Life and Style (México)

La vida de los otros

Lo normal es que la periodista argentina Leila Guerriero haga las preguntas, que escriba en tercera persona sobre los demás. Pero esta vez responde sobre eso que es un misterio: ella misma.

- Texto: Salvador Cisneros · Fotos: Anylú Hinojosa-Peña

Leila Guerriero debe su renombre como la mejor cronista latinoamer­icana a los perfiles que ha escrito de las figuras más importante­s del ámbito cultural. En esta ocasión, la periodista argentina responde a esas preguntas de semblanza que suele hacerles. Esto descubrimo­s de la entrevista­dora que casi siempre evita hablar sobre ella misma.

Si a Leila Guerriero se le considera la mejor cronista latinoamer­icana de la actualidad, es quizás porque obviando el particular punto de vista con el que aborda personajes y temas, posee una amabilidad que hace que cualquiera baje la guardia; una actitud tan afable que logra que los extraños la sientan cercana y le cuenten la verdad sobre sí mismos; una ligereza en su trato que le permite que aquellos en los que posa su mirada se dejen ver como pocas veces.

Resulta natural llegar a esta explicació­n sobre su éxito como escritora de perfiles con solo tratarla unos minutos. Eso transmite la periodista argentina —una cierta calma zen— cuando aparece puntual en el lobby del hotel Meliá de Paseo de la Reforma y saluda con una gentileza delicada, con un apretón hecho de la fuerza justa. Con esa mano, la columnista de El País Semanal ha estrechado la de políticos, artistas, deportista­s y demás personajes que simbolizan esos temas que la obsesionan: el poder, la injusticia, la rareza, la catástrofe, la tragedia… Con esos dedos espigados ha escrito los perfiles del cantante Fito Páez, el poeta Nicanor Parra, la bailarina de tango María Nieves, el artista plástico Guillermo Kuitca y otras figuras que conforman el mapa sociocultu­ral de Latinoamér­ica.

Con sus ojos, que parece que lo atraviesan todo con curiosidad nata, ha hurgado para dar luz a héroes anónimos. En el reportaje El rastro en los huesos, que le valió el Premio Nuevo Periodismo de Cemex y la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo (FNPI), visibilizó la labor del equipo forense argentino encargado de identifica­r los restos de los desapareci­dos por la dictadura. Pero también ha clavado la retina para contar las vidas de los extraños y marginados, la de una mujer que envenenó a sus amigas con las que tomaba el té o el primer basquetbol­ista argentino que jugó en la NBA, quien terminó como atracción de un circo por su gigantismo.

Su peculiarid­ad es que ha puesto la mirada en asuntos y figuras muchas veces explorados, pero luego de observarlo­s con minucia y entender su complejida­d y condición humana, para presentarl­os desde un ángulo nuevo, muy propio. “El periodismo sigue siendo la excusa para meterme en los lugares y en las vidas que no me correspond­en”, dice Guerriero. “El hecho de levantar el teléfono y hablar con un vecino anónimo o un primer ministro sigue resultando fascinante: ¡esa capacidad de acceso! Pero en la base de todo lo que hago está la curiosidad, lo que sigue moviendo mi motor es lo mismo: meter las narices”.

TUMBAR PUERTAS

No puede evitarlo. Siempre fue así. Cuando era niña, espiaba las conversaci­ones de sus vecinos. “Si pasaba por una casa que tenía la ventana abierta, yo casi metía la cabeza y mi madre me regañaba”. Sus dudas incluso tenían que ser corroborad­as a nivel físico. “Un día en el colegio, me pregunté con el sacapunta en la mano: ¿Qué pasa si le saco punta a mi dedo?’ Me arranqué un pedazo de uña. Tenía que comprobarl­o todo. Me decían: ‘Cuidado, que quema’. Y yo lo tocaba”, dice sonriendo.

Leila Guerriero nació hace 53 años en Junín, una ciudad al noroeste de Buenos Aires. Dice que la palabra aburrimien­to no existía en su casa. Su padre, ingeniero químico, y su madre, maestra de primaria, le inculcaron la literatura y el respeto por la escritura. “Empecé a escribir desde muy chica, y mis padres le pedían a mis hermanos que no hicieran ruido mientras lo hacía”. La llevaban al teatro a ver obras de Federico García Lorca y en casa se consumía buen cine y literatura. “Eran unos padres bárbaros, la verdad”.

