace un preciso ensayo sobre la genialidad del crack argentino. Además, Messi admite en entrevista para Life and Style, que no cambiaría sus múltiples logros por ganar un Mundial.
Ahora no es solamente ahora. Si el tiempo en el futbol suele calcularse en plazos fijos –noventa minutos, una temporada, cuatro veranos de guardia entre mundiales–, la unidad básica del juego es una medida mucho más elástica: el instante. De naturaleza urgente pero con la particularidad de seguir recreándose una y otra vez en la retina o en la memoria, el instante termina por ser tan epifánico como omnipresente. Es ahí, en esa diminuta rasgadura donde el goce estético se disloca a placer, que conseguimos regatear la tiranía de la secuencia unívoca. Por eso ahora es ahora pero también, por ejemplo, domingo 1 de mayo de 2005. Un instante que lleva sucediendo 15 años.
Estamos en el Camp Nou y Frank Rijkaard todavía se sienta en el banquillo del Barcelona. El ocaso del torneo se aproxima y el Albacete, con una segunda vuelta desastrosa, visita la Ciudad Condal ya con un pie en la división de ascenso. El Barça, en cambio, marcha líder aunque viene de un año en blanco y con el Real Madrid pisándole los talones a falta de cuatro jornadas. Eran otras épocas. El Valencia era el campeón vigente, La Liga se llamaba Primera División y las heridas de los ataques terroristas del 11-M aún no empezaban a cicatrizar.
Pero entonces es también ahora: en lo alto del graderío el reloj marca el minuto 87. Con solo un tanto de ventaja, Rikjaard decide modificar su planteamiento y el 9 de Samuel Eto’o, autor del gol, aparece en el tablero luminoso del cuarto árbitro. El camerunés se va directo a las duchas y su lugar en el campo lo ocupa un adolescente bajito y esmirriado, con el número 30 a la espalda. Lleva melena por encima de los hombros y la camiseta metida en el short. No tiene tatuajes. Pocos futbolistas los llevan. A Messi —ese es el nombre en el dorsal— se lo conoce apenas de oídas. De lo que cuentan sobre él, siempre maravillas, en su paso por el filial. Por las pinceladas esporádicas que ha dejado su docta zurda de novato y la potencia de sus arranques en la banda. Pero la realidad es que debutó hace menos de seis meses con el primer equipo, y los aficionados culés apenas lo han visto jugar un puñado de minutos repartidos entre los colofones de partidos ya resueltos.
A primera vista, el cambio parece la típica maniobra para mantener el resultado. ¿Cuántos instantes de eternidad cabrán en tan pocos minutos? Messi –que por entonces juega donde haya sitio– permuta su carril natural y en la primera pelota que toca recibe una entrada durísima por detrás. Lejos de arredrarlo o calentarle la cabeza, al joven Messi el contacto parece darle igual: se reincorpora y sin apenas gesticular vuelve a su posición. Debe aprovechar los minutos, transmutar la rebaba en oro. Una segunda jugada llega a final capcioso: luego de bajar un bombón de Ronaldinho y quedar solo frente al