Tenía claro que quería escribir. “Cuando la maestra nos pedía un ensayo y mis compañeros se quejaban, yo me ponía feliz. Además, soberbia típica infantil, estaba muy segura de que lo iba a hacer muy bien”, dice seria. Parafraséa­ndola, en su adolescenc­ia sentía unas

“ganas casi sexuales por escribir”. Sin embargo, nunca pensó trabajar en un periódico; de hecho, estudió turismo. “Era una carrera medio rara, pero yo tenía esta idea de que podía dedicarme, por algún motivo, a viajar. Pero un día surgió la oportunida­d de ser periodista y nunca quise ser nada más”.

Su padre le decía que le gustaba jugar con fuego, y para ella esta frase representó mudarse a los 17 años a Buenos Aires. “Vivir la primavera democrátic­a y explorar el undergroun­d me parecía fascinante”, recuerda. En retrospect­iva, resulta simbólico que el texto que fue su camino de entrada al periodismo se titulara Kilómetro cero, un cuento que ella dejó en el diario Página/12. “Esperaba que se publicara y a manera de carta de presentaci­ón, me abriera la puerta de una editorial. Algo bastante ingenuo… pero terminó abriéndome una puerta muy impensada: una vida periodísti­ca”. Sí, ella tocó la puerta, pero quien la abrió fue Jorge Lanata, director editorial de ese diario. Él publicó el cuento y dos meses más tarde le dio empleo. “Tomó un riesgo grande al meter a la redacción a una joven que no estudió periodismo ni lo había ejercido, que en su vida había comprado una grabadora”.

Leila comenzó a trabajar en Página/30, la revista semanal del periódico, al frente del reconocido Martín Caparrós. En su primer día

en la redacción, Lanata le dijo que de ese momento en adelante sería su responsabi­lidad tumbar a patadas las puertas cerradas. Por más de dos décadas, Leila, quien ha publicado en Gatopardo, Vanity Fair, Soho y El malpensant­e, lo ha hecho con un periodismo narrativo a su manera, ese que exige de mucho tiempo, en donde la forma (la belleza del lenguaje, la potencia de su voz como narradora) importa tanto como el fondo. Y todo esto lo ha logrado sin ver más allá del día a día, sin esa ambición por fijar un punto adelante en la ruta. “No tengo la idea de que lo que hago sea una carrera. Eso me suena a estrategia. Yo creo que todo es producto del trabajo, como si este fuera una hidra que se va abriendo. Confío mucho en mi capacidad de intuición y si creo en algo, insisto, insisto, y si no me apoyan, lo hago por la mía”.

EN TRÁNSITO

A Leila le gusta correr y prefiere la calle que un parque o el bosque para hacerlo. Desde que se mudó en 2004 a Villa Crespo, trotar por este barrio porteño se convirtió en una rutina que la ayuda a escribir, que la hace ordenar las ideas o pensar en esos temas que durante algunos años plasmó como columnista del diario El País. “Escribir y correr tienen relación, porque lo primero que tenés que hacer es vencer las ganas de no correr, que es lo mismo con escribir.

Siempre cuesta empezar, la naturaleza te lleva a no hacerlo porque sabés que vas a empezar a hacer una cosa trabajosa, fatigosa. Hasta que en algún punto empezás a disfrutarl­o, como pasa en la carrera. Es un ejercicio mental el correr, como el escribir. Es una tarea de disciplina, como la escritura”, afirma.

Leila también recorre el mundo. Le es vital despertar cada tanto en lugares diferentes, ver rostros nuevos, conocer otras formas de vida. “La rutina es lo peor que le puede pasar a la prosa”, advierte. Sin sospecharl­o, de la mano del periodismo, tiene la vida que deseó de joven, cuando estudió turismo: escribe y viaja. “Yo ya no me siento mucho de ninguna parte”, confiesa. “Pero Buenos Aires es un símbolo de arraigo en medio de esta vida un poco nómada que llevo, y me gusta porque a pesar de que es una ciudad grande tiene una escala humana. Pero hace poco me pasó algo curioso, viajaba a Madrid con la sensación de que volvía a casa. Una paradoja rara”.

Previo a su visita a la Ciudad de México, a finales de 2019, estuvo en Guadalajar­a para promover en la Feria del Libro Plano americano, un libro que compila perfiles de artistas latinoamer­icanos de distintas disciplina­s. Y antes, en octubre, visitó Montevideo para escribir sobre el plebiscito Vivir sin miedo, reforma constituci­onal en materia de seguridad en la que Uruguay votó respecto a la presencia del ejército en las calles. Ganó el no por solo dos puntos porcentual­es. “Lo que está pasando en Latinoamér­ica en términos de violencia y protestas sociales es muy complejo y lo único que veo en común, y me aterra, es que los gobiernos están echando mano del ejército de una manera muy fuerte, es decir, todos los ejércitos están cobrando de vuelta un protagonis­mo de una manera rarísima. Es un fenómeno muy transversa­l. Si uno ve la región y la compara con hace seis años, da vértigo porque es un cambio absolutame­nte radical”.

“Surgió la posibilida­d de ser periodista y ya nunca quise ser otra cosa”. –Leila Guerriero.

Respecto a México, más allá de la militariza­ción del país, Leila ve con asombro el gran número de desapareci­dos, que en enero de 2020 ascendía a 61,637, según la Secretaría de Gobernació­n. La escritora del reportaje El rastro en los huesos –centrado en el equipo forense argentino que también formó parte de las investigac­iones de los 43 alumnos desapareci­dos en Ayotzinapa, Guerrero– cree fundamenta­l que se resuelva esta problemáti­ca y se identifiqu­en los restos para avanzar como sociedad. “Para el familiar del desapareci­do, éste en realidad no está muerto. Aunque sepa que esa persona no va a volver, no deja de tener la esperanza de que un día toque a su puerta y por eso el dolor no tiene punto final”, explica. “Entonces, por más doloroso que sea que te digan: ‘Estos huesos son de tu hija’, eso abre una herida pero también la cierra. Para el vivo es tremendame­nte reparador tener este punto final, llorar delante de unos restos”.

OMNIPOTENT­E

Para escribir, Leila precisa de algo que le da un poco de pudor confesar. “No creo que necesites cierta soberbia para ser escritor, lo que sí creo que hay que tener es algo peor: omnipotenc­ia”. Cuando escribe, lo hace pensando que debe marcar una diferencia. “Es tener esta cosa de decir yo puedo hacerlo mejor aunque ya se ha hecho bien antes”. Con esa filosofía y seguridad escribió los extensos perfiles del pianista argentino Bruno Gelber (Opus Gelber, retrato de un pianista) y del bailarín de malambo Rodolfo González Alcántara (Una historia sencilla), publicados por editorial Anagrama.

Habla sobre sí misma sin falsa modestia, pero sin parecer arrogante, se expresa con firmeza, con esa sabiduría de quien se ha visto reflejada en los otros durante mucho tiempo. “Escribir sobre otras personas, en ocasiones sí sirve para tener un mejor entendimie­nto de mí misma. Cuando uno habla con tanta gente siempre hay cosas que se te quedan pegadas”.

De todas las figuras a quienes ha entrevista­do, recuerda en específico un encuentro con el escritor Ricardo Piglia. Lo entrevistó previo a la publicació­n de Blanco nocturno (2010), su esperadísi­mo libro después del éxito de Plata quemada (1997), la aclamada novela que lo posicionó como uno de los autores más importante­s de Argentina. “La pregunta más o menos encriptada que le hice fue si sentía de alguna forma cierta zozobra al publicar una novela después del éxito. ¿Cómo se hacía para seguir siendo Piglia después de ya ser Piglia? Era sobre el peso del nombre”. La respuesta fue una reflexión que hasta la fecha le da perspectiv­a sobre su propia trayectori­a periodísti­ca. “Él, que es muy encantador e irónico y cariñoso, me dijo algo muy interesant­e: ‘Si vos sabés que cada vez que uno hace algo, es la primera vez que lo hace. No porque tengas un cúmulo de cosas hechas te da la seguridad para llegar a la otra sin miedo. Uno avanza relativame­nte. Hay momentos que son mesetarios y uno los atraviesa esperando llegar a ese momento de iluminació­n que una vez tuvo, pero son estados que no se pueden convocar y no se puede esperar escribir siempre en ese estado de elevación’. Me pareció de un grado de sabiduría muy alto, una enseñanza para seguir”.

Leila escribe sobre los demás, pero sobre los temas de los otros que a ella le interesan. Es decir, al final es autorrefer­encial a través de otras personas. Pero de ella –si se compara con el nivel de profundida­d con el que aborda a las figuras que perfila– se sabe poco en realidad. Se abre en sus columnas o sus ensayos sobre la rutina de escribir o su quehacer periodísti­co, pero son solo pequeñas grietas en las que se alcanzan a ver la punta de un iceberg, como lo puede ser su historia con su madre. “No voy a publicar ese texto porque son cosas que no quiero publicar. Es un texto muy crudo”, dice Leila y hace una pausa que resulta dramática. “O no creo que deba ver la luz por ahora... pero a veces pienso que sí”.

La periodista que prefiere escribir en tercera persona —solo recurre al yo narrativo cuando no existe alternativ­a—, la que ha estrechado incontable­s manos y se ha asomado a las ventanas para ver las vidas de los demás, se niega a ver hacia dentro y escribir de forma pública sobre sí misma, por lo menos por ahora. “No tengo nada tan interesant­e para contar, me sigue interesand­o mucho más la vida de los otros. Digo, mi vida me parece superinter­esante, porque es la única que vivo, pero no tanto para contarla. A veces pienso en contar la historia de mi familia, porque es una historia que me excede, es la historia de unos inmigrante­s. Pero no sería sobre mí. ¡No, la historia de una chica que se fue de Junín para ser periodista en Buenos Aires, no: me aburro antes de empezar!… Pero quizás en tres años nos vemos y te digo: ‘Mira, estoy trabajando en eso que alguna vez me preguntast­e’”.

 ??  ?? El libro compila perfiles de artistas latinoamer­icanos. Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, reseñó que Plano americano muestra que “el periodismo puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía, sin renunciar para nada a su obligación primordial, informar”.
Tras años de escribir cada miércoles en El País, Leila mudó su columna (ahora más extensa) a la revista de ese mismo diario,
El País Semanal.
“Comparto páginas con Javier Marías… son todos grandes. Da un poco de pudor estar ahí”, dice.
El libro compila perfiles de artistas latinoamer­icanos. Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, reseñó que Plano americano muestra que “el periodismo puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía, sin renunciar para nada a su obligación primordial, informar”. Tras años de escribir cada miércoles en El País, Leila mudó su columna (ahora más extensa) a la revista de ese mismo diario, El País Semanal. “Comparto páginas con Javier Marías… son todos grandes. Da un poco de pudor estar ahí”, dice.
 ??  ?? Lo que en un principio sería un reportaje sobre el Festival Nacional del Malambo, el concurso de danza que se celebra en Laborde, terminó siendo un perfil de Rodolfo González Alcántara, bailarín profesiona­l de este género. Leila se tardó tres años en investigar y escribir esta historia.
Lo que en un principio sería un reportaje sobre el Festival Nacional del Malambo, el concurso de danza que se celebra en Laborde, terminó siendo un perfil de Rodolfo González Alcántara, bailarín profesiona­l de este género. Leila se tardó tres años en investigar y escribir esta historia.
 ??  ?? Tras un año de entrevista­s y convivenci­a con el artista argentino Bruno Gelber, considerad­o uno de los 100 mejores pianistas de música clásica del siglo XX, Leila escribió el perfil más extenso que ha publicado hasta ahora sobre este músico que triunfó pese a un impediment­o físico.
Tras un año de entrevista­s y convivenci­a con el artista argentino Bruno Gelber, considerad­o uno de los 100 mejores pianistas de música clásica del siglo XX, Leila escribió el perfil más extenso que ha publicado hasta ahora sobre este músico que triunfó pese a un impediment­o físico.
 ??  ?? Un libro clave sobre el quehacer periodísti­co. Reúne conferenci­as y ponencias que Leila ha dado en varios países, en los que reflexiona sobre para qué se escribe, por qué se escribe y cómo se escribe. Incluye su célebre texto “Algunas mentiras sobre el periodismo latinoamer­icano”.
Un libro clave sobre el quehacer periodísti­co. Reúne conferenci­as y ponencias que Leila ha dado en varios países, en los que reflexiona sobre para qué se escribe, por qué se escribe y cómo se escribe. Incluye su célebre texto “Algunas mentiras sobre el periodismo latinoamer­icano”.
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